Primeras comuniones

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

En las Iglesias Orientales (Ortodoxas y Católicas) el día que acuden los padres a bautizar a su hijo, recibe este los tres sacramentos de la iniciación cristiana: bautismo, confirmación y Eucaristía. Por este orden, el teológicamente correcto. Adelanto que alguna de ellas administra también el del Orden, pero de esto hablaré en otra ocasión. Y son tan católicas como la Latina, a la que nosotros pertenecemos. Para explicar la corrección de este proceder, pondré un símil de la vida biológica. Está demostrado que la lactancia materna suministra a la criatura, además de alimentación, unos anticuerpos que las papillas no pueden aportar y que le serán muy útiles para proteger su vida adulta. De la misma manera comulgar desde niños prepara para dificultades posteriores. Quien no esté de acuerdo que lo discuta con teólogos y pastoralistas de estas Iglesias.
Unos amigos que viven en Francia, me comunicaron un día, que su hijo mayor iba a empezar a comulgar. No tenía más de seis años. Me confiaba el padre: a esta edad, Benoit, que este era su nombre, todavía no tiene tentaciones importantes, cuando le lleguen, ya estará preparado y tendrá más vigor para vencerlas. Recuerdo que no hacía demasiado tiempo que iba a celebrar con ellos misa. El padre se lo dijo al pequeño y este le preguntó: ¿pero como es posible si no estamos en la iglesia? (Residíamos en la campiña, lejos de cualquier población). Mi amigo le dijo: Pedrojosé es sacerdote y lo haremos en casa. Se quedó pensativo y no añadió nada. A la hora del ofertorio, les pregunté cuales eran sus peticiones. Fueron diciendo que protegiera a su familia, por la paz, por el hambre, por los enfermos… El chiquillo dijo algo que no entendí y le pedí que lo repitiera. Asintió y, decidido y señalándome, añadió: et pour toi. Me conmovió y le di las gracias. Se ha hecho mayor y, según tengo entendido, no ha perdido su Fe cristiana y colabora activamente en su comunidad.
En mi vocabulario pastoral, no existe la expresión: primera comunión. A la mayoría de los niños que vienen a misa los conozco desde que nacieron y siempre les repito que si ya no les dan papillas, tampoco deben contentarse con la oración. Advierto que, por propia iniciativa y sin consultarlo con sus padres, vienen cuando quieren a confesarse. Respecto a la comunión, me hacen caso o no y,  cuando les parece, me comunican: voy a empezar a comulgar. Sus progenitores lo confirman y aquel día, en la misma iglesia, acabada la misa, ofrecen un sencillo refrigerio: simples bocados, refrescos y alguna chuchería. En su domicilio se prolongará la fiesta familiarmente. En el recordatorio, ponen generalmente, de su puño y letra, su nombre y el lugar, añadiendo: hoy he empezado a comulgar.
En varias ocasiones, me he encontrado con niños que, por propia iniciativa, se acercan piadosamente a comulgar. Acabada la misa, sus padres me cuentan horrorizados que su hijo ha ido a comulgar, sin haber hecho la Primera Comunión. Yo les pregunto ¿sabía distinguir el Pan eucarístico del pan común? ¿sabe rezar y reza comúnmente? Pues, bendito sea su proceder y traédmelo, que le haré un regalo, para que guarde buen recuerdo.
Me irrita soberanamente que, a veces, cuando un pequeño se acerca al altar, salen “veintisiete” personas a preguntarle si ya ha hecho la primera comunión, para privarle de inmediato si dice que no. Ahora bien, si se trata de una persona adulta, casada y divorciada, juntada y reajuntada, aspectos notoriamente conocidos, nadie se atreve a advertirle nada.
Vuelvo a mi realidad. Me preocupo de que los chiquillos se formen. Trato de que, en cuanto sea posible, reciban educación cristiana personalizada y, el día que conviene, sin demasiados signos exteriores, empiezan a comulgar. Estas ideas no son progres. Quisiera que fueran proféticas.