Solemnidad del Courpus Christi

San Juan 6, 51-58: Día de Corpus

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

Cuando yo era pequeño, mis queridos jóvenes lectores, se decía: tres jueves hay en el año que relumbran más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión. Recuerdo las procesiones que en aquellos tiempos se celebraban y que nos llenaban de fervor a unos o eran respetadas en silencio por otros. Debéis comprender estas cosas para que entendáis que nos costaba muy poco a nosotros que ahora somos mayores, sentirnos religiosamente conmovidos por la fiesta. Hoy a vosotros, cosas de este estilo, os sugerirán seguramente poco. Semejante os ocurrirá al ver los maravillosos ostensorios, también llamadas custodias, de preciosa orfebrería. Os lo advierto, lo importante no es el recipiente, ni el desfile. De lo importante es de lo que os quiero hablar.

Sin ninguna duda la jornada eucarística por excelencia es el Jueves Santo. Celebramos la Santa Cena, el mandamiento nuevo, el sacerdocio ministerial. Ahora bien, esto ocurrió, y lo conmemoramos, poco antes de ser Jesús encarcelado, torturado y muerto en cruz. La Iglesia desea que otro día dediquemos la reflexión y la celebración a esta gran riqueza de los cristianos que es la Eucaristía, de aquí que se instituyera la fiesta de Corpus.

Como a todos los humanos, a los cristianos nos es posible entrar en una cierta unión con Dios mediante la plegaria. La primera comunión (común-unión) con Cristo la tuvimos el día del bautismo y quedamos a Él dedicados para siempre. Pero sabía el Señor que necesitábamos sentirnos compenetrados, ayudados y nutridos con algo que superara y mejorara este primer encuentro. La Eucaristía nos permite, bajo la apariencia de una comida-bebida, recibir un alimento espiritual real, no aparente, que nos dé fuerzas y nos permita ser cristianos santos.

Vamos a comentar un poco las lecturas de la misa de hoy. La primera hace referencia al gran acontecimiento de la liberación de Egipto. En su huida, el pueblo escogido no fue abandonado por Dios. Fue sometido a pruebas, pero siempre protegido. Entre todas las muestras de predilección que gozaron, sobresale el maná. No es hoy el momento de analizar en qué consistía. Debemos recordar lo que significó. Entre todas las delicadezas de las que se aprovecharon, sobresalió este manjar que fue un símbolo, un don significativo y simbólico, que les era desconocido a los israelitas. Lo recordamos hoy porque fue un adelanto, una prenda, una parábola, de lo que había de venir.

La segunda lectura de hoy es la narración más antigua que conservamos de la institución de la Eucaristía, la escribió San Pablo a los corintios, no mucho más de veinte años después del acontecimiento. No podía inventarse una cosa de la que mucha gente todavía viva, tenía noticia cierta y conocimiento directo. El fragmento de hoy es una consideración que os puede resultar muy interesante a vosotros, mis queridos jóvenes lectores. Os sentís a veces solos, os sentís abandonados, os sentís incomprendidos. Pues bien, pensad un rato en esto. Así como cuando comemos, el alimento se convierte al cabo de poco, en nuestro mismo cuerpo y el agua que bebemos, es la que circula pronto por nuestras venas, formando parte de nuestra sangre, así al comulgar, Cristo se hace nuestro. No estamos, pues, solos, desprotegidos, abandonados. Pero la comunión no realiza solamente una unión con el Señor. Puesto que está vivo y nosotros también, el encuentro con Jesús se convierte en encuentro íntimo con todos los otros que comulgan.

El lenguaje de Jesús recogido en el evangelio de Juan que hoy leemos, es provocativo. El Maestro no podía hablar de otra manera a aquella gente. Los judíos que le escuchaban no merecían otro lenguaje. Obcecados como estaban contra Él, lo interpretaban como si quisiera que se convirtieran en caníbales. El Señor no se inmuta y machaca lo dicho. No solamente Él será comida, sino que si no admiten este alimento no podrán tener vida eterna. Habla de su realidad corporal pero dice que es un pan, para no suscitar ascos Aun así ellos no lo quieren aceptar. Les recuerda a ellos el maná tan querido, para que entiendan algo de lo que les está contando. Fue aquello un prodigio, pues mucho más será este. El pan eucarístico da vida para siempre. El pan eucarístico une íntimamente con Jesús y con el Padre al que Él esta unido. Cuando uno medita estas enseñanzas, que son anuncio de gran riqueza espiritual, comprende que no debería decir: tal día comulgaré, sino en todo caso: excepcionalmente, tal día no comulgaré.

Hoy en día que se habla tanto de dietas de alimentación correctas, que se advierte de la necesidad que hay de suprimir comidas basura y acogerse a productos naturales, debemos, en el terreno espiritual, agradecer al Señor lo que Él nos ofrece. Después de comulgar se siente uno con la capacidad de ser santo. Después de comulgar se siente uno capaz de vencer tentaciones. Después de comulgar se siente uno satisfecho de no estar solo. Después de comulgar debe uno sentirse feliz del todo. Y si no os es posible comulgar no olvidéis que en la Eucaristía que se guarda en el sagrario, está presente y podéis encontrar comunicación con Él, rezando a su lado. Cada genuflexión que hagáis es un saludo, cada palabra será una súplica. Yo al levantarme y antes de irme a dormir, puesto que ya he celebrado misa, me acerco al sagrario y rezo por mí, por mi familia, por mis difuntos, por mis amigos conocidos y por mis queridos jóvenes lectores. Espero que lo hagáis también vosotros por mí.