Solemnidad de Pentecostes

San Juan 20, 19-23: Pentecostés

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja  

 

Es una fiesta muy antigua y repleta de contenidos. El nombre en hebreo significa semana de semanas. 49 o 50 días, separaban las labores de siega de la cebada, de las del trigo. Agradecían los dones de la cosecha de esta cereal, ofreciendo en el Templo espigas de buen candeal. Es la fiesta de la donación de la Ley del Sinaí al pueblo escogido de Dios. La de los frutos de la Tierra Prometida. Era un día, pues, rebosante de alegría judía, el que escogió Dios para inundar a los discípulos de su Divino y Personal Espíritu. Mi pretensión al explicaros estas cosas, mis queridos jóvenes lectores, no es daros una lección de arqueología religiosa. Si os lo he contado es para que os deis cuenta de la situación en que se realizó el prodigio.

Los apóstoles vivían aquella etapa que transcurría después de la resurrección del Señor con cierta perplejidad. Ya sabemos la desconfianza que tenía Tomás, que quiso tocar. María la de Mágdala, que se llevó un gran chasco al confundirlo con un hortelano. Los de Emaús estuvieron más de una hora hablando con Él, sin reconocerlo. A todos, les visitaba a veces en Jerusalén, otras en Galilea. Hablaba con ellos y hasta una vez comió, para que se convencieran de que era él. Aprendían sí, pero no mejoraban demasiado, como nos ocurre también a nosotros. Jesús, poco a poco les iba ayudando a progresar, pero seguían encerrados en sus temores. Prisioneros de angustias, seguían utilizando aquella sala donde con el Maestro habían celebrado la prodigiosa Cena. Salían de allí, sin duda, y hasta se habían incorporado en algunas ocasiones a sus faenas profesionales: la pesca en el Lago.

Fue una etapa interesante, pero no brillante. El noviciado de la Iglesia. Una etapa de consolidación de la amistad, que preparaba la gran dispersión que vendría después. Jesús les trasmitía el Espíritu Santo pero ellos estaban tan aturdidos que no se daban cuenta. Pensaban todavía en el pecado de su huida y abandono, el día de Getsemaní, mientras que el Maestro lo había olvidado y les trasmitía el poder de perdonar. La paradoja cristiana, tan peculiar, de siempre. Era preciso que en algún momento se efectuara un prodigio que les sacara de la modorra. Ruido, fuego, valentía, puertas abiertas, entendimiento de lenguas extranjeras (traducción simultanea a expensas de Dios, le llamaríamos ahora).

3.- Recalco que el relato que hace el libro de los Hechos, dice explícitamente, que se reunían allí los apóstoles, los discípulos, las santas mujeres (llámeselas: María de Mágdala, de Salomé, de Cleofás…) con la Madre del Señor. No os sintáis, mis queridas jóvenes lectoras, sin falta de representación vuestra aquel día. Y no deis la culpa de ello a la Iglesia. Como en tantas ocasiones, la ignorancia se deriva del proceder de la mayoría de los artistas, que han plasmado la escena, sin presencia femenina, excepto la de Santa María.

Si el hipotético big-ban fue el origen del Universo, Pentecostés fue el origen de la Iglesia. Si la noche de Pascua es la jornada de los bautizados, este día lo es de los cristianos decididos, apóstoles, militantes, comprometidos. El lugar del prodigio de Pentecostés que visitamos, goza casi de certeza de autenticidad. Hay muchas razones para situarlo en el mismo sitio que el de la Santa Cena. Está en un espacio situado hoy en día fuera de las murallas, cercano a la puerta de Sión, en aquella época se situaba dentro, pues su trazado era diferente. El estudio arqueológico delimita muy bien el espacio. El área correspondería a un fragmento de lo que visitamos, sumado a otro espacio, situado a su lado, en otro recinto. Hablo de área, no de paredes ni columnas, que las que vemos, o veáis en fotografía, corresponden a etapas posteriores. Para los que lo desconozcáis, mis queridos jóvenes lectores, os diré que el ámbito fue primero iglesia, más tarde mezquita y lamentablemente ahora, se quiere atribuir su propiedad la autoridad de Israel. Perplejos entramos y tratamos de recordar lo que allí ocurrió, para que se renueve en nuestro interior el prodigio. Que lo que ya sabemos, lo que hemos aprendido de las enseñanzas de Jesús, lo que hemos pensado y nos da miedo tomar en serio, lo que no queremos meditar demasiado, para poder así justificar nuestra mediocridad y permanezca subterráneo sin inquietarnos, todo ese cúmulo de verdades, tomen vida. Es preciso que afloren de una vez, germinen, crezcan y den fruto para el mundo.

El Espíritu Santo es la ilusión de Jesús, su regalo preferido. Aceptarlo es una muestra de gratitud. Pobres de nosotros si lo despreciamos. Por otra parte, si nos hemos sentido avergonzados porque no somos consecuentes con nuestra Fe, ha llegado el momento de que nos demos cuenta de que el ser cristianos, el ser santos, es una cosa demasiado grande para nuestra talla, pero que hoy, Pentecostés eterno, se nos da la posibilidad real de alcanzarlo.

Si el Padre Eterno es el poder creador, el Hijo Unigénito la salvación, el Espíritu Santo es la eterna Juventud divina que se nos infunde. Es hoy la gran oportunidad de dejar que nos empape. Os sugiero que repitáis hoy muchas, muchas veces, la petición: Ven Espíritu Santo. Tal vez os ayude hacerlo, cantándolo en latín con la melodía de Taizé: Veni, Sancte Spiritus. Cuando lo hayáis repetido 57 veces (es un decir) notaréis que algo en todo vuestro ser ha cambiado. No lo ahoguéis, continuad avivándolo siempre. Vuestra vida será maravillosa.