Iglesia simpática (Chiara Lubich)

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

No hay duda que a la Santa Madre Iglesia, esposa amada del Señor, no
le faltan sesudos teólogos, respetables historiadores, activos
misericordiosos, hasta "chascarrilleros", sean estos de la categoría
que uno quiera  imaginar. Ahora bien, sinceramente, hay en ella un
poso de malhumor, de irritable radicalismo fanático, de agresividad
espiritual, de aburrida aparente santidad. Se encuentra a faltar la
santa simpatía.

Chiara Lubich, recientemente fallecida, siempre me resultó simpática.
Creo que mi único contacto con algún focolar fue en la reciente "Feria
de la familia" de Valencia. Mi única aproximación a Chiara fue en
Montserrat. Agradecí y agradezco a Dios, haberla escuchado "al
natural". Se perciben entonces matices que por televisión no pueden
apreciarse. La había visto ya en múltiple ocasiones por este medio.

Yo, como todo quisque, practico en ocasiones el zapping. Es una manera
de descansar intelectualmente. Entre los varios centenares de canales
que se me ofrecen, hay algunos: Sat2000  Telepace  Telelumiere (o
Noursat) KTO etc. que por ser de temática católica, merecen mi
particular interés y acostumbro a detenerme en ellos. Con este
proceder descubro cosas interesantes. Va una de ellas. Siempre que
aparecía en la pantalla un gran escenario, fuera un teatro o un
estadio, donde hubiera una gran multitud alegre y variopinta, con
abundancia de juventud que rebosaba felicidad, aparecería  Chiara
Lubich. Su figura rebosaba simpatía, cualidad esta de la que no están
sobrados la mayoría de nuestros líderes. El contenido de su discurso
podía ser excelente, pero yo apreciaba más que todo su sonrisa. Lo
constataba aquel día que gozaba siguiendo el "family fest" y esperaba
su participación. Lamentablemente se anunció que no estaría presente y
que se leería su mensaje. Sin faltarle contenido, aquel documento era
otra cosa. Pienso yo que Chiara tenía el encanto que nos cuentan era
tan propio de Don Bosco. La he admirado y me ha entusiasmado siempre.
Quiero señalar algunos datos, desde mi particular distancia o
proximidad, que las dos cosas son exactas. Me asombró siempre su
particular cualidad de acercarse a todos, del país, religión o
mentalidad que fueran, con un gran amor, con un encanto
extraordinario. Trasmitía amor y unidad, que eran bien recibidos, y lo
hacía ella, sin renunciar en nada a su Fe cristiana. Creo que fue el
alma de las reuniones de Stutgar y un tal acontecimiento lo considero
milagroso, aunque de ellas no se haya hecho eco la prensa. Me causó un
indecible asombro su discurso de Nueva York. El auditorio era de piel
oscura, de nacionalidad norteamericana, de lengua inglesa, de
convicciones musulmanas. Ella de tez blanca, de edad algo más que
adulta, latina hasta los tuétanos, cristiana hasta la médula. No sé
cuantos miles eran los que asistían. Hubo una íntima comunión. Fue un
verdadero prodigio.

Destacando siempre su audacia al presentar la actualidad más genuina
del cristianismo, en ningún momento la oí atacar o quejarse del
Vaticano, cosa imprescindible a todo progresista que se precie.

Las comparaciones con frecuencia enojan, pero no puedo prescindir en
este caso. En la segunda mitad del siglo XX, en el seno de la Iglesia,
han sobresalido dos mujeres de fama mundial. Teresa de Calcuta y
Chiara. No hay duda que la labor asistencial de la primera fue
asombrosa y su caridad inmensa. Rápidamente fue reconocida su bondad,
ingresándola en el catálogo de los beatos. La labor de Chiara no fue
tan conocida por el gran público. Sinceramente pienso que para llevar
a cabo lo que en su vida hizo se necesitaba mucha fidelidad generosa a
Dios, pero que fue dotada de una simpatía de la que en nuestro tiempo
hay una gran necesidad. Creo que podría afirmar lo que decía Pablo:
por la gracia de Dios soy lo que soy, pero esta gracia no ha sido
estéril en mí (I Cor 15,10). Imagino que yo sería capaz de asistir a
un marginado, descastado y moribundo, aunque me costara mucho.
Confieso que me veo incapaz de conseguir el atractivo de Chiara, que
fue oportuna y gratuita obra de Dios. Aquí radica, creo yo, su
originalidad. Y serle fiel fue su gran valor, que Dios, simpático
Señor nuestro, le habrá premiado.