Mara

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

En los relatos de los peregrinos antiguos, no se trata de hace siglos, ocurre lo mismo con los de hace poco más de 50 años, observamos una actitud de búsqueda de lo soñado. He leído unos cuantos relatos, desde el de la gallega Egeria, hasta los de otros muchos de no hace demasiados años. En épocas pasadas peregrinar a Tierra Santa suponía exponerse a peligros y problemas graves. Desde dificultades para entrar, hasta la agresión y robo durante los recorridos. Se necesitaba grandes dosis de devoción y una pizca de espíritu de aventura. Como consecuencia, cada viaje era una incógnita y resultaba sumamente enriquecedor. En la actualidad solo se precisa disponer de dinero y dejarse llevar en el medio de trasporte que las agencias contratan. Va uno y ve uno, aquello que está previsto y programado.


Para mi primer viaje, en 1972, teníamos un único esquema: nos moveríamos partiendo de tres puntos: Jerusalén, Nazaret y El Sinaí. Desde cada uno de ellos nos desplazaríamos a los lugares de su entorno. Teníamos un esquema simple: en primer lugar los indispensables,  que no podíamos omitir. Luego, aquellos de debíamos tener en cuenta y procurar visitar, sin tener previsto como. Por último, los otros interesantes, pero no indispensables, que si teníamos oportunidad, o si nos sobraba tiempo, no olvidaríamos. Nos desplazamos  en autobuses, en los populares sheruts, o en taxi. El encuentro con el dominico P.Troadec, eminente especialista de los evangelios sinópticos, fue providencial, se ofreció él a conducirnos por lugares que de otro modo no hubiéramos visitado. Conocía el país y conocía la Biblia. Una generosidad maravillosa que nunca olvidaré. Pero también nos desplazamos a pie. En trayectos programados,  Jerusalén-Belén, o en travesías surgidas de improviso. Recuerdo la caminata entre zarzas, arena y piedras, desde la iglesia de la Visitación, en Ein-Karen, al centro médico Hadasa, un día que, para colmo, calzaba sandalias. El comer al mediodía también era una incógnita, pero nunca pasamos hambre.


Recordaba estas aventuras hace pocos días cuando dejado el oasis de Feiran, yendo ya hacia El Cairo, pretendíamos pararnos en el manantial de Mara. Ocurrió en este lugar, que los israelitas huyendo de las huestes del Faraón, abandonado el mar de Suf, después de tres días de caminar, sintieron fatiga y sed y se rebelaron contra Moisés, que los conducía a la libertad. La causa desencadenante e inmediata era que el agua que brotaba era amarga. Oídas las suplicas del caudillo, le indicó Dios que echara un madero y fue así como se hizo potable la fuente.


Fra Rafael conocía bastante bien el sitio, nos anunció su proximidad, pero el chofer pasó de largo, retrocedió, empezó a preguntar la vereda, nadie sabía nada. Encontramos un grupo de americanos que escuchaba alrededor de un depósito. Nos dijo el franciscano: a estos les dicen que fue aquí y les están engañando, estamos a menos de 200 metros, estoy seguro, hemos de encontrarlo. Preguntando una y otra vez, llegamos al lugar. No sé el sabor, sufría una indigestión y no quise arriesgarme. Ahora bien, el lugar tenía el aspecto de conservarse como en los tiempos del Éxodo, era fácil imaginarse al pueblo sorbiendo de aquel hilo de agua. A ambos lados crecían juncos, no sé hasta donde se prolongaba la corriente. Pensé en las tantas veces que a mí y tantos otros, recibidos grandes favores de Dios, nos enojamos con Él porque no nos concede el capricho que deseamos. Allí quiso el Señor poner algunas cosas claras y siguiendo esta indicaciones prosiguió su travesía. Era tan evocador el lugar que me despreocupé del canal de Suez, que atravesamos subterráneamente y sólo esperaba llegar al Nilo, para escudriñarlo, por si veía alguna cestita calafateada, con un niño dentro.