Que aquellos tiempos

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   


Fue en el tiempo en que un Papa convocó un Concilio. En el seminario nos habían dicho que, definida la infalibilidad pontificia, eran innecesarios. Creo que simultáneamente anunció que quería que se celebrase en su diócesis, Roma, un sínodo. La segunda iniciativa no nos interesó nada, recordábamos la inutilidad del último que había tenido lugar entre nosotros. Habían decidido cosas tan pintorescas, como que los sacerdotes no podían ir en bicicleta. Nos preguntábamos, pensando en el universal, que qué podría condenarse, si ya, según creíamos, todo lo habido y por haber, estaba condenado. El Papa dijo a los suyos, a los romanos, que debían preparar su reunión con ilusión, que resultaría un ensayo y ejemplo para el ecuménico. Proseguían las cábalas. Juan XXIII, sucesor de Pio XII, no gozaba de la buena presencia de su predecesor. Lo poco que sabíamos de sus discursos nos decepcionaba. Carecía de la erudición que tenía su predecesor. Estábamos a la expectativa. El desarrollo del sínodo no levantó nuestros ánimos. Las decisiones eran de poco rango y algunas imposibles de llevarlas a la práctica. Cito una. Se exigía que todo presbítero, ocupara el cargo que ocupase, debía de tener alguna dedicación pastoral. Pues bien, un monseñor de aquellos, reunía a chiquillos a los que pagaba para que asistiesen a sus catequesis, pero que ni por esas, alguno le había dicho que aun ni así iría, que eran demasiado aburridas. Creo que ya nadie se acuerda, y me parece que para bien. Lo del Concilio se iba desvelando, no se trataba de condenar. Era preciso ventilar y derribar tabiques innecesarios en la Iglesia. A pesar de estas acertadas explicaciones, al principio, a nadie entusiasmaba el proyecto.
No eran tiempos de sopor, no vivíamos amodorrados. Nosotros, los clérigos, nos vimos sorprendidos por iniciativas de espiritualidad matrimonial. Ya sabíamos algo de lo de la colaboración de los seglares en el apostolado de la Iglesia, que decían los manuales de A.C. pero, a tanto como apuntaban estos movimientos, nunca habíamos aspirado. Éramos sacerdotes y célibes, para estar al servicio de los que escogieran el matrimonio. Los Equipos de Notre Dame, los de Pio XII y otros que surgieron, nos deslumbraban. Himnos como el “Victoire, tu regnaras”, traducido enseguida, nos encantaban. Ser sacerdote entonces satisfacía plenamente. Nunca olvidaré una reunión organizada en el seno del escultismo, chicos y chicas juntos, (¡qué atrevimiento!). Fue en agosto del 59. Duró la tarde de un domingo. El tema era el matrimonio. Aparentemente al menos, los asistentes no estaban enamorados. Los organizadores, jefes de unidades scout, ellos sí eran esposa y marido, matrimonio feliz. El lugar de encuentro: su jardín familiar. La dinámica era muy original y la repetí en alguna otra ocasión. Llegó un momento, una pregunta, en la que encallamos, sin encontrar modo de volver a flote. Decía textualmente: ¿es preciso tener vocación para casarse?. Evidentemente, para hacerse cura o monja, sí era necesario. Pensábamos en secreto todos ¿nuestros padres, tenían vocación al matrimonio? ¿Quién se atrevería a afirmarlo o negarlo?. Afortunadamente había llegado el momento de compartir la merienda, ocasión que aprovechamos los responsables para, en un aparte, consultar manuales teológicos y discutir decisiones. Nos quedamos sin merienda, pero al fin satisfechos de haber logrado una doctrina satisfactoria. Hoy no es hora de que la comente.
Posteriormente, ya en La Llobeta, organizamos un cursillo de sexualidad. Desde la medicina y la antropología, tratamos de enriquecer a los asistentes ávidos de iluminar sus caminos del futuro. Los conocimientos los dieron médicos. La orientación general, sin ser adoctrinamiento, fue cristiana. Se dio el caso de que una chica, al cabo de poco, pidió el bautismo y con gozo lo celebramos todos, novio incluido (No ignoramos ideas surgidas de Maltus, el “birth control”, ni cuestiones afines, tampoco la espiritualidad matrimonial).
He recordado estos hechos ya que me encuentro ahora con parejas que pretenden casarse sin haberse planteado estas cuestiones. Ahora que se poseen materiales para la instrucción biológica que no teníamos entonces. Ahora que la doctrina del Vaticano II enriquece la visión de la sacramentalidad matrimonial. Ahora que métodos audiovisuales facilitan la comunicación de la maravillosa realidad del matrimonio cristiano. Llamados los esposos al goce del amor humano y a la posibilidad de que en sus encuentros íntimos, limitados en el espacio y en el tiempo, puedan surgir miradas vivas, cuyo horizonte es eterno. De otra manera: la posibilidad que tienen de colaborar con Dios en la creación de santos. Me dicen que, si de algo se les habla, es del aborto, de los preservativos y de los métodos naturales de limitación de la natalidad. Ya sé que exagero, pero a mí me gusta siempre caricaturizar