"Manual de Semana Santa" 2009
Reflexiones

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

“MANUAL DE SEMANA SANTA” - 2009 -

DOMINGO DE RAMOS –

Los símbolos nunca deben imponerse a una persona libre. Primero es preciso entenderlos, conocer el significado de su lenguaje, asimilarlos y, si uno quiere honradamente expresar lo que significan, entonces sí, utilizarlos. Os digo estas cosas, mis queridos jóvenes lectores, porque os podéis encontrar incómodos en algún momento de la liturgia de este domingo. ¡Es tan diferente el agitar de centenares de palmas verdes, sueltas, tal como se han desgajado del árbol, en manos jóvenes alegres, acompañados de una fanfarria, a observar a niños con palmas desteñidas, primorosamente preparados para la correspondiente fotografía!.
Jesús entraba en Jerusalén. La gente estaba aquel día celebrando un fiesta popular, cualquier excusa les servía para dar rienda suelta a sus gozosos sentimientos. Nadie les imponía las aclamaciones y los vítores. Se expresaron con palabras comunes y con los objetos que tenían a mano. Más que aleluya, hoy deberíamos gritar: ¡viva! ¡Hurra! ¡Bravo!. O tal vez aplaudir simplemente. Mas que agitar ramos de palmera, balancear bufandas estampadas. Pero nada de esto podréis seguramente hacer. No os enojéis. Tened en las manos ramos de olivo o de laurel. Recordad que con ellos se coronaban a los atletas triunfadores en Grecia o Roma. (Acordaos que en reciente olimpíada se ciñó así a los que subían al podio). Concienciaos de todo lo que sintieron aquellas gentes que se encontraban por la falda del monte Olivete y, en vuestro interior, aclamad a Jesús como os salga de dentro.
Este domingo recoge dos tradiciones diversas, la primera procede de Jerusalén, la segunda de Roma. La celebración litúrgica expresa dos sentimientos contrastados. Gozo y gloria antes de la misa, sobriedad, respeto y reverencia, cuando se proclama la Pasión de Cristo.
Tratad de ser fieles a las dos enseñanzas.
Preguntaos sinceramente si estáis dispuestos a hablar bien de Jesús, a defenderlo, a elogiarlo, a propagar su doctrina y pensad en qué ocasiones de vuestra vida os proponéis hacerlo.
Mientras escucháis la lectura de la Pasión, recordad que la aceptó el Señor, ofreciéndola al Padre, por lealtad al encargo recibido y para atraer hacia la tierra la benevolencia de Dios. Es cuestión de admirar asombrados su dolor y hasta donde llegó su sentido de la fidelidad al programa diseñado por el Padre. Y proponeos que esta semana, que no debe de ninguna manera vivirse como las vacaciones de primavera, lo meditaréis con más atención y dispuestos a que cale en vuestra vida y os transforme.
Cuando llegue la hora, rezad con atención el Padrenuestro. Comulgad, si lo hacéis, tratando de sentir los dos estados de ánimo.

PRECISIONES MARGINALES


Jesús inició el recorrido en Betania. Era una villa donde el Señor se sentía muy a gusto. Vivían allí los tres hermanos amigos. (Hoy en día es una población de un desorden urbanístico tremendo). El camino subía suavemente hasta llegar a un lugar llamado Bet-Fagé. Allí, según tradición, fue donde le prestaron el borriquillo que montó. No se tarda más de 12 minutos. Después la senda continúa subiendo un poco hasta la cima del Olivete, algo así como ocho minutos. Desde allí se desciende hasta llegar al torrente Cedrón. Modernamente, el agua circula subterránea por una tubería de gran diámetro. Prácticamente se ha convertido en cloaca infecta, que más tarde, ya al descubierto, desemboca en el Mar Muerto. De Betania a las puertas de Jerusalén, habrá unos 45 minutos. Mas de una vez he hecho este recorrido tan evocador. Actualmente seguir este itinerario a pie no es posible, el muro de la vergüenza lo impide y de ir en coche, hay que dar una gran vuelta, de tal vez de más de 16 km, cuando la distancia en línea recta no llegará a ser de 4km. Estoy hablando del viajero, ya que el lugareño, probablemente, y según la edad que tenga, las autoridades militares no le dejarán entrar en la Ciudad Santa.

LA NATURALEZA VIVA EN SEMANA SANTA - CEREALES – CEBADA Y TRIGO

En Israel, en época bíblica, se cultivaban también el mijo y la espelta, pero eran secundarios. No así la cebada y el trigo. El primero era alimento del el ganado y del hombre. El pan que las familias consumían a diario, también lo era. Por más que he buscado, no he podido encontrar en ningún establecimiento ( ni de barrio, ni supermercado) pan exclusivamente de este cereal. Tuve que fabricármelo yo mismo. Compré grano, lo trituré en un molinillo de café y lo pase por un cedazo. Lo demás fue como de costumbre. Salió algo que parecía un tablero de conglomerado compacto y bastante duro. Lo comí, lo comieron los compañeros y, hasta en el Cottolengo, lo probaron. Se trataba de experimentar el gusto que tendrían los de la multiplicación (lo advierte el evangelio de Juan). En volviendo de Jerusalén, después de su entrada solemne, en la casa de los amigos, en Betania, lo que cenaría Jesús, sería pan de cebada, con alguna cosa más. Hay que advertir a los de fuera, que, en la cuenca mediterránea, no se concibe una comida, sin que la acompañe el pan. Acompaña como alimento y a lo preparado en la común cazuela le sirve para lo que hoy es la cuchara: un utensilio que permite llevarse a la boca los yantares no sólidos. (El tenedor se inventó más tarde y siglos después la cuchara).
El trigo es el cereal más noble. Su recolección es posterior a la de la de la primera. La “Fiesta de las semanas” o Pentecostés, corresponde a los días de la presentación en el Templo de sus primeras espigas, cincuenta días de tardanza, respecto a las de cebada , (entre nosotros ahora no es mucho más de quince). El pan de trigo era el propio de las fiestas. También se elaboraba en el horno familiar. Todavía podemos ver muestras de ellos en alguna casita de la Nazaret del tiempo del Señor. Se amasaba la harina y el agua, añadiéndole una porción de masa de la elaboración anterior. La habían dejado fuera y se guardaba cerca, en lugar templado, para que proliferaran los fermentos. Hay que tener en cuenta que el pan, hasta no hace demasiado tiempo, en el campo, se elaboraba cada quince días o más.
Lo curioso del caso es que, en tiempos bíblicos y posteriores, el precio del trigo doblaba el de la cebada, cosa que en la actualidad es a la inversa, según me cuentan.
En la época de Pascua, o Pesaj, se suprimía totalmente el pan fermentado. Se le daba a este hecho diversos significados. En primer lugar la levadura es una cosa desagradable al paladar. Cuesta poco pedir una porción al panadero y comprobar su gusto agrio, de cosa corrompida. En esta fiesta no debía estar presente nada semejante. En segundo lugar, como ya he explicado, añadir levadura, significaba estar unido al pasado, a lo anterior y “en Pesaj nuevo, debía reinar vida nueva”. Estos son significados que podía darle, en época pre-israelita, cualquier cultura agrícola. El episodio de la salida de la cautividad de Egipto, marcó tanto la historia hebrea, que se le añadió un significado peculiar. Se cuenta en el Seder, que las mujeres todavía tenían la masa en las artesas cuando les tocó marchar y se la llevaron tal como estaba, de manera que, al cocerla en el desierto, no había tenido tiempo de fermentar(imaginemos que lo hicieron sobre piedras calientes o sobre recipientes de cobre que cubren las brasas, como hace pocos meses veía hacer a una mujer beduina).
Jesús, en la sublime noche del Cenáculo, pudo utilizar cualquiera de estas elaboraciones para la Eucaristía. El pan, para un cristiano, siempre le evocará el maravilloso alimento espiritual que nos dejó el Señor. Cuando era pequeño, en casa, nos enseñaban que al recoger el pan que había caído al suelo, le diéramos un beso. Buena pedagogía religiosa, a la que hoy añadiríamos seguramente criterios de sostenibilidad y aprovechamiento de materia orgánica (sic).

