V Domingo de Pascua, Ciclo A

San Juan 14, 1-12: Corazón abierto y Esperanza

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

A poca edad que tengáis, mis queridos jóvenes lectores, habréis observado que con frecuencia surgen rivalidades entre grupos que se asemejan. Para solucionarlo, se recurre a gestores o logistas, como queráis llamarlos, sin que acostumbren a conseguir gran cosa. Pues bien, en el Jerusalén de aquellos días, existían dos comunidades paralelas. Íntimamente relacionadas y en muchos aspectos muy unidas, pero entre las que el enojo no les era ajeno en algunas ocasiones, como la que se nos cita en el texto de los Hechos de los Apóstoles. En la capital, obviamente, residían sus vecinos, las fuerzas romanas de ocupación, amén de judíos que acudían periódicamente en sus peregrinaciones rituales, y muchos y heterogéneos grupos dispares: comerciantes, banqueros y ganaderos, entre otros muchos. Dos lenguas diferentes hablaban, que correspondían a dos culturas paralelas. La que el texto llama hebrea, que en realidad el arameo era su lengua, y la griega, que se expresaba en esta lengua, pero que sus miembros podían proceder de muy diversos lugares, desde Roma a Alejandría, sin descuidar la misma Grecia, Creta y Chipre. Eran judíos que habían hablado hebreo en lejanos tiempos, pero que al salir de su tierra e incorporarse a otros lugares, habían aceptado expresarse en la lengua más común de las tierras mediterráneas.

La diáspora de los israelitas empezó unos cinco siglos antes de nuestra era. Ahora bien, la división no era únicamente por los idiomas, su manera de ser también difería, sin dejar por ello ambos grupos, de sentirse judíos de pura cepa. Hubo conflicto con la excusa de que la administración de los bienes no se hacía bien. Resolvieron los Apóstoles escoger responsables de la tarea. Fueron estos: gente de vida correcta y piedad probada, a los que les impusieron las manos. No eran simples gestores, sino administradores de los bienes de la incipiente Iglesia, destinados a los pobres y, una tal función, requería la Gracia divina. No se podía cargar a los discípulos la dirección de todas las responsabilidades, pero tampoco se podía acudir a simples gestores que con técnicas ajenas al espíritu cristiano, administrasen la caridad visible de la comunidad. Fue el origen de nuestra tal benemérita Caritas y del orden del diaconado. Cada uno debe de cumplir el papel que le han asignado. Y de esta manera, la Iglesia fue creciendo. Nunca una diversidad lingüística debe dividir a una comunidad cristiana, cosa que, a veces se olvida.

  Jesús, en el fragmento evangélico del presente domingo, nos comunica un mensaje muy actual. Afirma que en la casa de su Padre hay muchas estancias. Muchas, sí, no es pequeñito el Cielo. Hay sitio en él para todo aquel que quiera, pueda acudir y esté capacitado para entrar. En la tierra ahora, los hombres podemos escoger según nuestros gustos, o responder a lo que el Señor nos invita. Si somos fieles al programa del Maestro tendremos lugar reservado en alguna de estas mansiones. (Utilizo, como el Señor mismo, un lenguaje metafórico, el Cielo claro está, no es ningún castillo material). La casa del Padre, si queréis otra comparación, es un bello jardín, donde las flores variadas se combinan. No son unas mejores que las otras, ni deben invadir terreno o ahogar a las otras plantas. Si queréis otra comparación, se parece a un ejército, donde las diferentes armas: infantería, artillería, marines o aviación, se complementan. Cada una es necesaria. Cada grupo, cada orden, cada movimiento es útil si es fiel a su cualidad y respeta la fidelidad y cualidades de los demás. Obrando así se sirve a los ciudadanos. Unos no deben olvidarse de los otros. Vivir satisfecho, si se es fiel a la propia elección, a la propia vocación, y admirar y simpatizar con las otras elecciones, las otras vocaciones, colaborar si es oportuno, respetarlas, aunque no sea la suya propia, aunque no pretenda uno pasarse a su terreno: este es el ideal cristiano.

