Solemnidad de la Santísima Trinidad

San Juan 3, 16-18: Trinidad Santa

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja  

 

 

Seguramente se os ha ocurrido en alguna ocasión, mis queridos jóvenes lectores, que esto del misterio de la Santísima Trinidad, no aparece en la Biblia. Probablemente también, habréis pensado que no os interesa para nada, que es suficiente con la fe y confianza en Jesús, el maestro y amigo de Nazaret. 

Tal vez, en alguna ocasión, podéis ser interpelados por personas que desde dos extremos, os atacan, increpándoos por aceptar la Trinidad. Os pueden decir que para qué sirven tantos dogmas, y este en especial, que la fe religiosa debe ser sencilla y simple, que es suficiente creer en Dios y basta. Os pueden decir también que sois politeístas, es decir, que creéis en tres dioses y en cambio ellos, poseen unas creencias más evolucionadas y perfectas: creen en un solo Dios. Os pueden decir otros, que es perder el tiempo, preocupándose de cosas de fuera. O también que conseguir la paz interior, el dominio de sí mismo, es la tarea fundamental de cualquier persona.

Os he dicho que se trataba de dos extremos y no quiero dejar de dar algunos detalles y darles nombre. El primer interlocutor muy bien pudiera ser de religión musulmana. La Trinidad, para ellos, significa admitir tres dioses (para nosotros nuestra Fe perdería enteros, si así lo fuera). El segundo interlocutor lo hace desde el otro extremo. Lo deberíamos incluir en el conjunto de las espiritualidades orientales, que crecen en torno al budismo.

Creer en un solo Dios es un gran adelanto. Religiones hay que aceptan más de mil. Pero creer en Dios no es como saber que en un determinado lugar de la galaxia, existe una estrella. Dios no nos deja indiferentes, porque está en el origen de nuestra existencia, lo intuimos y es la razón de nuestra continuidad, lo reconocemos. Existe otro motivo supremo. Dios nos ama y desea ser amado y, si alguna vez habéis estado enamorados sabréis que el que ama desea conocer detalles de aquel a quien ama. Puede fascinarle en el primer momento la belleza de su cuerpo, pero enseguida deseará descubrir detalles de su vida, de lo que sabe, de cómo es. Los amores grandes siempre son un misterio. Puede un matrimonio pasar muchos años de feliz convivencia y siempre querrá cada uno enterarse de alguna cosa nueva de su consorte. Y por mucho que se cuenten, siempre quedará del otro un rinconcito desconocido. Algo semejante pasa con Dios, pero a lo grande.

Buscar en exclusiva la serenidad, la paz interior, el conocimiento místico, puede parecer suficiente, pero no pasa demasiado tiempo para desear imperiosamente no sentirse sólo, por perfecto que uno se crea. Una persona repleta de paz difiere de otra persona que también se crea poseedor de ella. Somos diferentes y aspiramos al diálogo. A comunicarnos para conocernos y enriquecernos del otro. Dios lo sabe y por eso se adelantó a hablarnos y explicarnos.

 Por Jesucristo hemos sabido muchas cosas, hemos aprendido a comportarnos y hemos avanzado en el conocimiento de nosotros mismos. Pero la mayor prueba de amor que puede tenerse, la expresión de la suprema confianza, es la confidencia. Cuando siente amor, se da y se recibe, se cuenta al amado aquello que de uno mismo los demás no saben. Normalmente eso se hace en secreto. Se dice al oído: no se lo cuentes a nadie, pero yo sé… o a mí me pasó un día… en mí familia ocurrió… Es un acto de confianza y nos satisface ser depositario de estas confidencias. Algo así podemos afirmar de Dios. Amó tanto a los hombres que empezó un día a hablarles de sí mismo. Poco a poco y con emoción lo fue comunicando. Nunca dijo: “Yo soy Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres personas distintas y un solo Dios verdadero”, como rezaba el catecismo. No encontraréis esta frase en la Biblia, no. Pero si leéis, si hoy habéis escuchado y asimilado las lecturas de la misa, deduciréis que Dios es Padre, más aun “papaíto”. Dios es Hijo y Hermano mayor nuestro. Nos llega su Espíritu a nuestro interior y en algún momento nos parece explotar de júbilo.

La actitud de los que pretenden despreocuparse de si existe Dios o de cómo es, diciendo que uno debe perfeccionarse con sus propias fuerzas y es suficiente, es una concepción muy restringida. Nosotros nos sentimos individuos. Queremos mantener nuestra originalidad. No deseamos disolvernos anónimamente. Somos así, es muy difícil, yo creo imposible, negarlo. Dios ha acudido para responder a este anhelo y sin decirnos que abandonemos la labor de perfeccionarnos, nos ha dicho que está a nuestro lado, que nos acompaña, que nos protege, porque nos ama. Las confidencias se hacen en secreto, os lo recuerdo. Seguramente cuando recibisteis alguna se os dijo: no se lo cuentes a nadie. Las confidencias de Dios pueden ser anunciadas y contadas. De todos modos, por mucho que lo oigamos, si no lo meditamos en el silencio y soledad de nuestra interioridad, no avanzaremos espiritualmente. Por mucho que sepas, aprendido en libros o conferencias, lo mejor te será comunicado en tu soledad, para que te convenzas que no estás nunca solo y te sientas feliz y satisfecho de serle a Dios honestamente fiel.