LA NATURALEZA VIVA EN SEMANA SANTA - LA PARRA O, MEJOR, EL VINO


Se elabora a partir de la uva, fruta de otoño, de la parra o del majuelo o viña. Se recogía a mano en cuévanos y se traslada al lagar, un depósito generalmente tallado en la misma roca, para lograr estanqueidad, dentro de una casita situada muchas veces en la misma viña, de ello da cuenta el Evangelio. Se depositaba allí y después con los pies descalzos, se pisaba. Se iniciaba entonces la fermentación. La piel oscura teñía el jugo de color rojizo, tirando a negro. Pronto, por conductos perforados en la pared, pasaba a la bodega, donde proseguía la trasformación de los azucares en alcohol. Se conservaba en cántaros o en odres, también en toneles. La Biblia menciona este último recipiente para guardar el aceite (Ezequiel), pero he visto relieves de aquella época, donde también se los utiliza para el vino. Este, evidentemente, sería diferente si se elaboraba en Hebrón a si procedía del Líbano. Menciono dos lugares famosos por sus caldos. Por todo Israel se plantaban viñas y cada casa obtenía su cosecha para uso familiar. El proceso del vino, por oxidación, prosigue lentamente, convirtiéndose en vinagre. Entre nosotros se evita quemando azufre. En tiempos bíblicos se desconocía esta técnica y se acudía a cubrir la superficie con aceite para, de alguna manera, impedirla, sin conseguir demasiados buenos resultados.
Los odres, conocidos ya en tiempo de Abraham, fueron evolucionando. Llegaron a ser semejantes a los que entre nosotros se han utilizado hasta hace unos 50 años. La parte inferior acababa recta, perpendicular, sin prolongarse en las extremidades. Hace pocos meses he visto un ejemplar de estos en Petra. Como la lenta fermentación proseguía durante un tiempo, los pellejos donde se guardaba el vino joven debían ser nuevos, dotada su piel de una cierta elasticidad, para que no se resquebrajaran, debido a la presión del CO2 desprendido. El añejo podía guardarse en odres viejos ( de aquí la sentencia de Jesús). El vino era bebida cotidiana, también medicina (buen samaritano), acompañaba a los sacrificios del Templo, mezclado con mirra resultaba narcótico o anestésico (se lo ofrecieron así a Jesús a punto de ser crucificado). Se mezclaba con hierbas aromáticas, nosotros le llamaríamos aperitivo, o con azucares, antecedente de nuestros licores.
Para un cristiano, la importancia del vino está en que fue escogido como especie eucarística. ¿Cómo sería el vino de la Santa Cena? Pues, probablemente, de baja calidad, según nuestros estándares. Un poco avinagrado y algo turbio. De aquí que recordando la costumbre antigua, todavía le añadimos un poco de agua, al que preparamos para la misa. Sería tinto y seco. La Iglesia latina tardó siglos en autorizar el uso del vino blanco y las Iglesias Orientales continúan utilizando el vino tinto. Cuentan que se abusó del vino en las celebraciones eucarísticas, de aquí que en las comunidades occidentales, se comulgara solo con la Eucaristía de pan, sin que por ello disminuyera la Gracia sacramental. Han cambiado los tiempos, estos peligros han desaparecido, y podemos volver a la práctica primitiva, que las de Oriente nunca abandonaron. Y ser fieles a rajatabla, al mandato del Señor: tomad y bebed…
Para explicar a personas de culturas no mediterráneas, que el vino no es para nosotros un lujo, les explico que en los monasterios benedictinos, se bebe vino a diario en las comidas, (de ello habla Benito en su regla), reservándose en cambio el café, para los días festivos. (de todos modos, en otro lugar, con cierta discreción, también pueden gozar de esta infusión. Cuando estoy junto al Sagrario, a veces le digo a Jesús: Tú no disfrutaste de un aromático y estimulante brasileño o colombiano arábiga. Y tengo la sensación de que me sonríe y hasta, retrocediendo a su temporada histórica, incluso me envidia)


LA NATURALEZA VIVA EN SEMANA SANTA. - EL CORDERO-

Los pueblos gozan de peculiaridades reales, imaginadas o recordadas. En la conciencia colectiva del pueblo judío estaba enraizada su condición beduina. Ya que vivían en aquella tierra “que manaba leche y miel” su ocupación más general era la agricultura. Conservaban animales domésticos y algunos eran pastores de grandes rebaños. Los tales quedaban en cierta manera marginados, dado que no acudían a la sinagoga, ni abandonaban su oficio para peregrinar en los días indicados a Jerusalén. Alrededor del Lago ejercían de pescadores algunos israelitas, pocos en proporción, ya que le masa de agua no daba para el trabajo de demasiadas barcas. Es curioso que el Señor escogiera a la mayoría de sus apóstoles de entre este grupo minoritario. El comercio a gran escala, lo que hoy llamaríamos importación-exportación, estaba a cargo de otros pueblos, principalmente nabateos o del Líbano.
Como no habían olvidado sus orígenes, en la fiesta central, ocupaba lugar privilegiado el pan, recuerdo de sus labores en Egipto y el cordero, animal predilecto de los beduinos. El pan noble, el amasado lentamente, con harina de trigo candeal, sin nada añadido, como expliqué el otro día. El cordero era el centro de la fiesta. Mejor dicho el corderito. Aquel cachorro de carnero que justo abandonada su época de lechal, empezaba a triscar tierna hierba primaveral. El equivalente del animal del que estoy hablando era el cabrito. En Israel en aquellos y en estos tiempos, los rebaños son mixtos y, generalmente, carneros y ovejas son blancos. Machos cabríos y cabras son negros. La Ley trataba con delicadeza a estos animales como si tuvieran sensibilidad humana. A la madre no se le debía retirar su cachorro hasta por lo menos siete días después de haber nacido (Le 22,27). El cabrito, si se mataba y se quería consumir, no debía ser cocido en la leche de su madre (De 14,21).
La fiesta de Pascua inicialmente era totalmente familiar, posteriormente se estableció que los corderitos debían ser sacrificados por los hijos de Leví. El Templo, en consecuencia, aquellos días, semejaría un inmenso matadero.
Como expresión de respeto al cordero o cabrito ritual, no se le debía romper ningún hueso y se debía consumir asado. Lo que sobrara, sea porque no se había consumido del todo, sea porque no era comestible, piel, intestinos etc. debía quemarse totalmente.
En el lugar correspondiente, cuento como imagino fue la última celebración pascual de Jesús. El rito había variado algo respecto a las prescripciones. Ya no lo comían de pie, sino reclinados a la manera de los banquetes griegos. Los únicos que conservaron y conservan a rajatabla las normas son los samaritanos. Los pocos que quedan. Suben ellos a la cima de su montaña santa el Garizin y allí los sacerdotes realizan lo que manda la Ley. He visitado el lugar más de una vez, me han enseñado los hornos verticales donde, previamente calentadas las paredes por intenso fuego, introducen, atravesados por un palo, los animales hasta que están listos y son distribuidos a las familias. Me lo habían explicado, pero ahora que he visto un excelente reportaje de TelepaceJerusalén, lo entiendo mucho mejor. Si alguien esta interesado le puedo enviar una copia. A la descripción, le acompañan explicaciones bíblicas y teológicas de franciscano P.Mans, del Estudio Biblico de la Flagelación, en Jerusalén, que son una maravilla. Ahora bien advierto que se trata de un documental en lengua italiana.
En la actualidad el pueblo judío celebra su Pesaj sin cordero. Consideran que destruido el Templo y dispersados los sacerdotes, no sería lícito comerlo de cualquier modo. Su presencia se simboliza con un hueso del mismo animal, pensando que es lo mismo la presencia del cordero, que aquello que lo simboliza. Idea próxima a nuestro concepto de sacramento.


