Musky

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   


Cuando uno llega a cierta edad y conserva aficiones, o responde a vocaciones personales, hay cosas que le interesan, aunque no sean de la preferencia del común de los mortales. Hace pocos días viajé por Oriente Medio, cosa de la que vengo hablando las últimas semanas. No escogí una agencia que me lo programara, fui aceptado por un amigo de confianza, que aquellos días se disponía a gozar de las vacaciones que le correspondían y tenía merecidas. Me estoy refiriendo a Fra. Rafael Dorado, franciscano de Getsemaní y, durante muchos años, de Nazaret. Debo advertir que cuenta con 83 primaveras, acumuladas y bien vividas y que está entregado e ilusionado en la tarea de preparar una explanada en Jerusalén, apta para acoger grandes grupos o grandes concentraciones. El lugar es maravilloso y él lo vive ya como apto para una gran reunión alrededor del Papa, aunque no me lo haya dicho explícitamente. Con él y otra gente amiga, hemos viajado, sin olvidar él nunca los proyectos que sueña, para el valle del Cedrón. Sus vacaciones han sido muy provechosas para mí. Mi periplo acababa en El Cairo, ellos continuarían por el sur de Egipto. Había pronunciado el fraile más de una vez, el nombre que encabeza este artículo, confieso que sentí más curiosidad por conocerlo, que por ver las famosas pirámides. Por mucho que horrorice a algunos.    

Fuimos un domingo. Habíamos comprobado el viernes que las iglesias estaban llenas de fieles, principalmente jóvenes y alegres. Supusimos que al ser Egipto un país musulmán, el descanso semanal correspondería a ese día y que los cristianos lo celebrarían como “día del Señor”. Seguramente es así, pero no del todo cierto. Como he dicho anteriormente, era domingo cuando nos dirigimos al centro. Por el barrio las tiendas estaban cerradas y las calles con un cierto aire de fiesta. Por fin llegamos, llamamos y  nos abrieron las puertas. Fra Rafael estaba entre amigos que nos recibieron a los cuatro como a tales, buena actitud y muy cristiana, pero se nos dieron explicaciones sin un orden coherente y exhaustivo. Trataré de hacer una descripción recordando aquel buen rato, pasado mientras saboreábamos el té a la menta con que, como en los demás sitios, se nos obsequiaba.

Como he repetido muchas veces, la Santa Sede encargó a la orden franciscano la labor de proteger lugares, dar testimonio y servicio a las gentes del lugar, fueran cristianos o no lo fueran, y atender a peregrinos. Formaron ellos una super-estructura que va de Chipre a Siria y que se conoce como la Custodia. Llegó un momento que Egipto gozó de una cierta autonomía, que los diversos conventos, más que de la Custodia, lo eran como los convencionales de cualquier país. Pasaron entonces a depender del  superior general de la orden. Fue la norma para todos, excepto para el Musky.
Llega el momento, situado imaginativamente en el interior del enorme edificio de altos techos como tenían todos los recintos del siglo XIX, de que haga la descripción de lo que me explicaron y vi.

Nos lo cuenta el P. Mansur, Vicente, en nuestra lengua común. Nacido en Irak, en una familia armenia, fue bautizado en la Iglesia latina. No recuerdo el motivo de esta elección, pero estas precisiones que nos daba, implicaban la complejidad de su situación dentro de la única Iglesia. Siguió la vocación franciscana, aprendió todas aquellas cosas que nos ha tocado estudiar, sin que las eligiéramos, a los que seguíamos una carrera eclesiástica, durante aquellos tiempos, y ahora allí en este gran caserón de El Cairo, se encuentra. Su primera sentencia definitoria del lugar, y que en el trascurso de la visita repitió varias veces, es que es un centro ecuménico silencioso. No nos habló de ninguna actividad concreta, se refirió siempre a la biblioteca que poseían y que era el único filón de filosofía y teología cristiana de todo Egipto. La universidad musulmana de al-Azhar, se aprovechaba de esta circunstancia. Profesores e investigadores debían acudir allí, para obtener textos latinos y griegos. Nos explicaba el P. Mansur, que existía un gran interés en el estudio de todas estas materias y que en aquel lugar encontraba lo que necesitaban. Pero no todo estaba en la lengua que precisaban ellos y aquí ejercía él un papel importante. Había el buen franciscano estudiado latín y griego, como nos tocaba hacerlo a todos en aquel tiempo. Pero él, a diferencia de tantos entre los que me incluyo, no había olvidado estas lenguas y ahora poniéndolas al alcance de los que se lo solicitaban, prestaba un servicio al cristianismo. Como hecho anecdótico nos contaba de una señorita que elaboraba su tesis doctoral, que estuvo acudiendo durante mucho tiempo al centro, envuelta en su burka, pero que era amable y comunicativa como cualquiera otra persona inquieta. (son labores humildes pero positivas de entendimiento, pese a diferencias de lengua, vestimenta y cultura)

A veces se ha dicho que la universidad de al-Azhar era como el Vaticano musulmán. Ni es cierto, ni es erróneo. El Islam no tiene clerecía, ni jerarquía estructurada, de aquí las contradicciones que a veces constatamos. Alguien dirá como debe ser el comportamiento de un buen mahometano y otro con su conducta lo contradecirá. Sin que se pueda aplicar una disciplina aceptada por todos. Aun faltando esta autoridad, las sentencias y decisiones de la universidad de El Cairo, gozan de una gran aceptación teórica y moral. De aquí el valor ecuménico del  Musky. Advierto que al centro le falta el empaque de una institución de tal categoría. Que se recibe y se atiende al estudioso, sin necesidad de presentación de documentos y acreditaciones oficiales. Añado que nos dimos una vueltas por las salas y disfruté de lo lindo viendo las colecciones de patrología griega y latina de Migne, los bolandistas, diversas enciclopedias y miles de otros libros. Retrocedía yo 60 años de mi vida y gozaba, porque ahora, aquellos manuales que me había tocado consultar de joven, fueran vínculo de relación entre musulmanes y cristianos. ¡Benditas viejas bibliotecas! Silenciosos instrumentos también de relación personal y amable comunicación entre comunidades que, en tantas ocasiones se han mostrado rivales. Difícilmente la doctoranda del burka se atreverá a llamar despectivamente al P. Mansur, cruzado.