Gallo, Gallina

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   


En uno de los maravillosos diálogos de Job, (en realidad monólogos en voz alta), se dice: quien dio al gallo inteligencia, 38,36 y en los Proverbios: el esbelto gallo,30,31. No seré yo quien corrija el Sagrado Texto, por faltos de contenidos dogmáticos que estén los párrafos. Reflejan lo que se pensaba en aquellos tiempos respecto al animal. Yo no pienso de tal forma. Y seguramente los lectores tampoco. Pollos, gallos y gallinas, se crían ahora generalmente en granjas, fuera del alcance del vulgar caminante. Pero yo, cuando era pequeño, pude gozar de un gallinero familiar y me tocó alimentar diariamente a tales animalitos. Siempre teníamos un gallo. De cuando en cuando alguna gallina se volvía clueca y se le permitía, o no, que incubara huevos. Ver como trataba de cubrir con su cuerpo y sus alas para calentar y defender la prole, era un espectáculo  enternecedor, tanto antes de que nacieran los pollitos como después. Jesús seguramente fue espectador de lo que estoy contando y de aquí que se identificase con una gallina, cuando tristemente lamentó la situación de Jerusalén (Mt 23,37 y Lc 13,34).
El gallo es otra cosa. Hablo de mi experiencia personal. Si uno pretendía acercarse a alguna gallina, de inmediato protestaba orgulloso y amenazante. Gesto ridículo, ya que si se ponía tonto, bastaba darle una patada para alejarlo de la escena. El gallo se sentía líder y no quería presencias, excepto la suya dominante. Su gesto ante la presencia humana, era ridículo. Una gallina pone huevos y de su carne sale substancioso caldo. Imagino que consumiríamos de cuando en cuando algún gallo, pero no recuerdo ningún comentario elogioso. He dicho que en nuestro gallinero había un solo gallo y estaba en un recinto alambrado, pero he visto en lugares abiertos, junto a casas de labranza, como se peleaban entre sí estos machos. Les sobraban hembras, pero cada uno de ellos pretendía ser único. Tal es su agresividad inútil, que hasta se dejan engañar por concursantes que les emplazan para sangrientas peleas.
Piensa uno que los tales gallos son imagen del proceder de ciertas personas que pretenden, o se creen, líderes cristianos. Que existen sectas es evidente, nadie se atreverá a negarlo. Pero  hay que reconocer que en el seno de organizaciones cristianas, reconocidas oficialmente, se dan comportamientos de la misma índole. Pasa algo así como con los gallos. Otros animales observan, mueven la cola o ladran, en defensa de su amo, tal vez husmeen analizando feromonas. El gallo es presumido por principio y grotesco agresor. Nunca vi en nuestro corral, que el altanero macho se preocupase por la alimentación de los polluelos. Si al otro lado de la alambrada aparecía otro gallo, la conducta no era de saludo sino de desconfianza. Volvamos a los humanos. Pretenden tales personas que se creen líderes, ser únicos. Califican su proceder como exclusivo. Si en algo se introducen, si con alguien parecen colaborar, la realidad es que sirviéndose de la aparente ayuda, manipulándola, se aprovechan para conseguir lo que ocultamente buscan, sin respetar actuaciones diferentes, sin admirar la belleza de la disparidad (Juan 14,2). Son gallardos, sí, esbeltos tal vez, pero su proceder resulta estéril para el progreso histórico de la Iglesia, aunque obtengan resultados positivos a inmediato o corto plazo y por ello desorienten a muchos.
Ya he dicho anteriormente que Jesús explicó su actitud respecto a Jerusalén como la que tiene una gallina clueca con sus polluelos. En la empinada subida desde Getsemaní a la cima del Olivete hay una capilla pequeñita: la Dominus flevit. Un franciscano se pasa las horas allí, no cobrando entrada, como en ciertos lugares de nuestro país acontece, sino atendiendo amablemente al peregrino. Cuando pueda darse la dificultad lingüística, sabe sonreír y ofrecer una hoja informativa en el idioma que precise. Certifico que en el lugar se ha comportado con quien fuera, conmigo también antes de conocerme, con la cordialidad que la clueca tiene  con sus pollitos.
El gallo en el texto evangélico es mencionado 14 veces. Se trata de la referencia que le hace Jesús a Pedro: antes de que cante, tú ya me habrás negado.