JUEVES SANTO

Hay comidas de diversas clases. Se come sin saber casi lo que se traga, cuando uno piensa solo en recobrar fuerzas y continuar el trabajo que corre prisa acabar. Otras ocurren en familia. Lo mejor en este caso es saborear lo que la madre o la abuela ha preparado para la ocasión, saborearlo mientras se comentan loa eventos de la jornada. Hay comidas suculentas, las llamamos banquetes, antiguamente, cuando el hambre era general, ser invitado a uno de ellos, era un gran privilegio. Abundaba la bebida, la juerga y el desenfreno. Hay almuerzos de trabajo. Son prerrogativa, o tortura, de diplomáticos, políticos o empresarios.
Hubo una cena incomparable a cualquier otra. Los comensales, muy pocos, se reunieron a escondidas y en un local prestado. Poca cosa habían preparado. Seguramente, cuando se lo comentaban al Maestro les diría: Dios proveerá, amigos (recordando la respuesta de Abraham a su hijo Isaac). ¿Iba a ocurrir algún portento semejante al que tuvo lugar en el monte Moria? Comentaban ellos. Nadie se atrevía a hacerle preguntas. Le veían emocionado, taciturno, afligido. Y con todo, especialmente cordial.
El Señor siempre les sorprendía, pero nunca se llegaron a acostumbrar. Quiere lavarles los pies, antes de todo. Era un rito de acogida hospitalaria. No es que el invitado llevara roña en los pies, era la arena de los caminos que se metía, arañaba un poco y ensuciaba el alfombrado, al que se debía acceder descalzo. Ahora bien, el que lo practicaba era un criado del anfitrión. En este caso quiso ser Él precisamente. Pedro, testarudo, decía que no, Jesús que sí. Fue preciso que le diera alguna explicación y hasta llegó a amenazarle con retirarle su amistad. Los demás no habían dicho ni mu.
Se sentaron. No faltaba el vino, pero en la mesa poca cosa más había: pan únicamente. Él dijo que era suficiente. No se trataba de hartarse, de llenar la barriga. Aquella noche debían tener el cuerpo ligero, se lo advirtió. Sí, lo que importaba y era mas que suficiente, era aquel pan que Él tenía en sus manos. Aquel pan que solemnemente proclamó que se identificaba con su cuerpo. Debían comerlo. Se lo había anunciado ya un día. Quien no lo comiere, no tendría vida en Él. Se acordaron ahora. Sin entenderlo, por simple lealtad y total confianza, lo aceptaron y se lo llevaron a la boca. Tenía el mismo sabor que los demás, pero algo notaron que cambiaba dentro de lo más interno de su ser.
Tomó la copa en sus manos, la llenó de vino. Les recordó que los antiguos degollaban reses y ofrecían la sangre a Dios. Aquellos días, ellos, los judíos, mataban un cordero untaban las jambas de sus puertas con la sangre del animalito y comían ritualmente, sin romperle ni un solo hueso, tostado al fuego, la carne de la víctima. Pues bien, las cosas habían cambiado, o tal vez seguían igual, pero perfeccionadas. Lo que había en aquel cáliz correspondía a su sangre. Veían ellos que aparentemente nada había cambiado en el recipiente, pero si Él lo decía, así debía ser. Bebieron sin rechistar. De nuevo notaron algo en sus entrañas, sin encontrarle explicación.
Parece que algo más cenaron. La advertencia de que el bocado que le daba a Judas le descubre, lo hace suponer, pero no vale la pena entretenerse en cosas secundarias.
Más tarde fueron descubriendo el significado de aquella Cena. Comprendieron también que se trataba de un alimento y una bebida portentosos. Lo hablaron entre ellos y cada uno aportó sus descubrimientos. Os preguntáis a veces si un niño entiende que es la comunión, o pensáis que alguien no está preparado para recibirla. Creo yo que los apóstoles bastante menos sabían. La misma Santa María, la primera en “comulgar” (comunión equivale a común-unión) tampoco entendía bien lo que aceptaba, cuando en Nazaret dijo sí a Dios. No se trata de saber, es mucho más importante la fidelidad y la confianza.
El Señor estaba triste, pero soñaba esperanzado. Temía lo que se le echaba encima, pero no huía. Empezó a hablar. Habló a su Padre de Él mismo y de los suyos. Su oración era en voz alta. Hablaba de Amor y de Unión. Sentía miedo y les decía a ellos que nada temiesen. Se mezclaban los conceptos, pero no era signo de desequilibrio mental alguno. Estaba perfectamente en sus cabales. Pero les quería comunicar tantas cosas…
Juan, espabilado taquígrafo, cuando todavía no se había inventado tal técnica, nos lo ha trasmitido. Se trata de un extenso legado, no dejéis de leerlo y meditarlo. No le defraudéis.
Marcharon de aquel recinto, situado en la parte alta de la ciudad, hacia Getsemaní. Lo que ocurrió allí es tan importante que os recomiendo que lo meditéis aparte.
(Ya lo veis, la Santa Cena fue una comida rápida, un banquete, una reunión de trabajo. Duró seguramente poquitas horas, no obstante, sus consecuencias aun hoy perduran.)

PRECISIONES MARGINALES


El ámbito del Cenáculo está autentificado por la arqueología. Corresponde casi exactamente con el que visita el peregrino. La sala alta que vemos detrás de una ventana interior, sería la mayor parte del espacio. Donde nos situamos cuando vamos, sólo un trozo formaría parte del recinto. La comunidad judeo-cristiana de Jerusalén se apropió del lugar, era donde se encontraban para sus celebraciones. Pero esta comunidad, fustigada por Pablo, quedo marginada y era ignorada por los que acudían a Jerusalén. Desapareció, pero quedaron las piedras, que son capaces de hablar en silencio. Lo que es evidente es que la bóveda, gótica, y las paredes son de época de los cruzados. Injustamente se ha apropiado del recinto la autoridad israelí. En la planta baja se situaría el domicilio del anfitrión amigo, que les dejó habitación. En este “pequeño Cenáculo”, se puede celebrar misa y se es muy bien acogido por la comunidad franciscana.

