Solemnidad de la Ascensión del Señor, Ciclo A

San Mateo 28, 16-20: Ultima visita

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

 

 

Uno de los recorridos que me gusta hacer cuando estoy en Jerusalén, mis queridos jóvenes lectores, es el que va de la Puerta de los leones, o de Judá, a la cima del Monte de los Olivos. El trayecto, de unos ¾ de hora, atraviesa Getsemaní y el lugar donde, según la tradición, Jesús enseñó el Padrenuestro. Cuando uno llega al final, se encuentra con un recinto cerrado y, previo pago del billete de entrada a un musulmán, penetra en una gran rotonda de perímetro octogonal y sin techo. Hay que pisar firme en la tierra, en la realidad en que uno vive, sin olvidarse de mirar al Cielo, de tener miras muy altas, en cada uno de nuestros proyectos, parece decirnos esta descubierta edificación. En el centro hay una pequeña construcción, allí dicen fue el último lugar pisado por Jesús antes de elevarse al Cielo y hasta se atreven a enseñarnos la huella que dejó su pie. El texto bíblico no nos suministra tanto detalle y ni hace falta creerlo. El Señor se fue, aparentemente. Sabemos que se quedó de otra manera. Es preciso que sacar consecuencias.

 Si lo pensamos bien, la Ascensión no es otra cosa que la última visita del Señor a sus discípulos. Rezuma el relato la elegancia de una despedida cortés. Si hubieran continuado estos encuentros por aquellas tierras, ocasionarían aun hoy más de un trastorno. Vivirían muchos pendientes del posible momento en que pudieran ocurrir. Se organizarían peregrinaciones para ver a Jesús. Lamentarían muchos no disponer de medios para conseguirlo. Se acabaron pues y fue buena decisión de Dios, sin duda. Las nubes que se extendieron por encima de los amigos fueron como aquella manchita que se pone al final de un artículo, advirtiéndonos que se ha acabado el artículo, que no es necesario buscar la continuación. Por otra parte no les dejó solos, no nos dejó solos. Se quedó de otra manera. Permaneció en compañía de aquellos que, siendo dos o más, se reunieran en su nombre. Está también entre nosotros en la Palabra Revelada. El texto bíblico no es un escrito cualquiera. Escuchado con atención y espíritu reverente, es alimento espiritual. Especialmente, permanece en la Eucaristía. Al Pan consagrado le falta espectacularidad, pero existe Él en él, gozamos de la misma compañía, fuerza y cariño, que en su presencia palpable.

 Aparentemente, la primera lectura de la misa de hoy, se limita a describirnos el hecho al que os hacía referencia, pero hay algún detalle que me parece, mis queridos jóvenes lectores, vale la pena comentar. Marcha el Maestro y se anuncia que volverá de la misma manera. En el intervalo, hemos de vivir con el estado de ánimo de quien añora y espera ilusionado. La vida no ha de ser una aburrida aceptación del monótono acontecer de cada día. Pasó más tiempo, falta menos tiempo para que vuelva, hay que pensar cada jornada que transcurre.

 Sois los jóvenes, propensos a dejaros deslumbrar por los aparentes ídolos que se cruzan en vuestras vidas, de aquí que os impacten más las decepciones que os producen el descubrir sus fallos, sus pérdidas de interés, su desaparición de la vida pública. San Pablo, en la segunda lectura de hoy, responde a esta situación. Desea él, que se “iluminen los ojos de vuestro corazón”. Esta expresión, creo yo, corresponde a la inteligencia emocional, de la que se habla hoy en día, y que se le da tanta importancia para el progreso de los dirigentes empresariales y para lograr éxito personal. Se trata de que contempléis la Fe, no como un catalogo de exigencias que se deban aceptar sin discusión, sino como una riqueza interior que gratuitamente se nos da. El dinero se gasta y su poder es limitado. El éxito hoy se consigue y mañana cae en el olvido. Tener un corazón animado, entusiasmado, esperanzado, es una suerte que no podemos desperdiciar. Desea Pablo que así sea nuestro interior.

Cuando se es así, resulta que descubrimos que nos espera una herencia que nunca se acaba. Poseeremos la capacidad de hacer cosas grandes, pues, el Señor nos acompaña siempre, si queremos. Vivimos también la satisfacción de pertenecer a la Iglesia. La Iglesia es la comunidad humana de los que estamos incorporados a Jesucristo. Tenemos de ella a veces una opinión que viene de lo que dicen los periódicos, las televisiones o tanta gente que se cree habla de ella y en realidad se está refiriendo a una de sus partes, uno de sus contenidos, ilustre tal vez, visible, muy noticiable, pero que no podría existir sin el resto de sus gentes. Y que muchas veces no es la más profunda. En el cogollo de la Iglesia, están los santos. Son nuestros héroes. Oiréis hablar de canonizaciones. Se dice que en estas celebraciones se están “haciendo santos”. No lo creáis. Los santos se hacen ellos mismo, con la ayuda de la Gracia. Vosotros os hacéis santos, con la ayuda de la Gracia. Lo que hace la Iglesia, en algunos casos, es “homologar” la bondad de algunas personas que habían sido durante su vida, buenas personas. Lo importante es que se nos invita y se nos da posibilidad de que sean ellos nuestros amigos, nuestros compañeros, nuestras ayudas.

 La lectura evangélica aunque expresa una recomendación que hizo el Señor a sus discípulos, a los que en aquel momento estaban a su lado, es una invitación a todos. Me la hace Jesús a mí cada día, yo que ya soy viejo, pero que para evangelizar lo debo hacer con el mismo entusiasmo de cuando era joven. Os la hace a vosotros, mis queridos jóvenes lectores, cada uno a vuestra manera, según vuestras posibilidades. No ocupéis vuestra vida en cosa fútiles, sin relieve eterno. En vuestros estudios, en vuestro trabajo, en vuestros juegos, en vuestros encuentros, debéis poner vuestros deseos de enriquecer el mundo con toda clase de bondades, también de la Gracia que Jesús nos dejó en herencia. Yo, os lo aseguro, muchos días, en mi oración al final de la jornada, le pido al Señor que os lo conceda.