X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
San Mateo 9, 9-13: La esperanza
Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja
Cuando estoy en Tierra Santa, siempre que puedo, mis queridos jóvenes lectores, voy a los sitios relacionados con nuestro padre Abraham, del que se habla en la segunda lectura de hoy. No resulta fácil acercarse a Siquem, próximo a Nablus, pero voy y admiro y solicito que me sea concedida la esperanza que allí anidó en el corazón del Pequeño Gran Patriarca. En Beer-Sheva gozo recordando la virtud que ya había germinado y se le hacía difícil conservar. En el lugar santo de Mambré mi emoción es suma. Se le prometió allí lo que más deseaba y, contra toda lógica, tuvo confianza en Dios. En Hebrón, con mucho respeto, visito su tumba. Os he contado esto pues quisiera que comprendierais que la Fe y la Esperanza, son actitudes reales de un hombre concreto en una época y geografía concretas. Una fe que fuera solo acopio de verdades, por muy auténticas, seguras y precisas que fueran, tendrían escaso valor humano. Sería como convertir el cerebro en un fichero teológico. Una tal fe, vacía de esperanza y de amor, podría merecer títulos académicos o galardones “honoris causa” pero ni otorgaría felicidad, ni justificaría, ni conduciría hacia eternidad satisfactoria.
Abraham se separó de su padre y peregrinó hacia el sur. Era un jeque beduino, que se trasladaba en una época que era preciso hacerlo, debido a sequías que dificultaban el pastoreo. Eso parece referirnos la historia. La Biblia, en cambio, el interés que dominaba toda su existencia: tener un hijo, un sucesor que continuara su oficio. Abraham no sabía que después de esta etapa histórica, el hombre continúa otra existencia. Creía que solo le era posible perdurar en un hijo que le heredara. Se hacía viejo y ese hijo no llegaba. No obstante, el Pequeño Gran Patriarca, continuaba confiando en Dios que se había hecho su amigo. Si es difícil la amistad, mucho más lo es confiar en los que prometen y momentáneamente no otorgan. En el lugar santo de Mambré culminó la prueba y el riesgo de la lealtad. Abraham pasó el examen, de aquí que Dios esta actitud se la computó como justicia. Y fue en bien nuestro también, como dice el Apóstol. Es preciso que os examinéis, mis queridos jóvenes lectores. No se trata de pasar un curso escolar, un examen psicotécnico, o una prueba de permiso de conducir. Nadie hoy, en apariencia, se hará presente. La propia conciencia será por ahora el juez, es preciso ser radicalmente sinceros. Cada uno debe recapacitar: a la hora de proyectar la vida futura. Pensad en los planes que pueda tener Dios para cada uno, aunque rompan esquemas, separen de amistades con las que uno se siente a gusto, se aparten de oficios seguros… Hay que ser valiente y aceptar el riesgo. Abraham fue capaz de confiar, sin que lo que le indicaba Dios, resultara evidente ni seguro. Aquí está su grandeza. Imitándole edificaréis la vuestra.
Paso a la tercera lectura. Ocurrió en Cafarnaún. Cuando uno visita lo que de esta población queda y es capaz de apartarse de la sinagoga o de la que fue casa de Pedro y vivienda de Jesús, que resulta un poco difícil estando allí. Cosa más fácil pensarla en cualquier lugar que estéis. Hay que dejarse interrogar por el episodio. Jesús, en el judío funcionario de impuestos para la Roma dominante, por tanto de alguna manera traidor a su pueblo, ve algo que no salta a la vista. Se fija en Mateo, le llama y acude a su casa. Les rodean compañeros del despreciado oficio, es condenado su comportamiento por la turba, no obstante, el Maestro no abandona. Vale la pena ofrecerle la amistad. No se la merecía. Lo que el Señor ve son las posibilidades que este hombre encierra, su valer interior. Jesús también tiene Esperanza histórica. Ha visto, no los bolsillos, ni las monedas guardadas, ni las compañías que frecuenta. El Maestro, soñador empedernido, ha visto los ensueños de Mateo. Es un hombre misericordioso, aunque no sea practicante de las leyes rituales, según se supone por el contexto. Y más vale sincera actitud, que limitadas obras, tal vez fruto de ambición inconfesable.
Mateo, también llamado Leví, no era un santo, nosotros tampoco. Se lo debemos recordar en la oración: Señor, no te has quedado porque seamos buenos, estás todavía entre nosotros porque tenemos necesidad de ti. No nos olvides.