VIERNES SANTO

Canto a la cruz. No a una intersección de líneas cualquiera. No a aquel logotipo de farmacias o, inadecuadamente, clínicas de perros.
La cruz, de la que quiero hablar, fue al principio un solo palo, un tronco tosco de un árbol cualquiera, que no mediría más de dos metros. Lo cogerían los soldados de un rincón. Estaría sucio, pero no les importaría ¡para lo que iba a servir!.
Se lo entregaron. No sabía como agarrarlo. Nunca había visto que hicieran a alguien, lo que con Él iban a hacer. Le mandaron que se la cargase como le diera la gana, pero que se la cargase de una vez. La sujetó con las manos. Sabía que dentro de poco se las sujetarían salvajemente al tosco madero, de eso si se había enterado. No podía levantarse. Molido a golpes, todo su cuerpo dolorido protestaba. Pero le insultaron y pegaron de tal manera, que hubo de ponérselo sobre sus hombros como pudo. Debía caminar, pero no podía, se lo exigían a gritos, pero no debían forzarle demasiado. Era preciso que llegara vivo a su destino, eran las normas, no se les podía quedar muerto a medio camino. La sentencia que habían dictado lo exigía así.
Salieron. La gente se reía de Él o le insultaba.
A aquel leño que cargó, se dirige mi canto, pidiéndole al Señor que sepa coger el mío y cargarlo sin recelos. Canto al del Señor, porque sé que al mío no seré capaz de hacerlo. Y, no obstante mi temor, mi cruz, mi madero, será lo que me identificará con Él. El tronco tosco del dolor, del miedo, de la agonía, me unirá a su salvación. Así es la paradoja cristiana.
No pudo con él. A otro le encargaron que se lo llevase. No sabía porque le habían escogido a él. Era un extranjero, un norteafricano, como tantos que entre nosotros viven. Refunfuñó un poco, pero como no tenía otro remedio, siguió el camino que le indicaron, cargando el leño. Sin buscarlo, sin saberlo, por simple obediencia, el tal Simón, se hizo santo.
El lugar era conocido. Se trataba de una antigua cantera abandonada, seguramente porque la roca que salía ya no era ni dura, ni compacta. Si no sacaban piedras los esclavos, que sacaran escarmiento los condenados, pensarían. Allí ajusticiarían a los reos y los que lo vieran aprenderían la lección: así obraba Roma, con los que merecían castigo, según sus leyes, que estaban convencidos eran las más justas que se habían promulgado.
Le arrancaron la ropa. Todo Él dolorido, molido a palos y desgarrada su piel y amoratada, en muchos sitios, no era capaz ya ni de sentir frío, ni sonrojo alguno. La vergüenza incomoda, pero no duele. A los demás tampoco les importaba como fuera su cuerpo. No se piense eróticamente, este aspecto era desconocido por aquel pueblo. Sentían la morbosa curiosidad de verle sufrir y morir, de eso sí estaban deseosos. De un empujón le derribaron y clavaron sus muñecas en los extremos del tronco aquel. El dolor fue inaguantable, pero no podía evitarlo. Si los brazos no podían moverse se retorcería el cuerpo. Dolor añadido a sus brazos por los consecuentes desgarros de las heridas.
Salve, tronco que tuviste el triste privilegio de ser instrumento de tortura del Señor. Salve porque aunque tuviste inmovilizadas las manos de Jesús, continuaron siendo benévolas y capaces de bendecir, (decir bien, significa), y de ello todavía hoy gozamos.
Por allí, de siempre, había troncos que nadie se atrevía a robar. Eran malditos, les traería mala suerte quemarlos en su hogar, pues de ellos habían colgado malhechores condenados. A uno cualquiera de ellos le acercaron. Levantaron el travesaño que inmovilizaba sus brazos. Su cuerpo pendía. Le medio sentaron en una especie de cuerno que sobresalía. Los pies se movían agitados frenéticamente. Fue cosa de poco rato. Unos clavos atravesaron los tobillos y aprisionaron sus piernas. Entonces se vio frente a la roca, una cruz acabada y un Hombre a ella sujeto. Nada tan imponente se ha visto, ni se verá nunca.
Pudo hablar o gritar o balbucear. Tenía sed. Pedía al Padre que perdonase a los verdugos. Dudaba ¿por qué me has abandonado?. La gente se reía de Él, pero Él solo veía a aquellos que amaba y no le habían abandonado en aquel instante. También, dotado de divina inteligencia, nos veía a nosotros. Le odiaban, pero procuraba amor para su Madre y para el discípulo predilecto. Le habían ofrecido un narcótico, no lo aceptó, pero no se indignó por ello. A un lado un colega de tortura le insultaba, pero Él se fijó en el otro y le prometió que estaría muy pronto en su compañía gloriosa. Recordando aquellos momentos debemos repetir: Señor, acuérdate de nosotros, ahora que estás en tu Reino. Y, como cuando telefoneamos a lugares lejanos, esperemos en silencio unos instantes. Esforcémonos en escuchar lo que nos llega: sí, tu también, si me eres fiel, estarás conmigo en el Paraíso.
Por fin, todo se había cumplido. Fue entonces cuando como expresión de su heroica confianza le dijo al Padre: en tus manos, en las tuyas que no están clavadas, deposito mi Espíritu. De nuevo la paradoja.
Salve, Cruz entera, mi canto es oración, súplica, por mí y por todos. Instrumento de suplicio era. Tu, Señor, la hiciste de salvación. En ella triunfaste, desde ella nos llamas. Sobre mi cuerpo la trazo cada día, el gesto quiero sea oración. Sobre mi cuerpo muerto, el día que llegue, quiero que una cruz se ponga.

VIA-CRUCIS CON MARÍA

Con todo el respeto que me merece Santa María y con todo el cariño que le tengo, me atrevo a redactar estas reflexiones. Seguir la ruta de Jesús, desde el Pretorio de Pilatos hasta el Golgota, pensando en cómo viviría Ella estos acontecimientos, este es mi propósito. No se trata de escribir una cosa diferente de lo que tantos otros ya han escrito. Pretendo destacar la cordialidad, la ternura y la docilidad con que Ella acompañó a su Hijo. Si lo he acertado o no, Ella lo sabrá. De lo que estoy seguro es que no se enfadará conmigo. Y que escribiendo, he llorado a veces. La lectura de la Pasión del Señor ayudó a muchos a mejorar su vida, a otros a aceptar sus sufrimientos. Desearía que lo que ofrezco hoy, fuera en el interior de algunos, una semilla que germinara, creciera y diera fruto para la Vida Eterna. Las palabras que escribiré no quiero sean una suplantación. Que nadie se queje, si no coinciden con lo que él piensa. Por mi parte son fruto de estudios, reflexiones y estancias en la Ciudad Santa.

CERCA DE JERUSALÉN

En cuanto le han dicho que su Hijo peligraba, se ha empeñado en ir a Jerusalén y nadie se lo ha podido impedir. Le han contado lo de la resurrección de su amigo Lázaro. Sus hermanas quedaron muy contentas, pero las autoridades están que trinan. Los amigos temen lo peor, de aquí que la hayan avisado. En cuanto lo ha oído, ha exclamado: ¡Hijo mío de mi alma! ¿por qué no te quieren? No te conocen. Tampoco yo te conozco. Siempre has sido un enigma para mí. Pero nunca una molestia o un estorbo. Te he tenido tanta confianza, como Tú la has tenido conmigo. Si te ha de pasar algo, estaré a tu lado, que me pase a mí lo mismo.
Se ha hospedado en casa de unos amigos, la han aconsejado que no salga de casa, que la tendrán al corriente de todo. Con docilidad lo ha aceptado. En Jerusalén nadie la conoce, de manera que su vida no corre peligro.


