Tierra Santa

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

Escribo al atardecer del día de Pascua. Estoy fatigado. Durante estos últimos días he entregado mi mente a los misterios que celebrábamos. Mi mente y lo que ahora se llama inteligencia emocional, dicho de otra manera, entusiasmo responsable. Lo he entregado en las celebraciones litúrgicas. La noche pasada, la solemne Vigilia Pascual, especialmente.
En mi predicación, me refiero con frecuencia a los lugares donde ocurrieron los hechos celebrados y me comentan muchos mi aprecio por Tierra Santa. No lo niego. El país, su paisaje, su flora y fauna, sus monumentos y restos arqueológicos, son el quinto evangelio, que complementan mis estudios bíblicos. En los últimos viajes he recorrido pocos lugares. No son las piedras lo que más aprecio. Y de esto quiero hablar hoy.


La Santa Madre Iglesia encargó a la orden franciscana la custodia de los Santos Lugares, la protección de los espacios y la protección de los peregrinos. Hubo tiempos en que desplazarse por aquellas tierras resultaba peligroso, de aquí que, el correspondiente franciscano, los iba  a esperar al puerto de Haifa y los conducía con esmero y disciplina, por los diferentes sitios. Lo último, lo de la disciplina, lo digo, porque se cuenta de un prestigioso santo y fundador insigne, que tuvo la osadía de obrar en algún momento con iniciativa propia, separándose del grupo, lo que le ocasionó que fuera sancionado con un encierro disciplinario. La protección del peregrino exigía tales comportamientos, por extraños que nos parezcan.
Hoy los franciscanos están al servicio de la comunidad local, las “piedras vivas”, y de ello, afortunadamente, se habla bastante en los medios cristianos. Otra ocupación es la de ser guías de grupos. Hay un aspecto que me parece se ignora con frecuencia. ¿en qué se diferencia un fraile-guía,  de uno que lo es únicamente como profesional del oficio, como hay tantos?


He tenido la fortuna de conocer y ser amigo de ilustres frailes. En mis artículos he mencionado a casi todos y no los repetiré hoy. Su amistad me permite gozar con ellos  en Tierra Santa y que sea recibido por otros sin recelos y atendido amablemente. Ninguno de mis amigos, según creo, ejercen en la actualidad de guías de peregrinos. De aquí mi interés por saber como es “por dentro” un fraile dedicado a este ministerio. No he hecho demasiadas averiguaciones, pero las suficientes para saber que su entrega, es la respuesta a una vocación cristiana. Dan explicaciones como cualquier otro, pero ponen algo más. Pensaba a veces, si eso de peregrinar pudiera ser una cosa tan emocionante como acudir a una representación teatral navideña o de la Pasión. Son acontecimientos en los que muchos lloran de compasión sublime, pero que, en acabada la sesión, no suponen ninguna mejora personal. Le he preguntado a más de uno ¿notas cambios espirituales durante la peregrinación? Y me han contestado que sí, que han conocido verdaderas conversiones. Me decía uno: a veces en la intimidad, en medio de consultas, cuando estábamos solos, me piden confesarse. Prefiero siempre que lo hagan con otro, me comenta. Sí, la experiencia espiritual es profunda y de gran provecho para muchos.


Pienso que se trata de una bonita vocación cristiana y añado que heroica. Nosotros, los sacerdotes de por aquí, obramos sumergidos en “planes de pastoral” duraderos, en programas de renovación teológica, de animación de la comunidad, etc. Ellos no. Su ministerio dura pocos días. Acabada la peregrinación, el fiel marchará lejos y nada sabrá ya de él. Habrá dado fruto, pero él lo ignorará. En este aspecto su actitud me recuerda la de los contemplativos. Interceden, trabajan, se entregan, sin poder controlar resultados. Es una atractiva ocupación vocación, por más que la haya calificado de heroica.
Hubo un tiempo que muchos frailes españoles acudieron a esta llamada de Dios. Hoy abundan los de otras naciones. Si me lee algún joven que sienta inquietudes cristianas de servicio, le propongo que vaya a hacer una prueba, que se empape en la misma tierra de Jesús de su mensaje y que luego lo comunique a quien encuentre. La actitud del peregrino es enormemente receptiva y contagiar la Fe en tales circunstancias una fascinante aventura espiritual. Fascinante y satisfactoria. Tengo alguna experiencia, ya que, de alguna manera también yo he sido guía.