IX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 7, 21-29: Obras son amores...

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja    

 

…Y no buenas razones, dice el refrán castellano. Tal vez recordarlo sería suficiente para entender las enseñanzas de la primera lectura y la del evangelio del presente domingo. Pero os comentaré, mis queridos jóvenes lectores, algún detalle, como lo hago cada semana. En primer lugar os cuento lo que he visto muchas veces por Tierra Santa, especialmente en el Muro Occidental (mal llamado “de las lamentaciones”) en sinagogas y junto a tumbas o en cementerios. Que la Ley deba meterse en el alma, en el corazón y en la mente, lo cumplen muchos judíos al pie de la letra. Antes de disponerse a rezar, se atan con cintas o finas correas, unas cajitas que en su interior tienen escritas las palabras reveladas. Se las ajustan a la frente y en la mano. Como confeccionar los estuches, escribir el fragmento correspondiente en diminuta letra y completarlas, es oficio de judíos ortodoxos, tal vez de los rabinos o de los que para serlo se preparan, y deben hacerlo en hebreo, resulta que comprarlas supone un desembolso que nunca me he permitido, cuando las he visto en Jerusalén.

Pregunté un día si leían los sagrados textos y me contestaron que estos no eran para ser leídos, sino estudiados. Es una buena manera de cumplir lo que se dice en la primera lectura. Tal vez más correcto aún, fuese que hay que meditarlos, guardándolos en el corazón. Huyendo de disquisiciones, será conveniente que nos preguntemos hoy con sinceridad, si nos tomamos en serio lo que aprendemos, si al decidir nuestra vida y lo que queramos sea nuestro futuro, si al programar nuestro tiempo diario, lo hacemos buscando ser fieles a las enseñanzas del Señor.

El fragmento evangélico que leemos se refiere a la vida ordinaria, que, si la aceptamos conscientes de ser discípulos de Cristo, no es, de ninguna manera, monótona. Ser cristiano de boquilla, por lo común, no exige esfuerzo. Nadie incomoda al que dice que es cristiano, como le despreocupa que afirme que está afiliado a un partido político, o que es miembro de un club de fútbol. En nuestro campo de juego, en el terreno cristiano, el Maestro quiere que le seamos fieles de palabra y de comportamiento. En llegando a la culminación de nuestra vida, se nos examinará de si hemos puesto en práctica las enseñanzas de Jesús. No bastará haber vociferado cantos o eslóganes. No se trata de acudir a manifestaciones con banderas o pancartas. Bueno es participar en acontecimientos que nos ayuden a progresar y que con nuestra presencia demostremos que estamos de acuerdo con el Evangelio.

Pero no es esto suficiente. Participar en un coro parroquial, acudir a una concentración, presentarse en la celebración de una fiesta con insignias y canciones, puede ser bueno. Pero en acabando hay que dar testimonio con obras. Con obras buenas, pero que respondan a las palabras que pronunciamos cuando nos resulta fácil explicarnos y ningún peligro nos acecha por ello. De acuerdo sí con nuestras posibilidades, que a nadie se le pide pretender superar sus fuerzas, cosa que más que arriesgado, denotaría desequilibrio u orgullo.

No se trata de pretender conseguir la paz entre naciones que están en guerra, ni de acabar con una epidemia generalizada, ni de suprimir el hambre del mundo entero. Cada uno en su lugar, a su manera, superando dificultades que se le presenten a él, debe diariamente hacer algo por el bien de los demás. Debe dejar el mundo, cada noche, un poco mejor de cómo lo encontró por la mañana, como deseaba se hiciera Baden Powell, el cristiano fundador del movimiento scout. Envolverse en uniformes o lucir insignias, pero no hacer nada diferente a lo que hacen los demás que no son cristianos, sin reconocer que nuestra Fe se demuestra en obras concretas, es vivir equivocado.

Jesús utiliza una imagen propia de su tiempo. Habla de edificar una casa sobre roca o sobre arena. Tal vez hoy diría que unos excavan cimientos sólidos de hormigón armado, para elevar sobre ellos su vivienda y otros, en cambio, se contentan con depositar una casa prefabricada, asentada en un lugar cualquiera, que la más mínima crecida de un torrente puede arrastrarla aguas abajo.

Ahora que sois jóvenes, mis queridos lectores, es preciso que practiquéis lo que la doctrina nos exige. Tal vez sea aceptar y hablar con un compañero antipático, recibir con simpatía a uno que, procedente de otras tierras, se incorpora a vuestra clase, trabajar anónimamente elaborando papeles que ayudarán al éxito de campañas que reclaman justicia. Ser como una hormiguita que lleva su carga, para ayudar a los demás. Trabajar de esta manera, con ahínco y constancia, es vivir al lado de Jesús, que siempre está implicado en todas las tareas de socorro, de ayuda a los injustamente tratados, a los despreciados, a las víctimas de desastres naturales, a los que sufren enfermedades que son tenidas como despreciables, a los que las circunstancias no les han permitido salir de su ignorancia. Si obráis así, no tendréis que reclamar la atención de Jesús en el día final. Os reconocerá Él, como compañeros de fatigas que habréis sido. Y he hablado en masculino, como si se tratara de empresas propias de chicos. Os diré a vosotras chicas lectoras: os pido que leáis las historias de las heroínas bíblicas y tratéis de imitarlas. Ester, Judit, Rut, Susana, son algunos ejemplos. Os costará muy poco leerlas y si os fijáis bien, aprenderéis a poner al servicio de Dios vuestras cualidades más femeninas. Sin que os olvidéis de las que en su vida histórica se encontraron con Jesús, aquellas que le acompañaron y sirvieron, aquellas que le ofrecieron sus ricos perfumes, aquellas que le escucharon embelesadas, aquella que muy de mañana, acudió al sepulcro a realizar un trabajo inacabado.