1ª ESTACIÓN – GETSEMANÍ


Conozco bien este lugar. No me extraña que mi Hijo se fuera allí aquella noche y se quedara rezando. Se había refugiado ya otras veces. Iba a meditar, mientras los amigos estaban en la ciudad, ocupados en menesteres del grupo. Lo había hecho muchas otras veces.
Pero en Getsemaní aquella noche, mi Hijo ha sufrido mucho. Me lo contaba un día, en uno de los encuentros íntimos que me ha concedido, después de su salida del sepulcro. Tenía miedo. El dolor a todos asusta. Pero su deber era permanecer allí. El encargo recibido del Padre, estaba a punto de cumplirse. Lo debía aceptar, para que a la humanidad le llegara la salvación. Debía ser nueva arca, mejor que la de Noé, refugio de todo el mundo, en el gran diluvio de la historia. Pero en el arca se vivía con sosiego. Mi Hijo, hombre, era muy sensible al sufrimiento. Mi Hijo, hijo predilecto de Dios Padre, era fiel a sus deberes. Una y otra realidad chocaban en su intimidad profunda, allí en el huerto. Se acordaba de Betania, distante menos de una hora, donde le querían, donde le protegerían. Era fácil escaparse, por la noche es imposible atrapar a un fugitivo, Él lo sabía. Esta fue su gran tentación. Pero no huyó. Pánico tenía, pero la generosidad le retenía. Una y otra vez iba pensando en los hombres. Una y otra vez, recordaba lo que había dicho. A lo que se había comprometido. No había ocultado que era Hijo del Altísimo. Grave delito. Por él se convertía en candidato a la lapidación. Las rocas machacarían su cuerpo poco a poco. ¿Por qué dejarse matar, se preguntaba entonces?
Temblaba primero, sudaba, tenía la sensación de que su pelo se ponía de punta, su piel se afilaba tensa, poco a poco se relajaba el bajo vientre y sentía su ropa mojada y sucia. No podía sostenerse y cayó de bruces. Estaba y se sentía sólo. Nadie le entendía, nadie acompañaba su agonía. Los amigos que junto a Él estaban, se habían dormido.
En la lejanía apareció una diminuta luz. Eran las antorchas que iluminaban el camino de los que venían a buscarle. Tenía tiempo suficiente, si quería, para escaparse. Le retenía el pensar en la humanidad. Le angustiaba comprobar el poco caso que de su entrega harían. Notó que el sudor se había teñido de sangre, tanta era su angustia.
Sin poder sostenerse, fue en cambio, capaz de avanzar e interrogar a quienes llegaban. Y se dejó arrestar, y se dejó conducir hacia la ciudad, casi a rastras. Su libertad se había acabado. No recurriría a sus poderes divinos. Hubiera sido hacer trampa, hubiera sidotraicionar a su Padre.
Me lo contaba y sufría yo con Él. Me lo explicaba y aprendía yo a amar más a los hombres. A los conocidos y a los que nada sabía de ellos. De Getsemaní saqué una gran lección de Amor.
Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor angustiado está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

2ª ESTACIÓN – LA SOLEDAD

Me cogieron en Getsemaní y me llevaron hasta dentro de la ciudad, contaba. Si se lo hubieran permitido, me hubieran llevado en volandas, tanto era el miedo y la prisa que tenían ellos. Me dejaron en un antro grande, solitario, silencioso. Nada oía, estaba a obscuras, pero arriba, cerca, se habían reunido, lo presentía, para hablar de mí y condenarme.
Mi Pasión empezó en el Huerto, ya lo sé, pero el primer tormento que sufrí fue esta soledad, este aislamiento, esta incertidumbre.
¡Madre! Cuanto te añoré en aquellos momentos. Te creía lejos, muy lejos, en nuestra Nazaret querida.
Pasaron horas interminables. No sentía ni hambre, ni sed, ni sueño, aunque nadie me dio de beber, ni comida, ni pude dormir. Un miedo horrible me atormentaba. Cuando aquella cárcel parecía ya eterna e infinita, se oyó ruido de cerrojos, unas antorchas iluminaron la estancia, se me llevaron. Todas las caras que me rodeaban eran hostiles, nadie tenía compasión de mí…
Me arrastraron al Pretorio, me encontré con Pilatos. Le estorbaba, quería deshacerse de mí sin comprometerse con nada ni con nadie. Quería dejar tranquilos a los judíos, a los que, sinceramente, despreciaba y quería que el honor de Roma triunfara. Quería ser fiel a los derechos que proclamaba el Senado, quería… ¡quería tantas cosas! pero en realidad no tenía ganas de hacer nada para conseguirlo. Estaba allí para garantizar el orden público, su misión aquellos días no era juzgar a nadie. Al enterarse de mi procedencia galilea, me envió al que allí mandaba y que, por pura coincidencia, estaba aquellos días en la ciudad.
Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor prisionero está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

3ª A – ESTACIÓN – EN EL PALACIO DE HERODES

Me han dicho que lo han llevado a la presencia de Herodes. No entiendo porque Pilatos, que ni le reconoce autoridad, ni siente por él la menor simpatía ha obrado de esta manera.
El reyezuelo ha querido divertirse con Él. No gozaba ni él, ni su familia, de la simpatía del pueblo. Cualquiera, en tales circunstancias, le hubiera despreciado, mi Hijo, no. Se ha limitado a no responderle. Su silencio era elocuente y ha entendido el significado, así que su presencia, desde ese momento, le resultaba hostil y lo ha despedido burlándose de Él, devolviéndole al Gobernador cubierto con un ridículo vestido. Paradójicamente, los dos capitostes, al coincidir en el enojo que les causaba mi Hijo, han vuelto a ser amigos.
Me lo contaba en aquellos encuentros confidenciales: a un hombre deshonesto, cobarde, pagado de sí mismo, no tenía palabras para responderle. Sabía que estaba en su poder, que Pilatos se hubiera alegrado si este asmoneo me hubiese retenido y así él se hubiese desentendido de mí. Yo sabía que, a veces, Herodes, me creía una reencarnación de Juan el Bautista, al que había mandado asesinar, a causa de una estúpida promesa hecha a la hija de su amante. Hasta por miedo supersticioso, me hubiera querido salvar. Cualquier gesto mío de reconocimiento, cualquier palabra de aceptación de su conducta, lo hubiera interpretado como una victoria y hubiera hecho lo posible por dejarme el libertad. Pero no podía dirigirme a él. El encargo de mi Padre era que mi venida al mundo fuera salvación, no apaños que me evitaran sufrimientos. De nuevo fui tentado. El enemigo, que humillado se alejó de mí en el desierto, volvía ahora, quería la revancha de aquella derrota que sufrió.
Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor humillado está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

