Compañero Internet

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   


Creo que ya escribí en otra ocasión de este tema. Retrocedamos imaginativamente a lejanos tiempos. Fue en la época que empezó a utilizarse la imprenta y el papel. Si a aquellas personas que se servían del pergamino y de tintas de compuestos de hierro se les hubiera hablado del porvenir de las nuevas técnicas, las nuestras actuales, que emplean un soporte en el que la celulosa está en pequeña cantidad, al contrario del papiro, y se imprime con colorantes grasos, hubieran afirmado que el sistema no tenía porvenir. Nada podía substituir a la piel o al metal, ni a colorantes que, incluso rascada la superficie, era posible sacarlas a relucir (recuérdese la recuperación del bíblico “ephraemi rescriptus”) dirían convencidos. Sabemos que nuestros libros están sometidos a la agresión de la atmosfera contaminada que los destruye, pero nadie se atrevería a decir que es preciso volver a las pieles o al cobre, para garantizar su conservación.

El espacio virtual y los soportes digitales, nos gusten o no, son reales y no se puede prescindir de ellos, ni se pueden menospreciar. Escuchaba hace poco el elogio de un boletín “progre”, de una asociación que no se creía serlo menos. Su contenido, como es de suponer, decía lo que sus lectores esperaban que dijese y que no les era desconocido. Hablaba yo de la realidad de Internet y se me contestaba: ¿Pero quien crees que leerá lo que publiques de esta manera? Que su alcance fuese mundial, no importaba, que su lectura resultase gratuita, tampoco. Su mundo era su pequeño mundo local, por lo tanto, lo situado fuera de él, carecía de valor. Y advierto que la conversación se situaba en el entorno de la Iglesia, que en Internet encuentra zapato volador hecho a medida.

Dos ventajas más. Recuerdo que un tío materno conservó hasta su muerte, el letrero de su antigua oficina de correos en Ceuta, donde se indicaba que se efectuaban tres repartos de correspondencia diarios, incluidos sábado y domingo. Pues bien, en la actualidad, nos llegan los mensajes en cualquier minuto de las 24 horas de cada día de la semana.
No es preciso acudir a bibliotecas casi nunca. Tengo varias enciclopedias de calidad, pero consultarlas supone desplazarse a otra habitación, tomar el correspondiente libro, buscar el término y leerlo, si el brillo del papel lo permite. Todas estas maniobras se las ahorra uno cuando la consulta se realiza “on line”.

Es asombroso constatar que lo que uno puede “colgar” en la Red, al cabo de poco, puede aprovechar a personas situadas en las antípodas. Es asombroso y abrumador a veces. No puede uno eludir responsabilidades evangelizadoras. Indudablemente que en el ambiente en que me muevo, decir que se tiene unos cuantos libros publicados por prestigiosas editoriales, da prestigio al que lo afirma. Decir el nombre de una web, deja indiferente a muchos. Ahora bien, cuando uno en su juventud deseo trasladarse a lejanos continentes llevando el Evangelio, y no se le permitió hacerlo, la posibilidad actual de comunicarlo mediante el espacio virtual, llena de felicidad a uno y constata uno que Dios está por encima de las estructuras.

Internet es maravilloso y asombroso. He recibido el mismo día una carta de un sacerdote mejicano que me pide le facilite un dato de historia eclesiástica y la solicitud de una señorita rusa, para mantener contactos “hasta llegar a lo que sea”. (me he acordado que un día, en Caná de Galilea, un buen hombre de la población me decía: yo quiero una mujer). Dicen algunos que en Internet hay pornografía, y no será yo quien lo niegue, como tampoco que cuando voy por carretera me cruzo con tentadoras señoritas que ofrecen sus servicios, y no por ello dejo de tomar el coche. (Según parece, para evitarme tentaciones, alguien instaló un programa que impide la llegada de material inconveniente. Lo curioso es que, en algún caso, de comunicaciones de total ortodoxia, el programita ha impedido su llegada y, para colmo, hasta un escrito mío, publicado en papel y con censura eclesiástica, me impidió recuperarlo el “canguro.net” correspondiente. No todo podían ser elogios, que en este mundo nada hay perfecto. Añado que, sin duda, la organización territorial tan típica de la Iglesia Occidental, deberá cambiar, en un futuro muy próximo,