Reserva y compartir

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   


Fueron tiempos malos para mí, aquellos de los que a veces hablo con nostalgia. Fui relegado, ninguneado, hasta sufrí injusta hambre. Pero una cosa es la aplicación del gremio y otra la dedicación de Dios. No me cansaré de repetir, que su imaginación es portentosa.

En circunstancias adversas vivía. En un excelente caldo de cultivo me mantenía el Señor. Algunos recordarán al P. Aime Duval. Se presentaba con jersey negro encima de la sotana y sin manteo ¡Dios mío, que degradación!, comentaban algunos. Iba de aquí para allá, con su guitarra, cantando sus cuitas. Reflexiones íntimas de amor a Dios y a los hombres. Todavía hoy aquellas canciones resuenan en mi interior y las repito, ahora grabadas en un CD. No estaba solo yo, gozaba de la amistad vivida en aquellos encuentros de la época, semiclandestinos. Una idea sobrevolaba e impregnaba nuestras discusiones apasionadas (otro día hablaré de otros recuerdos). Nos referíamos entusiasmados al compartir. El “partager” de la canción. “Tú, que has hecho nuestra amistad para que podamos compartir todo mitad a mitad” decía el jesuita “chansonier”. Por entonces disponíamos de poco. Hasta los sellos de las cartas nos resultaban onerosos. Tiempos en que uno no podía comprar los libros que deseaba, a diferencia de ahora que no encuentra momentos para leer lo que ha adquirido. En la pobreza es fácil compartir.

Hablo del compartir ideales y proyectos. Soñar juntos y hacer del ensueño comunicación íntima. Sé que en algún caso esta experiencia quimérica derivó a enamoramiento. Que por esta situación pasaron compañeros sacerdotes, que abandonaron el ejercicio presbiteral y que, en consecuencia, disminuyó nuestro número. Muchos no lo hicimos, hemos proseguido nuestra vida, bajo el amparo paternal de Dios. Se recuerda más a los que se fueron que a los que quedamos y se teme que, siguiendo aquel camino por el que íbamos, continúe la sangría. Son preferibles otros, supongo piensan, aunque sean limitados y deficientes…

Cree uno que, posteriormente y escarmentados, se “vacuna” contra la amistad, contra el riesgo de compartir. Aunque en el subconsciente me refería a la clerecía, la realidad es que en los otros estados de vida, en los otros ambientes de encuentro, en los otros cenáculos de presunta formación, ha ocurrido lo mismo. Se encuentra hoy a la gente, a nuestra gente, calzados de prevención, embadurnados de reserva. De esta facha, topa uno con maniquíes humanos y añora la posibilidad que tenía antaño de que en cualquier encuentro se le abriera la puerta de una nueva amistad. Estar abierto y deseoso de enriquecer su íntima agenda de amistad, permite vivir en esperanza humana y acceder a la Esperanza eterna.
Al encontrarse uno con personas protegidas, que son reservadas siempre, tiene uno la sensación de que ha retrocedido en la escala de la existencia. Le parece que en vez de ver piel humana fina y suavemente moldeada, se halla ante un artrópodo. (Una exuberante chiquilla adolescente, tiene más peligros de agresión que un escarabajo. Pero contemplo admirado y respetando a la primera, mientras me río de la coraza con la que se han recubierto muchos insectos). El reservado, celoso de su intimidad, que quiere sea desconocida, ni despreciada ni admirada, sencillamente oculta, poco a poco se va distanciando. Su existencia se torna evanescente y se diluye como el polvo cósmico. Y en su soledad vive la tragedia de no haber querido entrar en comunión. Comunión con los hombres, sintiéndolos amigos o con capacidad de serlo, en comunión con Dios, que lo creo a su imagen y semejanza, para vivir con él en parábola de su Trinidad, que es comunión.

Compartir es arriesgarse. Ser prevenido y reservado, confiere seguridad. Nadie traiciona, porque nadie sabe nada de uno. Nadie se ríe, porque nadie te conoce. Vive uno seguro. Viven los demás seguros. Los demás, que pueden ser los padres. Los demás, que serán los superiores. Los demás, que serán los socios.
Ahora bien; la riqueza interior, los estudios adquiridos, las emociones acumuladas, el dinero que se tenga en el bolsillo o en el banco, vividos de tal guisa ¿aportarán felicidad? ¿armado así se siente satisfacción de la existencia? ¿no es mejor arriesgarse, aun admitiendo la posibilidad de ser herido?.

Jesús, el Señor, vino a compartir. A compartirlo todo lo posible. Se hizo semejante a los demás hombres, excepto en el pecado. A vosotros os llamo amigos, dice, porque todo lo que he recibido del Padre os lo he comunicado. Y así le fue, se me dirá… Ahora bien, si le acompañamos en su compartir, aunque nos hieran, le tendremos a nuestro lado y junto a Él henchidos de su Amor, continuaremos caminando y esperando, el encuentro eterno donde de ninguna manera podrán entrar los hombres-islas, los bichos acorazados, las autoridades maquiavélicas reservadas, fantasmas solitarios, que vagan insatisfechos por el cosmos..