Ballet

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

He hablado de ello otras veces, pero no me importa repetirlo. Estos escritos semanales los elaboro de la siguiente manera. Primero pienso el tema, en algunas ocasiones me cuesta muy poco decidirlo, en otras, no. La redacción, en la mayoría de los casos, es cosa del domingo por la tarde, después de haber celebrado tres misas. No me preocupa demasiado cómo salga, lo importante es introducir en la pantalla cosas que quiero expresar, ya vendrá luego la labor de suprimir. Celebrar misa y escribir, no cansa físicamente, pero, si uno quiere ser sincero y pretende ser útil, la concentración mental que supone, fatiga mentalmente.
Cuando he redactado la cantidad de frases correspondientes, lo paso a memoria y descanso un rato. Lo que será texto de Internet, no importa la extensión que tenga, el espacio virtual es como un acordeón, pero el soporte papel es limitado y el artículo no puede ser más largo ni mas corto, que lo que cabe en la columna. El descanso lo consigo viendo ballet, que precisamente retransmiten a esa hora. Como no sé música, ni en bachillerato ni en el seminario aprendí este arte y añádase a ello que si pretendiera bailar sería sumamente patoso, sumergirme en la danza, es penetrar en lo desconocido, en lo enigmático, en lo inesperado y disfrutar de lo lindo. La música me embelesa, el movimiento armónico me asombra. Los cuerpos que se mueven con gracia, parece que no están sometidos ni a la gravedad ni a la rigidez. Me siento en otra dimensión, en otra realidad. El ballet es la mejor parábola del Cielo prometido por el Señor a los que han querido serle fieles.
Cuento vivencias recientes. Se trataba del concurso de danza de Lausana. A los mejores se les premia con becas de estudio en las mejores escuelas. Son, pues, gente joven. Chicos y chicas conscientes de que un ingrediente importante de su bien hacer y correcta expresión, es derrochar felicidad con su sonrisa, bajo mirada ingenua, lejos de preocupaciones mentales, mientras la melodía conduce su cuerpo sin agobios.
Me sentía, vuelvo a repetirlo, en otra realidad. Evocaba a seres queridos que confío gozan de la compañía del Señor. Una jovencita había escogido un fragmento del Quijote y en sus manos desplegaba elegantemente un abanico. ¡si lo viera mamá, pensé, como disfrutaría! Reflexioné de inmediato: pero si ella debe ser más preciosa que esta chiquilla, y quedé complacido. Del mismo ballet, un chico con torerilla, me recordó a mi padre que me había acompañado a una corrida, pocos días antes de entrar en el seminario, para que conociera el típico espectáculo que a él tanto le gustaba. Murió antes de lo que habíamos imaginado, me pareció al principio que su muerte había sido una injusticia. Más tarde comprendí que Dios, en su vida sacrificada por nosotros, sus hijos, le había llenado de felicidad. Los diversos fragmentos de Coppelia, la composición de la casita de muñecas, de otras concursantes, me recordaron a mi hermana, que nunca hubiera sido capaz de moverse de tal forma, pensé entonces que su dedicación vocacional a los de párvulos, mientras vivía, le procurarían felicidad inmensa en las realidades eternas. Mi emoción fue  grande, lloré de felicidad nostálgica. La segunda parte era ballet moderno. Casi siempre me cuesta sumergirme en este género, pero mientras miraba, la  imaginación me sugería gente joven, ya muerta, que se identificarían con aquellos ritmos y melodías. En otros casos eran monjes y sacerdotes amigos, felices escuchando temas abstractos, sublimes cual el gregoriano de sus súplicas.
Mi  memoria no es un cementerio tenebroso. Debo comprender que pronto me tocará a mí ocupar el escenario eterno y gozar de la belleza.
Entrada la noche, acaba el programa, viene entonces la primera corrección. Al amanecer del lunes, revisado en impresora el texto, lo envío de inmediato y al poco, paso al sagrario y acariciándolo le digo: a mis lectores, buenos días, les des, Dios