4ª – ESTACIÓN – ENTRE MUJERES

Ha entrado Salomé y me ha dicho: una criada de Pilatos me ha contado que su señora estaba disgustada por el proceder de su marido. Que ella había dormido muy mal aquella noche y, entre pesadilla y pesadilla, había visto a aquel judío galileo, mirarla suplicante. Mandó un recado al gobernador, contándole su malestar. Le pedía que fuera con cuidado, que no era una mala persona, que estaba segura de que no se merecía lo que el populacho y sus jefes estaban tramando contra Él…
María abrió los ojos, iluminada su mirada, dijo: nosotras las mujeres, que hemos dado vida, no nos gusta que alguien la destruya. Seguramente que, aunque no me conozca, habrá pensado en mí. Todas las madres somos igual. Habrá pensado en la tranquilidad que desea goce su marido y no querrá que un día sea perseguido y amenazado como lo es ahora mi Hijo.
Advierto que los días los pasamos encerradas en la vivienda. Salomé y la de Magdala, no me dejan nunca sola. Juan salía, se enteraba y nos contaba lo que pasaba fuera.
Las tres tenemos muy presente a Jesús. Es como si lo tuviéramos al lado. Sabemos que los otros, sus apóstoles, han huido. Pedro es el único que le ha seguido de lejos. Ha sido cobarde en algún momento, quería, me contó, siquiera verlo, pero débil como es, se ha avergonzado de ser su amigo. Me lo explicaba afligido aquellos días posteriores a la resurrección, me decía que desde entonces no se atrevía a mirarle a los ojos. Yo le consolaba. No seas tonto, le advertía, ya te ha perdonado. Pasó tanto tiempo en tu casa, que conoce de sobras tus debilidades, estoy segura de que no le extrañaría mucho tu proceder, aunque le doliera. Ya sabes la predilección que por ti siente. No le tengas miedo.
Quiero ver a mi Hijo, no puedo resistir su ausencia y lejanía, ¿Cómo lo conseguiré?
Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor lejano y que se siente solitario está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

5ª ESTACIÓN – HAN CONDENADO A MUERTE A JESÚS

En cuanto se enteraron, se dieron cuenta de que su madre lo debía saber. La noticia de que la esposa del gobernador había intervenido, la había sosegado un poco y la habían dejado en una habitación descansando. Quizá ahora dormía y soñaba esperanzada. ¿era preciso despertarla? ¿no era demasiada crueldad decírselo?
Fuentes fidedignas les habían comunicado que había sido condenado a muerte. Sí, debían comunicárselo a Ella, pero ¿Quién se atrevía a hacerlo? Salomé era la mayor, pero las entrañas se le retorcían. Era incapaz de hablar. Juan, el predilecto era demasiado joven. La de Magdala era la más indicada, pero no podía contener su angustia y la pena que atenazaba todo su ser. Pero reconoció que le tocaba a ella. No se veía capaz de contárselo, tampoco podía negarse a hacerlo. Irían los tres. Y fueron.
Empezó a hablar Salomé, casi no dijo nada. Continuó como pudo Juan y acabó en sus brazos llorando. Magdalena sacó fuerzas de su flaqueza, se lo dijo, trató de consolarla, pero se hundió derrumbada, envuelta en sollozos.
María se limitó a decirles: voy a verlo, tengo que verlo, sea como sea. Por el camino quiero abrazarlo, antes de que muera. Me tendrá a su lado. No puedo dejarlo ahora.
Ninguno de los tres se atrevió a contradecirla. Y la acompañaron.
Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor condenado a muerte está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

6ª ESTACIÓN – POR EL CAMINO

El trayecto era corto, no podía ir la comitiva por una calle diferente a la que siempre seguían los reos. Ella se quedó en un rincón esperando. Oyó murmullos y empezó a temblar. Tenía que salir, verle, mirarle y que le mirara Él a Ella. Por lo menos eso, ya que suponía que no la dejarían ni siquiera tocarle.
Fue un poco difícil abrirse paso, pero cuando la gente supo quien era, se lo permitieron, se acercó todo lo que pudo. Dolor con dolor se unieron en matrimonio espiritual. No hubo palabras, solo miradas. Sintió en su interior lo que Él dijo de ella un día: dichosos los que escuchan mis palabras y las ponen en práctica. Estar allí, próxima a Él, con seguridad, era lo que su fidelidad le exigía. Le tocaba aceptar lo incomprensible. Se lo decía a los ojos. Los dos lloraban. Fue un momento. Era suficiente. Hay instantes que perduran una eternidad. Este permaneció hasta el primer encuentro, en la intimidad de una aparición, que nadie se atrevió a contar. Nada sabemos de la conversación, evidentemente, Él le aclararía todo lo que Ella era capaz de entender. Nosotros no lo hubiéramos entendido entonces y casi tampoco somos capaces de entenderlo ahora.
Si a su Madre no le dijo ni una sola palabra, la mirada era suficiente, no así a otras mujeres, que cerca de Él lloraban compungidas. Sacó fuerzas de donde pudo y trató de infundirles coraje y prepararlas para las pruebas que también a ellas se les avecinaban. ¡Nunca mi Hijo dejó de compadecerse!
Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor camino del Calvario está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

7ª ESTACIÓN – EN EL GÓLGOTA

No podía ser de otra manera. Le quitaron la ropa y ni se quejó. Se la llevaron, se la robaron, sin que Él pudiera impedirlo, sin que pudiera entregársela a alguno de los nuestros. Tampoco lo intentó, ni se quejó. Se quedó desnudo, sin nada puesto. Pobre del todo. Nada ya tenía consigo, nada le defendía, nadie le protegía. Todo lo que le rodeaba le era hostil, todo dañino. Debía llegar a este momento supremo del don al Padre, libre de todo lo mundano, despegado de lo que no fuera otra cosa que sí mismo. No se consigue unirse íntimamente a Dios, si de alguna manera se está pegado a sus posesiones, a sus riquezas, sean grandes fortunas o pequeñas posesiones.
Su Madre le recordaba de pequeño, también desnudo, en sus brazos. Alguna vez, como cualquier bebé, lloró, pero se calmaba enseguida, se sentía bien al ser por Ella abrazado, besado y protegido. Cuando le dejaba irse, gateaba por el suelo y volvía su mirada sonriendo. Iba limpio. Ahora no. Ahora llegaba sucio de sangre reseca y salivazos. Y más le ensuciaría el suelo, donde a empujones le tiraron.
Había dicho bienaventurados los pobres y Él ahora estaba en el culmen de la indigencia. Parecía un gusano, había dicho proféticamente de Él Isaías. Daba asco. Asco a aquellos que no le amaban. A los ojos de su Madre, era el mismo niñito sublime e ingenuo de aquellos lejanos tiempos…
Santa María, Madre de Jesús, que arruinado y quedándole solo la vida, está dispuesto también a entregarla, ahora que con Él en la eternidad estás, pídele que nos enseñe a desprendernos de todo.
Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor a punto de morir está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

8ª- ESTACIÓN - JESÚS NO IGNORA NI SE OLVIDA DE NADIE

Su cuerpo se retorcía. Todo él era dolor. A su lado, otros dos condenados también agonizaban. Uno le insultó, mi Hijo hizo como si no lo hubiera oído. El otro le suplicó. Jesús le contestó: hoy estarás conmigo en el Paraíso. Ya había suplicado antes al Padre: perdónalos, que no saben lo que hacen. ¿se sabe de algún condenado injustamente, que haya sido abogado defensor de su indigno juez y de sus verdugos?
Jadeaba, se moría de sed y se ahogaba de dolor. En estas situaciones, quienes están junto a alguien que agoniza, mantiene un respetuoso silencio, si no pueden decirle palabras amables. En este caso, no. Asustada y dolorosa estaba yo, comprobando que los demás reían.
Por un momento me miró y vio junto a mí a Juan. Nos vio sufrir. Le dijo que no me dejara de su lado, me dijo a mí, que no abandonara a aquel chiquillo idealista, que ahora estaba derrumbado de dolor.
Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor que en todos piensa y está a punto de morir, está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

