II Domingo de Pascua, Ciclo A

San Juan 20, 19- 31: El Apóstol científico

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

1.- Me gusta llamarle así a Santo Tomás. Era hombre concienzudo asimilando sus convicciones. Si no le toco, no me lo creo, dijo. Tocamos cosas y nos equivocamos muchas veces. O no llegamos nunca a tocarlas, dicho en plata, pues es imposible que entre en contacto nuestra piel con otro objeto. Los electrones corticales se repelen. Pero continuamos expresándonos así y creyendo en una cosa que es ficticia. Y nos sentimos seguros con ello.

La Fe no es una cosa sensorial, ni es huella anclada en neuronas cerebrales. Todo esto es pura fachada. La realidad es enigmática y nos convence por otros caminos. No es pretensión mía daros una lección de física, mis queridos jóvenes lectores. Ni de psicología profunda, ni de epistemología. Y me temo que si habéis llegado a leerme hasta aquí, os empiece a aburrir lo que yo hoy os escribo. Recordad una advertencia: Dios no engaña, por muy enigmático que a veces sea. Dios nos ama, y esta es la principal prueba de su existencia. Remacho el clavo con un ejemplo. Cuando encuentro algún joven que me dice no cree en Dios, pues le faltan pruebas de su existencia, yo le digo: dibújame la huella dactilar de tu novia. Respuesta: la desconozco. Añado, dime el número de pasaporte, confirma también: no lo sé. Enséñame una fe de vida, expedida por un juez, evidentemente, no la tiene. Así que le digo: tu novia no existe, no me das ninguna prueba de ello. Existen ambos, él y ella. Impepinablemente, se aman. De ello no hay ninguna duda. Es su mejor prueba de la existencia. Aunque sufran, en ocasiones, conflictos que cuestionen su amor. Algo semejante se podría decir de Dios, que probara su existencia.

2.- Otra advertencia. Estamos en muchos terrenos teñidos de filosofía griega que ha influido, y para bien, en occidente. Pero, dada la época y antigüedad de su origen, padece hoy en día de limitaciones insalvables. Resulta difícil expresarse en un lenguaje propio de nuestros tiempos, trasmitiendo verdades que durante siglos se han pronunciado de acuerdo con otra ideología. El concepto de cuerpo que tenemos es difícil de compaginarlo con la facilidad de aparecer a la vista y desaparecer, atravesar paredes y saber de interioridades personales. Es preciso que progrese la cosmología acorde con la física moderna. Ya llegará. Mientras tanto, confiemos en lo esencial: Jesús, tanto si lo sentimos, como si no, está próximo a nosotros. Reconocerlo como Dios y Señor, es un riesgo. Pero solo aceptando la aventura, se progresa en la vida. Y se recibe el mayor aprecio del Señor. Quien quiere ir siempre seguro, se rezaga.

3.- Perdonar los pecados. Otorgar el poder de hacerlo. Reconocer la posibilidad de no recibirlo. He aquí la cuestión que a muchos les cuesta admitir. Prefieren, según dicen, confesarse directamente con Dios. Una tal actitud es propia de aquellos que ponen el acento en sus pecados. Que hasta, me atrevería a decir, sienten el orgullo de ser personajillos malos. Nuestra vista ha de estar puesta en el horizonte espiritual, sabiendo que allí está Dios esperando que le abramos las puertas de nuestra alma, para que pueda acercársenos, regalarnos su bondad, otorgándonos su perdón, que nos convierte en buenos. Olvidarse de su bondad es rechazar enriquecernos. Pura tontería.

La comunicación personal es siempre sensorial. Necesitamos que nos digan que nos quieren, necesitamos que nos adviertan de los peligros que corremos, que nos instruyan en los requisitos que se precisan para progresar. Nuestros sentidos ciertamente nos pueden equivocar, os lo decía al principio, pero no hay otro modo de sentirnos acogidos, de saber que somos aceptados, si no es mediante la comunicación personal y sensorial. Que nos hablen y nos toquen. Se dice, a veces, que llegará un día que la comunicación será telepática. Respondo con sorna, que ningún enamorado aceptaría tal modo de entenderse. Que son las palabras susurradas al oído, los abrazos, las caricias… lo que convence de que hay amor. Vendrán después los hechos. De igual manera Jesús desea que nuestra conciencia sienta su cariño y esté abierta a recibir el don del perdón generoso, no comprado. El pecado agrieta nuestra alma. Por estas mismas fisuras entra la benevolencia de Dios. Encerrarse en sí mismo es orgullo. El ensimismamiento impide la llegada del Señor. La Iglesia, el sacerdote, es el vehículo, el cartero que nos trae el documento y al recibirlo sentimos el gozo de haber sido escogidos como hijos predilectos, ciudadanos de honor, del Reino del Señor. Perdonadme, esta vez he sido demasiado conceptual. Pero no está mal que, por un día, no haya hecho ni siquiera mención de un paisaje de Tierra Santa, cosa que sabéis nunca falta.