 Da el Señor, mis queridos jóvenes lectores, en el evangelio de hoy, también, unas orientaciones, sin lugar a dudas, de incomparable utilidad para todos, pero más especialmente para los que os iniciáis en la vida. Seguramente ya habéis sido testigos de cuanta falsedad existe, de cuanto engaño se vocifera, de cuanta desorientación se siembra. En una situación así, seguramente os preguntáis ¿a quien debo creer yo? No temáis, el Señor viene en vuestra ayuda. Él es la verdad suprema y nunca engaña. Os dice a cada uno: soy aquello que tanto precisas. Tantas teorías escuchas predicadas, proclamadas y vociferadas, para después comprobar que otro las contradice con igual ímpetu, o ellos mismos al cabo de un tiempo, sin saber tu donde esta lo cierto. No te dejes deslumbrar. En mi Evangelio descubrirás las verdades que precisas para progresar, sin destruir por ello tu brújula interior. Quieres iluminación, pues, junto a mí la encontrarás. Observarás que el mismo evangelio que iluminó la vida de los primeros discípulos, es el que ahora aclara la de los misioneros, la de los sacrificados servidores de los pobres, la de los valientes profetas que reclaman justicia. El mismo que da sentido a la vida de los monjes, lo da a los matrimonios. El que entusiasma a jóvenes como tu y da conformidad a enfermos y a ancianos. Nunca, si me sigues, te sentirás errado. Soy la verdad, que puedes convertir en tu verdad.

 Os preguntáis ¿Qué debo hacer? ¿Qué debo escoger? ¿Cuándo debo decidirme? Jesús os responde: yo soy el camino. Sigue mis huellas. Viví unos cuantos años, tuve amigos y enemigos, fui admirado y despreciado, triunfe unas veces y fracasé en otras. Al fin aunque mi muerte, creyeron algunos, fuera derrota, mediante ella resucité y resultó ser mi triunfo y el de los que a mi se incorporan. Tu vida pasará por situaciones semejante. Estúdialas, aprende de ellas. Sígueme, soy tu camino. Desconoces por donde te llevaré, pero no te perderás. Tu ruta no será aburrida, no serás un simple acompañante. Te quiero mi compañero. Juntos viviremos la aventura de la vida. Tú y yo iremos cumpliendo los planes del Padre. Te necesito a ti, sin que renuncies a ti mismo. Me necesitas a mí, sin que a mí me hagas falta. Soy el camino por donde puedes proseguir, sin miedo a perderte.

 Quieres disfrutar de la vida. Vivirla a grandes bocanadas, pero a veces te da miedo. La muerte acecha a algunos, y se los lleva en cualquier accidente o cruel enfermedad. El desespero tienta a otros y los arrastra por los senderos de la droga, sea ilegal, suave o fuerte, o sea legal, llamémosla alcoholismo. Te preguntas angustiado, porqué estás en esta vida, si a ti nadie te consultó. Desearías desaparecer, dejar de existir. En algún momento tu decepción, tus fracasos o errores, te han llevado a imaginar el suicidio como solución a aquel mal trago que estás pasando. Sabes que algunos jóvenes lo han llevado a término. No es que no quisieran vivir, es que la vida que arrastraban no les satisfacía. Se avergonzaban de ella y no se veían capaces de cambiarla por otra. Jesús nos da oportunidad de adquirir una vida nueva. El perdón y la Gracia, cambian la existencia personal. No lo olvides, no seas cobarde, da un paso adelante: Él es la vida. Es la plenitud de Dios, que he venido a comunicártela. Vive conmigo y nunca recelarás de tu existencia, te estará diciendo, a poco que trates de escucharle. Vivirás en plenitud y no temerás que un día se acabe, porque, junto a mí, el final, la muerte, solo es un cambio.

 Si te gusta mi historia, si la conoces y la admiras, te lo aseguro, tú también gozarás de semejantes éxitos. Pasarás por la duda, como a mí me corroyó en Getsemaní. Por el dolor, como lo sufrí yo, en el Pretorio y el Calvario. Llorarás por el abandono de los tuyos, como me pasó a mí. No notarás progreso en tus proyectos, pero no te alarmes, recuerda que morí prácticamente solo y, ya lo ves, ahora sois muchísimos los que formáis la Iglesia, los que de tantas maneras lucháis por conseguir un mundo mejor, donde no haya tantos desniveles, donde la Fe aliente a muchos, donde el Amor llene de gozo a cada uno. Te desanimarás, pero no te desalientes. Vive junto a mí, que yo compartiré tus penas. Vuelvo a repetírtelo: soy el camino, te ofrezco mí camino, la verdad, la que necesitas ilumine tus días, la vida, la que debes gozar a pleno pulmón.