9ª ESTACIÓN – UN GRAN GRITO EN EL CALVARIO Y UN SILENCIO

Se oyó un gran grito, que no entendieron todos. La Madre preguntó a Juan ¿Qué ha dicho? El chico asombrado, le contestó: me ha parecido que decía: Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?. Bajó ella la cabeza y susurró: Dios mío, Dios mío ¿por qué le has abandonado?
(A María, como a nosotros, le costaba creer. La Fe siempre es un riesgo, un salto en el vacío. Ella no era una excepción. La Fe, dicen los teólogos es un virtud obscura. Así pues, si grande era la fidelidad de Santa María, mayor en este momento era la enigmática obscuridad espiritual)
Las palabras que pronunció poco después, sí que pudieron entenderlas todos: ya ha concluido mi misión. Padre, me pongo en tus manos.
Cruzaron sus miradas Juan y la de Magdala. Salomé afirmó. Se acercó el chico y temblando le dijo al oído: ha muerto. No pudo decir nada más. Tampoco Ella dijo nada, su conformidad silenciosa resultaba heroica. Otra, en su lugar, se hubiera puesto a gritar histérica.
Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor crucificado ya muerto, está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

10ª ESTACIÓN – NO TODOS LE HAN OLVIDADO

Como ya estaban seguros de cómo acabaría, unos amigos habían pensado y preparado lo que se debía hacer en este momento. Era preciso hacerlo deprisa, la Gran Fiesta estaba a punto de comenzar y no podían arriesgarse a intentar hacer algún trabajo, por insignificante que fuera, en cuanto la primera estrella apuntase. Uno de ellos que tenía buena entrada en el Pretorio, consiguió fácilmente que se le concediera el cuerpo de mi Hijo. En realidad Pilatos estaba ya harto de todo lo que las circunstancias le habían obligado a hacer. Si se trataba de enterrarlo que lo hicieran pronto, tal vez encerrado en el sepulcro, él podría olvidarlo, dormir y, hasta con una cierta calma interior, celebrar a su manera y con los suyos, aquella fiesta que tanto alborotaba a los judíos.
Querían alejarla del lugar, ella no consintió. Si alguien debía lavar aquel cuerpo era ella quien lo debía hacer. Limpiar su sangre, la misma que ella le había dado, era su deber. Un día le dio vida, le empujó desde sus entrañas, para darle a luz. Ahora sus ojos vidriosos ya nada veían. Aquellas piernecitas que se movían juguetonas cuando era pequeño, ahora se habían tornado rígidas. Tenía desnudo en su regazo, al que desnudo salió de su seno. Miraba a su alrededor, todavía era capaz de distinguir las cosas, pero se volvía oscuridad enseguida su entorno. Uno de estos amigos ofreció su sepulcro. Estaba nuevo, sin estrenar y muy cerca de allí. Solo necesitaba su permiso. Accedió con mirada cariñosa, hasta trató de iniciar una sonrisa, pero no consiguió brotara.
Yo te saludo María, llena de Gracia, el Señor enterrado, está contigo. Bendita eres entre todas las mujeres. Bendito el fruto de tu vientre.
Santa María, madre de Dios, acuérdate de nosotros que somos pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte

SIN NUMERAR – AL MARGEN DEL TIEMPO

Sintió en medio de su ensueño una corazonada. La muerte de su Hijo, no podía acabar de aquella manera. Ignoraba qué iba a suceder. No estaba segura de nada, así es la Fe. Puro convencimiento, sin seguridad alguna. No le extrañó la sensación que sintió. Su estremecimiento fue por una impresión de proximidad viva de su Hijo. Su corazón palpitaba alegremente de júbilo.
Pronto llegaron las noticias. El sepulcro vacío, los ángeles hablando, Él mismo jugando al escondite, cual hortelano concienzudo, se daba a conocer a la de Magdala … Era un torbellino de confidencias llenas de asombro y felicidad. Ella se alegraba del protagonismo que su Hijo había proporcionado a las mujeres, sus compañeras de aquellos penosos días.
Más tarde, si se puede medir este tiempo prodigioso, Él mismo se encontró con ellos, los más íntimos. Todo había cambiado. Empezaban entonces a entender tantas cosas que les había contado y ellos no habían comprendido antes…


EN TODO TIEMPO


A pocos minutos de Getsemaní, allí donde había empezado todo, hay una gruta. Una santa gruta. Cuentan, que fue en ese lugar donde un día el Señor les comunicó a los suyos el Padrenuestro. A la luz de la Resurrección, se reza de otra manera. Lo podemos hacer antes de despedirnos de María. No lo copio ahora, creo que todos lo saben.
Se encontró en Egipto, no hace demasiados años, en un papiro mas que milenario, el texto más antiguo de una oración a la Madre de Jesús. Es del siglo III, por tanto más antigua que el Ave-María. Bueno será, que la hagamos vehículo de nuestra plegaria. (Tal vez se sepa en latín y con música gregoriana, es la conocida como “sub tuum presídium…” si fuera así, se supiera cantar y se estuviera en grupo, que no se deje de entonar esperanzados.
Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien libranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita

