IV Domingo de Pascua, Ciclo A

San Juan 10, 1-10: El Pastor

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Muchos de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, desconoceréis, sin duda, como son los pastores y en qué consiste el pastoreo. Tuve la fortuna, cuando era pequeño, de encontrar rebaños y de hablar con algún mayoral. Me explicaron algo de su oficio y me acercaron sus ovejas. He de reconocer que el pastor tiene una manera de ser muy especial. Se trata, la suya, de una ocupación muy antigua. Podríamos decir que después de abandonar la vida de recolector de frutos y huevos, amén de aprovisionarse de caza, el hombre descubre dos caminos de subsistencia: el cultivo de algunos vegetales y el cuidado de animales capaces de ser domesticados. Estas dos ocupaciones se complementan. Se complementan sí, pero a la vez rivalizan. El pueblo de Israel era de ascendencia beduina, Abraham, origen de su linaje, era pastor. Aunque vivieran al margen de la población, en tiempos de Cristo, sentían las gentesadmiración hacia el pastor, puesto que sacrificaba sus días viviendo a la intemperie, dispuesto a defender del lobo y otras alimañas, a su ganado. Desconocerían la ocupación, pero esta gozaba de prestigio. De aquí que Jesús, al querer definir la actitud de su interioridad, escoja su imagen.

En el fragmento del evangelio de este domingo, el Señor no saca a relucir sus conocimientos, sus estudios, sus propiedades, o su dinero. Habla de sí mismo explicando su postura ante la vida y su actitud respecto a los hombres, de aquí que se defina como pastor. Como os contaba al principio, recuerdo muy bien que al atardecer, llegaban a aquel pueblo vallisoletano, desde los cuatro puntos cardinales, los diferentes rebaños que habían pastado durante toda la jornada por los campos. Mi tío abría la puerta para que entrara el suyo. Me enseñaba el pastor los más pequeños corderitos, con un cariño que contrastaba con la rudeza de sus modales en otros momentos. Me mostraba cual era su madre, ¡cordera!, la llamaba con cariño. Y la oveja obedecía a su voz y se acercaba dócilmente. El chico de ciudad que yo era, descubría el amor que había en el corazón de aquellas gentes, que habían pasado el día en solitario acompañados solo por aquellos mansos animales. Otras imágenes, mucho más recientes, permanecen en mí. Son de los beduinos con rebaños, sumergidos en los desiertos de Judá, del Neguev o del Sinaí. Han pasado, en algún caso, muchos años, pero los recuerdos permanecen como si fueran de antesdeayer y os los he querido contar, ya que la mayoría de vosotros no habrá tenido nunca trato personal con pastores. Los que escuchaban a Jesús, sabían mucho más de lo que sé yo de esta materia. Observad, de todos modos, que no acababan de entenderle. La generación posterior, acepto de buena gana la comparación y de aquí que la figura del Buen Pastor, pintada en las paredes de las catacumbas o hecha escultura, sea una de las primeras representaciones del Señor.

Si queréis, mis queridos jóvenes lectores, captar el mensaje del evangelio de hoy, precisaréis de ciertos recuerdos vuestros, y de imaginación. Quien no llama a la puerta de la casa, pero se mete furtivamente dentro, es un agresor o un ladrón. Quien viene acompañado de una tropa de chiquillos que le siguen entusiasmados, es un buen monitor. Merece confianza, están seguros a su lado y les ayuda a progresar en la vida por buenos caminos.

Os lo advierto ahora, seguramente tratarán de captar vuestra atención, de interesaros, de entusiasmaros, personas que al cabo de un tiempo, se descubre que tenían malas intenciones. Eran capaces de arrastrar, pero traicionaban más tarde. Eran simpáticos, tenían muchas cualidades, pero el tiempo descubrió que pretendían satisfacer su vanidad, o ganarse adeptos, para escalar en la sociedad. En una palabra, eran egoístas, con apariencia de líderes generosos. Mientras les conviniera disponer de un gran auditorio, eran capaces de prestarles atención. Después, cuando ya no les resultaban útiles, los abandonaban. Con Jesús nunca pasa así, Él nunca traiciona, ni se aprovecha de sus amigos, todo, en todo y siempre, es amor.

El ejemplo del pastor, pese a ser acertadísimo, puede resultarle extraño a algunos de vosotros, de aquí que en la Iglesia, también se hable de buenos sentimientos del Maestro y se exprese esto, con la imagen del “Sagrado Corazón de Jesús”. Tal vez os guste más así, o lo entendáis mejor. Otra afirmación paralela de origen más reciente. Es frecuente que de personas buenas afirmemos que tienen buen corazón. O que, como ocurre en la actualidad, os guste una pintura que se propaga por doquier, con el mensaje que la acompaña. Estoy hablándoos de la devoción a la Divina Misericordia, fiesta muy querida por Juan-Pablo II, que hemos celebrado recientemente.

No se enfadará el Señor, si no os gusta el pastoreo y si del corazón solo queréis saber que es una simple víscera, sin otro valor simbólico. Lo que importa es que estéis convencidos de que junto a Él, siendo sus amigos, gozáis de protección y libertad. Tendréis vida y gozaréis de ella, porque por cada uno de los hombres siente un inmenso cariño. Mis queridas jóvenes lectoras, tal vez vosotras seáis más sensibles al amor, a vosotras, pues, os digo: Jesús ama con una inmensa ternura. Y a vosotros, chicos, os aseguro si ahora estas aparentes menudeces, la de que el Amor del Señor está lleno de cordialidad, no os importan, en llegando a la edad de abuelos, sabréis apreciarlas.