Efesos

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

Podría haber puesto Pergamo, Esmirna o Capadocia. Han sido unos pocos días recorridos por estas tierras turcas. Gracias a la colaboración de un compañero, conseguí un viaje barato y lo emprendí con ilusión.


Turquía es un país muy peculiar, han pasado por él civilizaciones importantes que dejaron sus recuerdos pétreos. Su realidad actual, ya no pétrea sino antropológica, es el resultado de la fragmentación del gran imperio otomano. Es un estado laico por definición, repleto de mezquitas, que nos cuentan están bastante vacías. Poca fe islámica, algún resquicio de fanatismo del mismo color. Cuando consulté algunas guías, explicando las realidades de orden cultural, ni siquiera se hacía la más mínima mención. Y en Turquía, no hay que olvidarlo, reside el patriarca ecuménico Bartolomé, que goza de un gran prestigio internacional, tanto en el aspecto religioso como en temas como el respeto y conservación del medio ambiente y como respuesta al gran don de la Tierra que confió Dios al hombre.


Me ilusionaba particularmente Éfeso. De allí salió el reconocimiento de Santa María como la “Zeo-Tocos” (Madre de Dios, que no madre del dios, ni diosa). Y como consecuencia material de ello, la erección de la maravillosa basílica romana de Santa María la Mayor. En Éfeso residió San Pablo, seguramente también San Juan con la Virgen. Quedan muchos restos de monumentos griegos y romanos importantes. Debe uno fijarse muy bien para observar vestigios cristianos. En un rincón de las ruinas se señala, con total indiferencia que el Papa Pablo VI pasó por allí, sin ningún comentario. Saco fotos y más fotos de estos vestigios, mientras pienso ¿se imaginó Pablo y Juan que no quedaría ningún testimonio viviente de su acción evangelizadora?. Lo más fácil es decirse: al cabo de unos siglos, a estas tierras nuestras, les pasará lo mismo. Es fácil y cómodo, pero no honrado. Debe uno preguntarse: ¿queda huella espiritual del mensaje de Jesús en los sitios donde me ha tocado vivirá mí?. Pensando así las  piedras  se convierten en serios fiscales.


La “casita de la Virgen” es una experiencia diferente. Nunca le había dado importa alguna. Durante mi corta visita no me planteé la cuestión de si allí había vivido Santa María. Nos saludó una monja polaca, de una congregación para mí desconocida. Nos acogió amablemente, de inmediato nos sugirió si queríamos celebrar misa. Aceptó con sencillez que lo hiciéramos con la prisa que exigían las circunstancias, nos trajo misal y leccionario en lengua castellana, lo preparó todo y nos dejó solos. Envidia uno al antiguo viajero o peregrino, pobre de dinero, carente de tarjeta de crédito, pero rico en tiempo disponible. Recé después en la iglesita y me detuve un momento en su exterior, junto a unas fuentes. Me recordaron las de Lourdes. No sé que significaban para aquellas gentes, cristianas y musulmanas, pero algo muy piadoso se respiraba. Al lado del manantial innumerables papelitos retorcidos, tapizaban el muro. Vi a unas chicas quinceañeras que estaban escribiendo sus oraciones, se veía a la legua que más tarde las atarían al soporte. Nada de superstición, el ambiente estaba impregnado de plegaria. Lamenté irme de inmediato. Fue de aquellos días el único recuerdo que conservo de piedad. Y piedad joven.


Los reproches del Apocalipsis resonaban mudos cuando atravesábamos aquellos parajes donde se asentaban las siete iglesias. De nuevo examen de conciencia.


En la Capadocia tenía la sensación de estar en un decorado de Disney. A los inmensos pueblos cristianos subterráneos les falta la unción de las Catacumbas romanas. Las cuatro o cinco iglesias encajadas en la montaña sí que son encantadoras. Yo no sé en cual celebraría san Basilio y los otros monjes, pero a mí me parecía que en todas. Recordé los eremitorios del entorno de Feirán que visité hace muy poco, que junto con los situados más al sur son la cuna del monacato. Aquí si que se regocija el ánimo, pensando que no han hecho más que desplazarse las comunidades. Que Carmelos, Cartujas y rinconcitos de Hermanitos y Hermanitas de Jesús, por citar unos pocos, continúan la misma vocación, la misma función de protección, de adoración.