Elias, Profeta

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

Periódicamente salgo de excursión con algunos compañeros sacerdotes. Ha sido un gran encuentro que agradezco a Dios y les agradezco a ellos el haberme aceptado. El común de los mortales tiene libre los días que nosotros estamos más ocupados. Poder encontrarnos en lunes y caminar juntos, es una suerte. El último día fuimos a una ermita dedicada a San Elías. Dos horas de camino son un buen trayecto para una persona de mi edad, que algunos ya llaman cuarta. Ahora bien, un tal periodo, y por una pista forestal que se encarama, dan para un buen rato de reflexión. Vamos juntos, pero no pegados, y ya se sabe que cuando la ruta sube, hablar fatiga, de aquí el silencio que impera entre nosotros. Dedico mi mente a reflexionar. Trato de identificarme con el Profeta. Pienso en el camino que le tocó hacer desde la llanura de Esdrelón, hasta la montaña santa del Horeb. Es muy diferente aquel paisaje al que hoy recorro, así que traslado mi imaginación a la subida al Carmelo por el lado Este, no por la parte mediterránea, la más conocida. Lo he hecho en coche y comparar la experiencia sería hacer trampa. No importa, recordaré, pues, la subida al Sinaí, la primera que hice. Era de noche y con sólo 7 personas más, de diversas procedencias. Entonces y ahora, puedo gozar de la soledad, sin sentirme solitario.


Elías es el gran profeta de Israel. Cuando uno menciona tal atributo, piensa en Isaías, Jeremías, Ezequiel … los profetas escritores. Los textos de unos cuantos de ellos son extensos y los he leído varias veces. Pienso en nuestro ahora. Tiene uno la impresión de que somos más los que escribimos y publicamos, que los que leen. Y que los contenidos más profundos, si es que existen, acostumbran a no captarse. Ahora bien, cuando el carisma se ejerce mediante la vida y el comportamiento, es otra cosa. Elías no fue profeta escritor, lo fue de hechos y actitudes. En cuanto alguien obra de manera diferente a la del común de sus coetáneos, llama la atención. Tal vez sea la dificultad e incomodidad de lo que hace, una piedra de toque que nos descubra su autenticidad y que no responda al deseo de la pura extravagancia. Pienso ahora que tal vez sobren hoy en día, en el terreno religioso, escritores, exégetas, teólogos, sociólogos, antropólogos, etc. y falten profetas.


La inspiración profética, si de inmediato se convierte en lenguaje, puede morir como tal. Lo dice el refrán: del dicho al hecho, hay un gran trecho. Que podría traducirse: es bonito parecer progre, pero vivir como tal es otra cosa, que a menudo no acompaña. Los escritos llegan a lugares donde se ignora la vida del autor y pueden engañar. El gesto profético es conocido únicamente en su entorno inmediato, exige honradez radical, esfuerzo convencido, testimonio. Tal vez el sujeto desconozca el resultado de su atrevimiento, pero él lo hace por fidelidad a su vocación.


En un mundo de comunicaciones, se trasmite también las actitudes casi tanto como las composiciones literarias. No ignoro que existe el peligro de hacerlo para llamar la atención, una manera como otra cualquiera de satisfacer la propia vanidad. Hay que arriesgarse, no obstante, sin preguntarse a que obedece un gesto, o cual será el resultado que se siga.
Se da publicidad a ciertos discursos de determinadas jerarquías y mucha gente cree que son las únicas señales de la Iglesia. Pienso en el Cottolengo y me parece que su obrar patentiza más el pensamiento cristiano, que muchas disertaciones sobre eutanasia y aborto tan en boga. Recuerdo cartujas, en las que me encontré a monjes con quienes hablé y otras en las que con su silencio y clausura, me dieron una lección elocuente de valores superiores, con mayor evidencia que tantos tratados de antropología que se publican. Pienso en carmelos, de aquí o de zonas desérticas, que con su oración monótona y desconocida, enriquecen el mundo como la gotita que se desliza lentamente por una cueva. Parte de ella se hará estalactita, que engalane aquella oculta sima, mientras el agua pura se escurre por las grietas hacia un manantial que aplacará le sed del peregrino. Pienso en gente destrozada por su experiencia personal de alcohólico, arruinada por los avatares de la economía, fracasados en su matrimonio, tal vez olvidada por sus hijos, pero que se entregan a labores de ayuda a los más pobres, sea en instituciones famosas y acreditadas, tal vez simplemente empaquetando alimentos o ropa, o en diminutas ONGs que excavan pozos en lejanos parajes. Con su anónimo trabajo, unos y otros, dan continuidad a la Iglesia, la consolidan, la protegen.


Llegamos a la cima, la ermita no tiene ningún atractivo, ni siquiera podemos entrar. Para mí, su grandeza ha consistido en sugerirme unas reflexiones que me exigen mejorar mi vida personal. Acabo pidiendo a Elías que interceda ante Dios, para que sea autentico profeta de mi tiempo, al que, vuelvo a repetir, opino le sobran escritores diletantes, sabios eruditos, espectaculares artistas.