Lourdes II

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

Sí, es un lugar de oración. No soy de los que lo frecuentan mucho, de aquí que hable de impresiones más que de exactitudes. Visito las basílicas que se elevaron de acuerdo con los deseos de Santa María, de aquí que no deje de hacerlo con respeto. Es una cuestión de fidelidad, más que satisfacción estética o religiosa. La gruta y la basílica subterránea, me tienen robado el corazón. Ya lo conté, siempre que puedo me sitúo en el lugar marcado en el pavimento y desde allí elevo mi súplica personal. La basílica me empapa de Iglesia. San Ignacio de Loyola recomendaba sentir con la Iglesia. Aquí se encuentra uno con algo más avanzado: aquí se siente la Iglesia. Aquí, cuando pienso en realidades de hoy, en tantas carencias y abandonos, en tantas prepotencias y frivolidades, nota uno aquello que aquel decía de su patria: aquí, lo digo con sinceridad, a mí, me duele la Iglesia. Y el dolor me exige conver

¿Pero Lourdes no es ese lugar donde van trenes llenos de enfermos y donde dicen que hay tantas curaciones? Preguntan algunos. Ya he dicho que no soy un habitual visitante, pero imagino que el hecho de haber abandonado unas peculiares y antiguas sillas de ruedas para los enfermos y el de que los “brancadiers”, en vez de correajes, lleven chalecos reflectantes y algún otro detalle más, le quita el morbo que a unos les impedía ir, pues, no era un espectáculo gratificante y a otros parece que les complacía con su vista. Más de uno me ha comentado que ya no van los enfermos que iban antes. Ni ahora, ni antes, los conté. Advierto que los enfermos continúan siendo considerados la aristocracia del lugar y tratados con delicadeza exquisita. Es una de las glorias de nuestra Iglesia, de la que no pueden alardear otras confesiones religiosas (recuerdo que la misma actitud hacia ellos la he observado en Tierra Santa y en Roma).

Lourdes es lugar de la belleza del cristal, del color y la luz. Aunque existan en otros lugares, es en esta población, donde uno encuentra los más bellos y variados gemmails. Por pura satisfacción estética, vale la pena visitar la población. Contemplarlos, mirar uno de estos cuadros luminosos, dejarse arrebatar por la luz que nace con vigor o con ingenuidad, “leer” el relato que contienen (confieso que todos los que conozco son figurativos) y entregarse al misterio que proclaman, es una de las experiencias más fascinantes que uno puede experimentar. A las maravillosas vidrieras de las grandes catedrales góticas, Notre Dame, Chartres, Reims, León, etc. les sucedieron las modernas realizadas en grueso vidrio y cemento. Ciertamente que algunas son admirables, pero al verlas, me parece que carecen de mensaje, que son puro decorativismo. Exagero probablemente. Opino de otro modo de los gemmails. Admiro estos por su belleza y por la labor artesana y el ingenio que suponen. Carecen de la grandiosidad de los que los vitrales catedralicios que mencionaba, pero gozan de una belleza intimista maravillosa. Me extraña que se hable poco de ellos. Este último viaje, tal vez debido a algunos que me acompañaban, he tenido ocasión de contemplarlos con mayor detenimiento.

Perdónenseme dos incisos. A nadie de los que iban conmigo, ni a otras personas, he oído criticar el precio que puedan tener estas obras de arte luminosas, maravillosa creación del siglo XX, que un día pueden gozar de la fama de las obras renacentistas. Tampoco nadie se ha quejado del precio que pueda tener la excelente megafonía y la estratégica y utilísima colocación de las  grandes pantallas de TV, tanto en exteriores, como en el interior. Informan de los horarios, acercan las imágenes de los lectores o del que preside la liturgia. Dan el texto traducido cuando conviene o el de las canciones que la asamblea canta. Todo se le ofrece gratuitamente al visitante, cristiano o no. Supone un gasto enorme. Nadie se queja, lo repito. Lamento que no se piense igual de las obras de arte que contempla cualquiera en Roma y en el Vaticano. La Piedad de Miguel Ángel, la obra de Bernini”, los mosaicos de Santa María la Mayor, tal vez un día gocen de la misma fama que lo que hay en Lourdes. Es preciso ser coherentes y justos, a no ser que uno sufra de ignorancia, mal que es más frecuente de lo que se piensa.

Sin tener nada en común no puedo olvidar el referirme a la “maratón bíblica” de la semana pasada. No diré que haya seguido las cerca de 140 horas de emisión, que desde la basílica de la Santa Cruz en Jerusalén, en Roma, han emitido en su totalidad el texto bíblico. Pero día y noche, a modo de plática o meditación, he conectado con la emisora estatal italiana Rai en su canal educativo que lo trasmitía. Escuchaba y meditaba, pero también observaba. De todas las edades y categorías. Papa, cardenales, patriarcas, una señora con impecable clergyman o un señor en silla de ruedas, En familia y en pareja. Encorbatados o no, con elegantes vestidos o simples tejanos, iban leyendo unos, proclamando otros o comunicando los más. Observar las tres maneras de hacerlo, era un buen material de examen para como lo practicamos en nuestras asambleas. Algunos trozos los tengo grabados. El cantar de los cantares, íntegro. Creo que ha sido el penúltimo un chico de unos diez años que lo ha hecho admirablemente. Me he enterado que en Valencia han imitado el ejemplo de Roma.