Nieve II

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Creo que el más espectacular fenómeno atmosférico que existe debe de
ser la aurora boreal. De pequeño vi un día un extraordinario paisaje
luminoso en el cielo y se me dijo que lo era. De mayor, he sabido que
es propio de tierras del norte, pero que, en ciertas ocasiones, se
puede ver por estas latitudes. Como dan la fecha de una vez que
ocurrió y corresponde a la época de mis recuerdos burgaleses, deduzco
que sí, que fue lo que yo vi, pero nada más, ya que se me han borrado
los detalles. Lo que sí es espectacular, y propio de cualquier país,
es la tormenta. Pocas cosas hay tan impresionantes como un rayo que
rasga el horizonte. Pero la tempestad mete demasiado ruido. Resta, en
el teatro atmosférico, la nieve. Cuando nieva es como si se tendiera
un manto de perdón sobre el paisaje. Montones de basura, piras de
troncos abandonados, cualquier cosa que sobresale, hasta los
estercoleros mismos, desaparecen de la vista. Todo queda blanco,
limpio, sereno. El cielo absuelve el paisaje y lo viste de pascua. Y
es fascinante, se realiza en silencio, enigma intrigante. Nieva en
silencio. Semeja al perdón cristiano.

Ya dije que en la Biblia es mencionada la nieve 28 veces y que en el
Israel de aquella época, todo el mundo sabía lo que era, pues la podía
ver en las estribaciones del Antilibano. Parece ser que el
protagonismo del cambio climático también se manifiesta en esto,
fundiendo ahora los heleros que antes siempre veíamos, cuando desde la
baja Galilea, desde el Lago, nos dirigíamos hacia las fuentes del
Jordán, en Banias.

A cualquier hijo de vecino actual, le toca durante su vida, pasar o
sufrir, diferentes tests. Desde los que le someten en la escuela,
hasta los que periódicamente debe pasar para continuar gozando de su
permiso de conducir. Mediante estos instrumentos psicotécnicos, se
puede saber todo de la persona humana, o así se cree. Algunos son
divertidos, otros lacerantes. Ahora bien, nunca he visto un test de
juventud espiritual. Se me ocurre ahora proponer la actitud ante la
nieve, como prueba de tal índole. En la reacción que pueda tener una
persona cuando por la mañana al despertarse y abrir la ventana
comprueba que por la noche ha nevado, o cuando al mirar al cielo y lo
plomizo de las nubes le anuncian que pronto nevará, estará el quid del
examen. Si hay sorpresa, asombro y sonrisa, sin duda anida en su
espíritu rebosante la juventud. Si frunce el ceño y piensa sin haber
dado siquiera un paso, que resbalará tal vez, que se ensuciarán sus
zapatos, o que no podrá irse de viaje, pues las máquinas no tendrán
tiempo de abrir camino. Si reacciona de estas o semejantes maneras, no
lo dudéis, el personajillo tiene ya el rostro espiritual apergaminado,
de viejo que es. Año de nieves, año de bienes, se decía. Pero muchos
no se lo creen.

La Biblia dice de la nieve: admira el ojo la belleza de su blancura y
al verla caer se pasma el corazón (Si 43,18). O también: como
desciende la nieve del cielo y no vuelve allá, si no que empapa la
tierra y la fecunda… (Is 55,10). Heladas y nieves, bendecid al Señor
(Dn 3,70). La proverbial serenidad teñida de pesimismo y esperanza de
Job, tampoco se olvida de la nieve, como tampoco Jeremías, ni
Lamentaciones, ni los salmos, que la mencionan cuatro veces. Ante el
calor del tiempo de la siega, se añora la frescura de la nieve, se
dice en Proverbios. Las molestias propias de este estado del agua, no
hieren a la familia de la mujer fuerte y hacendosa, del final del
mismo libro, pues, ha hecho para toda la familia ropa que abriga
(31,20). A veces se le parece a cierta lepra, Éxodo y Crónicas nos dan
ejemplos. El ángel que anuncia la Resurrección, lleva un vestido
blanco como la nieve, dice Mt 28,3. Los cabellos del Hijo de Hombre de
Apocalipsis 1,14 son también blancos como ella.