La naturaleza viva en Semana Santa.

El Conejo
Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

Hay días que el ponerme a escribir, es el final de un montón de pensamientos y estudios realizados apasionadamente. Ocurre entonces que, cuando acabo un artículo, descanso satisfecho. En otras ocasiones no pasa así. Hoy es una de ellas. Que me perdone, pues, el lector, si no le gusta el presente. Burla burlando, van cuatro líneas por delante, afirmaría el clásico.


El conejo no aparece nunca nombrado en la Biblia. Dos animales que se le asemejan, si que salen en el texto sagrado. La liebre y el damán. Yo no sé si quedan muchas liebres por nuestros campos peninsulares. No oigo hablar de ellas y cuando era pequeño, sí. Confieso que ni siquiera estoy seguro de haberlas visto libres por el campo. Por tierras vallisoletanas, por donde de pequeño vi espontáneamente animales que ahora me resultan exóticos, avutardas, milanos, o miles de grajos y centenares de cigüeñas, por aquellos impresionantes paisajes, tal vez los cazadores amigos de mi familia, me mostraron algún ejemplar, antes de aderezarlo para la mesa. Recuerdo que es plato apreciado. El animal se parece mucho al conejo, es más grande y aristocrático. Mueve los labios cuando está en reposo, de una manera semejante a como lo hacen las vacas, de aquí que la Biblia la llame rumiante, sin afirmar que se identifique con las funciones digestivas que cumplen los que nosotros llamamos así. Se le menciona cuando advierte, en el Levítico y en el Deuteronomio, que no son animales puros, aptos para comer.


El damán aparece mencionado junto al primero, en las dos mismas ocasiones. Este animal si que lo he visto en varias ocasiones por Israel. Concretamente lo recuerdo ahora en Cesarea de Felipe y en Ein-Guedi. Aunque se parece al conejo, los biólogos lo relacionan con el elefante. Da la impresión de ser un animal un poco estúpido, que se desentiende de su entorno y ni huye ni ataca. La impresión de estúpido uno la tiene, cuando los ve en el mismo terreno que esta admirando a cérvidos espectaculares por su belleza y talla, entre el “salto del cabrito” y el Mar Muerto.


Pues resulta que el conejo, ese desconocido del texto bíblico, es símbolo de la Pascua, cosa curiosa. Parece que su origen está en Centroeuropa y que si sería consecuencia de su gran capacidad de reproducción, riqueza de vida por tanto, riqueza de Vida Eterna la que nos proporciona Cristo al resucitar. Se inventa posteriormente una leyenda insólita para poder relacionarlo con las fiestas que celebramos. Dicen que cuando fue enterrado el Señor, un ejemplar de estos lepóridos, se quedó encerrado dentro, pasó asustado todo el tiempo que el sepulcro estuvo cerrado, hasta que contempló la Resurrección. Salió posteriormente llevando consigo un huevo, proclamando con ello, y a su manera, el prodigio pascual. Recuérdese que el  huevo es símbolo de vida, de aquí que lo sitúen los judíos en lugar preferente en la mesa ritual del Seder de Pesaj.


No sabía que, entre nosotros, fuera adorno usual de la confitería de este tiempo. Me he enterado hoy, en un tal establecimiento, pero no sabían los que me atendían, porque ellos vendían unos conejitos de dulce, encaramados en un huevo de chocolate.


Burla burlando, se acabó el artículo que a ninguno habrá satisfecho, espero por lo menos que habrá entretenido a alguno y con este pequeño mamífero, acabo lo de naturaleza viva y Semana Santa.