Derviches

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

Reconozco que del sufismo, corriente religiosa islámica a la que pertenecen los derviches, mi conocimiento era escaso. Se limitaba al recuerdo de una secuencia de aquel curioso documental de hace muchos años, titulado “este perro mundo”, añádase algunas nociones recibidas del “segundo de a bordo” del monasterio de Bose y poco más. Por serias que fueran las explicaciones del querido monje, dominaban las imágenes del film.


Entre las posibilidades que se ofrecían al itinerario por Turquía, estaba el asistir a una ceremonia de derviches. De inicio no me entusiasmaba, pensé luego que en 55 minutos aprendería más de lo que me permitiría la lectura de un libro sobre el tema. Me apunté y asistí.


Me había mentalizado de que se trataba de una sesión mística. El guía de la expedición que públicamente se había declarado “turco de procedencia armenia gregoriana y no practicante” nos habló extensamente sobre el tema, fijándose principalmente en la biografía de sus fundadores y cifrando en dos millones el número de sus fieles. No quedó claro como podía coexistir la prohibición legislativa que sufrían sus manifestaciones religiosas, por una parte, y la libertad con la que actuarían y nosotros los contemplaríamos. Se nos dijo que el que pretendía ser miembro de la congregación, debía someterse a ejercicios de rotación corporal alrededor de un clavo, situado entre el dedo gordo de un pie y su lateral. La herida que con seguridad se le produciría, debería curársela con sal y una vez conseguida la cicatrización, volver a empezar y repetir las veces que fuera necesario. Mientras así se explicaba, iba yo recordando la cuestión de si para llegar al estado místico era necesario pasar por ascesis, como algunas escuelas de espiritualidad defendían, o podía ser un don espontaneo de Dios, cosas estas objeto de enseñanza, en mis estudios del seminario. El clavo hiriente no me parecía peor que los cilicios y disciplinas que en aquellos tiempos se estilaban. Recordaba también una oración budista multitudinaria en la maravillosa basílica de Santa María del Mar de Barcelona, amén del proceso de iniciación que se exige a los miembros de esta corriente espiritual.


Entré en el recinto teniendo presente estas y otras muchas cuestiones, estrechamente vigilado por alguien, al que mis cámaras fotográficas, sus cuatro objetivos y la grabadora de audio, le debían parecer más peligrosas que una bomba de napalm. Por supuesto, su uso estaba terminantemente prohibido.


Reconozco que los movimientos de los seis o siete orantes eran de una exactitud perfecta, semejante a la del mejor desfile militar. Que en nada recordaba una representación teatral. Que su mirada, o mejor su ausencia de mirada, pues, casi siempre tenían los ojos cerrados, sugería una gran concentración mental. La monotonía musical, resultaba más agradable que los sones budistas, sin llegar a la vivacidad y duración de las canciones de Om Kalthoom. Fue entonces cuando se me ocurrió pensar en el “Christus factus est pro nobis…” . Y sinceramente me sentí más identificado con la antífona gregoriana. O en la interpretación del texto de Juan de la Cruz, de Amancio Prada, y también el recuerdo me gustó más. Tal vez cuestión de culturas, más que religiosa.


Pensaba por la noche en la poesía de Juan de la Cruz, en la prosa de Teresa de Ávila, en las ñoñas (Urs von Balthasar, dixit) y encantadoras confesiones de la de Lisieux. ¿Se puede entender el “Cántico espiritual” sin conocer el Cantar de los Cantares”? Me vino entonces a la mente Ramón Llull y su precioso “libro del Amigo y del amado”. (Aprovecho la ocasión para anunciar a los lectores de lengua castellana, que próximamente editará la BAC, la traducción del ingenuo relato de Blanquerna, donde está incluido). De este monstruo de las ciencias humanas, de las lenguas, de los propósitos ecuménicos y de la mística, algunos solo saben que tiene dedicada una calle importante en “la Villa y Corte” (para los foráneos, Madrid).


En fin, mi conciencia cristiana justificó los 30€ que pagué. Quien quiera saber cosas de los derviches y la espiritualidad sufí, en Internet encontrará suficiente información.