VI Domingo de Pascua, Ciclo A

Juan 14, 15-21: Preparados y bien dispuestos

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja  

 

El tiempo de Pascua o, en la época apostólica el que transcurrió entre la Resurrección del Señor y la efusión abundante del Espíritu, es una especie de noviciado de la Iglesia. Un novicio es aquel que está aprendiendo a conocer y practicar lo que cuando profese deberá vivir y testimoniar en plenitud. De alguna manera, ya se ha metido dentro del grupo al que aspira. Después, desde dentro y pasado un periodo, recordara aquella etapa, relacionándola con su vida posterior. Os digo esto, mis queridos jóvenes lectores, porque la liturgia de este domingo mezcla enseñanzas de Jesús, en su época de predicación por Galilea, junto con enseñanzas de los Apóstoles, añadiendo experiencias de la primitiva Iglesia.

En la primera lectura se nos cuenta alguna andanza de Felipe por tierras samaritanas. Se trataría de la antigua ciudad de Samaria, capital de la región del mismo nombre, llamada posteriormente Sebastiye, hoy ya en ruinas, a unos once kilómetros de la actual Nablus, o de sus entornos. Lo que pretende enseñarnos el fragmento es que el mensaje cristiano, nacido en el seno de una sociedad judía, no podía restringirse a ella, debía extenderse fuera. A la evangelización iniciada por Felipe, le siguen los grandes apóstoles Pedro y Juan, confirmando su obra y sellando la operación el Espíritu Santo, que se hace presente. Por más que los samaritanos fuesen considerados inferiores en religiosidad y cultura, no se les debe excluir de la Gracia, lo proclama la acción de Dios. Todos deben ser objeto de los desvelos del cristiano, por muy inferiores que se crea son ellos. El Paráclito les llegará igual. En Samaria reciben los mismos dones que los de Jerusalén, la ciudad santa y capital del territorio.

Más que llevar insignias o enseñar carnés de cristianismo, lo que se trata es de que el comportamiento del discípulo del Señor sea “provocativamente cristiano”, es decir, que su manera de vivir, estudiar, trabajar, comer, jugar, sorprenda en su entorno y que al preguntarle el porqué de su obrar de esa manera, sin ninguna prevención, manifieste que si vive, piensa y habla así, es para ser consecuente con su adhesión a Jesús. No debemos nunca ser reservados y pensar que la Fe pertenece a la esfera de la intimidad, en la que nadie debe penetrar, ni inmiscuirse. Que por la osadía de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, y el encanto, alegría y audacia de vosotras, mis queridas jóvenes lectoras, sepan los demás, que si sois así, se debe a que queréis ser fieles seguidores del Señor, sin esconder a nadie la razón de vuestra Fe y Esperanza. Vividas ambas, acompañadas las dos, del Amor-Caridad.

Nuestro encuentro con Dios se realiza en Jesucristo. Él, su vida, su doctrina, su testimonio, nos deben encantar, entusiasmar, atraer. Pero no se trata de sentir la admiración que pueda suscitar por ejemplo un artista, un músico o un deportista. Ellos pueden captar nuestra atención, pero la mayoría de las veces nos es imposible imitarles, ni ellos lo buscan. Un cantante, por ejemplo, lo que puede pretender es gustar y nada más. Que le pidáis un autógrafo, que tengáis un póster, aunque no tengáis oído musical o no sepáis tocar ningún instrumento, eso a él no le interesa para nada. La Fe nos incorpora a Cristo. Ahora bien, si es necesario que no nos callemos, también lo es que sepamos que es imprescindible que seamos consecuentes en nuestro obrar.

Si tenéis dinero, debéis pensar en los que no tienen. Cederles algo de lo vuestro, para que haya entre vosotros, entre compañeros o entre antípodas, que para la solidaridad, como en Internet, no existen distancias, algo más de igualdad. Comportamientos tales, suponen no gastar inútilmente en ropa que no se precisa, no tirar nunca comida, pensando en los que pasarán hambre en aquel momento, tratar de que lo que tenéis sea útil también para los demás. Podría ir alargando la lista y no resultaría completa.

vNuestra condición cristiana nos exige esta solidaridad con nuestros contemporáneos. Exige que huyamos de lujos, del confort, del presumir. Pero exige también que nos sublevemos y luchemos, cada uno a su manera y según sus posibilidades, ante las injusticias que muchos poderes públicos o fácticos someten a los pobres. En razón de nuestra Fe debemos obrar así, no simplemente por querer ser “rebeldes sin causa”. Es difícil ser cristiano, no lo dudo. Ni lo ignora Jesús, de aquí que nos anuncie que vendrá su Espíritu. Dejándonos empapar de Él, nos incorporaremos a la intimidad de Dios. Nos lo van desvelando los textos litúrgicos de estos días, preparándonos para la efusión de Pentecostés, que debemos esperar con ilusión.