VIGILIA PASCUAL

Yo no sé, mis queridos jóvenes lectores, si veníais anímicamente preparados a esta liturgia. También desconozco como ha transcurrido. Imagino que acabáis de escuchar la proclamación del evangelio y voy a comentaros algunos detalles de lo celebrado hasta aquí.
En nuestra reunión, lo importante, como siempre, es la Eucaristía. Ahora bien, que lo sea, no significa que otras cosas hoy tengan más colorido.
Al empezar. Es muy interesante pasar un rato, o siquiera unos momentos y si se puede, en completa obscuridad. Viene a continuación el encendido y bendición del fuego. En realidad es puro símbolo, pero muy expresivo. El mundo incrédulo vive desorientado en la incapacidad de encontrar puntos de referencia, atractivos a su vida. Se declara con frecuencia “anti-todo”, postura que al principio le gusta, pero que, a la larga, no le satisface. Es la obscuridad.
Cuando se enciende el fuego, la asamblea cambia. Los rostros sonríen y se miran. Se trasmite el fuego salido del Cirio Pascual de unos a otros. Es un acto de generosidad. Quisiera que os fijarais en dos cosas. Primero, que el que acerca la llama y se la comunica al otro, le facilita luz y calor, sin que él pierda nada por ello. Así es el Amor, la Caridad, de cualquier clase, con tal que sea amor surgido de la Gracia de Cristo. Animado, vivido, con la Esperanza puesta en el otro, en el que la recibe. Otorgado con amabilidad, con cordialidad, con la atención puesta en el otro, al que se la desea lo mejor. Hay que sonreír al acercar la llama. En segundo lugar, es preciso que el otro tenga su cirio. De nada serviría que le acercásemos una llama, si no tiene nada que pueda encenderse. Para este momento hay que estar preparado, o hay que haberle ayudado a que venga dispuesto. Estáis llamados, invitados y estimulados, a ser apóstoles del Señor. Hay que empezar la labor con minuciosidad, desde el primer encuentro. La aventura cristiana requiere detenimiento, mantener la atención, no distraerse, ser siempre responsable. Como quien quiere hacer un puzle. Como quien pretende progresar en un deporte.
La liturgia latina es generalmente muy hierática. Escrita en la lengua de un pueblo, el romano, que lo era sumamente. Pero esta noche es una excepción. En esta vela, se proclama un pregón. Es una maravillosa pieza antigua, donde se llega a hablar de la madre abeja, donde se canta a la noche, donde se elogia ¡enorme atrevimiento! un pecado, ya que, gracias a él, vino Cristo, nos redimió y podemos gozar de la salvación. El pregón es precioso, explicar su contenido y belleza con detenimiento y entusiasmo, me ha ocupado a veces más de dos horas, y pasados más de treinta años, hay gente que todavía lo recuerda.
Como cuando uno va a un acontecimiento que le interesa mucho, llega anticipadamente y se entretiene esperando que empiece, leyendo folletos, conversando o cantando. Es algo parecido al rato que se pasa escuchando la proclamación de las variadas lecturas que la liturgia nos ofrece hoy.
En el evangelio hay cada año una frase central y solemne. ¿Buscáis entre los muertos al Señor? Pues, os habéis equivocado. No está aquí. Él, ha resucitado. Os hablo ahora de mi experiencia. Este momento, casi todos los años, la gente joven lo está esperando con ilusión. Se van mirando y, cuando escuchan la frase, prorrumpen en aplausos. Los mayores, los primeros años, se sorprendían y finalmente se animaban a aplaudir también. Yo, que lo había proclamado, casi, o sin casi, lloraba de emoción. El anuncio se lo merecía.
No calculéis si sois muchos o pocos. Quisiera que entendierais que en todo el mundo desde que empieza la noche en oriente, hasta que concluye en lo más occidental del occidente, algunos están celebrando agradecidos la Resurrección del Señor. Es un fenómeno como la ola de los estadios, en los momentos más solemnes. Espectacular, porque es sucesiva. En nuestro caso los espectadores son los ángeles, que contemplan como a medida que gira el planeta Tierra, van viendo como se va alabando a Jesús Resucitado. No miréis, ni contéis quien está a vuestro alrededor. Alegraos cuando os toca, que es después de cuando se alegraron los chinos y antes de cuando se alegrarán los del poniente americano.
Alguien se puede reír de vosotros y deciros que las discotecas están mucho más llenas que nuestras iglesias. Seguramente será verdad, no hay que ignorarlo. Ahora bien, lo importante es el impulso. Que se eleva mucho más un solo cohete, que la multitud de chispas que se desprenden de una hoguera.
Si plantáis un día una patata, por grande que sea, conseguiréis que salga una planta que no alcanzará ni el medio metro de altura y ni siquiera podréis haceros un mondadientes. Si sembráis un diminuto piñón, os puede salir y crecer un gran pino, con el que hacer una barca y con ella llegar a otro continente. Es una parábola que me gusta repetir cuando me hablan de la espectacularidad de algunos acontecimientos, riéndose de la pequeñez aparente de lo que podamos celebrar nosotros.
Os lo confieso: conmigo, si Dios me permite celebrarlo, estarán pocos. Pero no sentiré aflicción. Pensaré en vosotros, mis queridos jóvenes lectores, y me llegará la reverberación de vuestras fiestas. Pediré entonces por vosotros y os pido ahora que vosotros penséis en mí.
Y al salir acordaos de que sois responsables de manifestar y comunicar la alegría de la Fe. Acordaos, como un reto, de lo que dijo Nietzsche: mientras los cristianos no tengan mirada de resucitados, yo no podré creer en su Salvador (el filósofo alemán lo escribiría, seguramente, con minúscula, yo nunca).

DIA DE PASCUA

El amanecer de aquel primer día de la semana, o día del sol, como también lo llamaban, fue sorprendente, para la pequeña comunidad cristiana que se había ido a dormir, creyéndose decapitada.
Los que hemos perdido seres queridos, sabemos que si parece trágica la hora de la muerte, lo que se hace más penoso, es llegar y estar en casa, pasado el entierro. Todos los rincones están llenos de la ausencia de aquel a quien habíamos querido. Llenos de ausencia, vuelvo a repetiros. Llenos de la ausencia de Jesús, estaban las vidas de los discípulos.
El modo como murió Jesús fue desconcertante para sus amigos. Por lo que nos cuentan los evangelios, parece que aquellos galileos que habían huido despavoridos de Getsemaní, continuaron teniendo algún contacto entre ellos. Una excepción fueron las mujeres. En esto, como en tantas cosas, dieron buena lección. Ellas esperaban muy unidas, sin haber sido víctimas del desaliento, ansiosas, la llegada de la aurora, cuando ya se permitía caminar, trabajar, dedicarse a lo que fuera, para acudir al sepulcro y acabar lo que no habían podido hacer la feria quinta, o día de Venus, nuestro viernes. Los judíos no momificaban a sus difuntos, se limitaban a cubrir con un tejido el cadáver e impregnarlo de substancias vegetales, aceites esenciales y bálsamos fundamentalmente, que por una parte lo perfumaban, ingenuo homenaje, y por otra retrasaban la corrupción. Tal vez a ellas, les faltaba espolvorear el cadáver con alguna resina sólida y sería esto lo que llevaban, aunque la iconografía de la Magdalena, la pone siempre con un ánfora en la mano. Pero no hay que dar demasiada importancia a estos detalles.
Les preocupaba el peso de la piedra que cerraba la sepultura. He visto unas cuantas de las tales, por aquellas tierras. Se trataba de discos de algo más de un metro de diámetro y uno o dos palmos de grosor. (nunca llegan a dos metros, a pesar de cómo la pintan generalmente nuestros artistas). Cosa que supone bastante más peso de lo que pueden mover unas mujeres de normal constitución. Aquí empezaron las sorpresas. Vieron que no solo no estaba allí el cadáver, sino de que había resucitado, por unos detalles que nosotros no entendemos, pero que para ellos y ellas, los interesados, si eran prueba segura. Se precipitaron las visitas, se multiplicaron las explicaciones y se analizaron los recuerdos.
Por la tarde, por un camino que se dirigía al norte, dos caminantes, hombres conocidos de la comunidad, uno de ellos seguramente pariente del mismo Jesús, se encontraron con alguien que caminaba en la misma dirección. Hablaron apasionadamente y, al llegar al lugar de descanso, le invitaron a quedarse a descansar. Entonces descubrieron desconcertados, que era Él.
Hubo sorpresas y asombros. Quisiera que os preguntarais, mis queridos jóvenes lectores, ¿en vuestra vida, sois capaces de sorprenderos? O ya os da igual todo lo que se os presenta. ¿Habéis perdido la capacidad o es que nada se merece esta actitud? ¿os asombráis de algo, o todo os parece natural? Tal vez seas porque arrastráis una existencia gris.
La mayor parte de la gente que aquella noche dormía en Jerusalén, continuarían durmiendo ¿Quiénes fueron los afortunados?
Tanto los protagonistas de la mañana, como los que lo descubrieron al atardecer se apresuraron a informar, a comunicárselo. A comulgar con el hecho maravilloso. Temo yo que algunos que esta noche, u hoy mismo, vivan la fiesta cristiana de la Pascua encerrados con su grupito. Gozando de sus logros y sus éxitos. Esto no es Pascua.
Cada uno de vosotros debe recordar individualmente, lo que escribía para la vigilia pascual, la amonestación que Nietzche hacía: sólo cuando los cristianos tengan mirada de resucitados podré yo creer en su Salvador (él no lo escribiría con mayúscula, pero yo no soy capaz de hacerlo de otra manera)