De viaje peregrinos

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

En la maravillosa basílica monástica de Vezelay, la mejor según dicen de este género, mostrando la religiosidad de nuestro tiempo, hay dos imágenes: de un rover-scout, con su bastón horquilla, y de un peregrino con su atuendo compostelano. Me ilusionaron las dos, cuando hace muchos años visité por primera vez el lugar. Fue allí donde compré el primer ejemplar que tengo del “codex calistinus”. Lo he dicho otras veces: por Francia se respiran más aires de peregrinaje que por nuestras tierras. Tengo la impresión de que por aquí, la gente adulta, juega a peregrinar, como los niños con trenes miniatura, a tiendecitas o a comiditas. Este año recorro este trozo y vuelvo a casa y el próximo caminaré otro diferente y así me voy entreteniendo santamente.
Peregrino es aquel que hace algo más que desplazarse por un itinerario archisabido, compartiendo encuentros, canciones y albergues. Peregrino es aquel que sale de su casa dirigiéndose hacia un lugar, en busca de algo que le importa, que le trasciende, que tal vez ignora, pero intuye, que le acucia. Busca y deja huellas de sus pasos. Busca y facilita la búsqueda de los demás. Piénsese en Sto. Domingo de la Calzada, en San Juan de Ortega o en el humilde San Amaro, refiriéndome exclusivamente a tierras burgalesas. Fueron peregrinos que encontraron la Gracia en Compostela, la aumentaron, o fue el perdón, tal vez, lo que hallaron. Agradecidos, dedicaron el final de sus días a facilitarlo a otros cristianos. Este buscar y este dejar testimonios de algo superior y desconocido, creo yo, es uno de los ingredientes fundamentales del peregrinar. He estado pensando, evidentemente en Compostela.
Me referiré a un caso diferente: Montserrat. Allí subió Ignacio de Loyola solicitando ayuda para el cambió del rumbo de su vida y dejó su espada militar. Contaré, de este monasterio un detalle poco conocido. Hoy en día, puede uno encontrar allí un fiel devoto rezando o un turista mínimamente, muy mínimamente, vestido, que le han traído sin saber ni siquiera de qué se trataba, pues, el lugar estaba incluido en el paquete de desplazamientos del tour contratado. Y el viajero sale del monasterio decepcionado, ignorando realidades profundas. Referiré una historia. Hace años, no importa ahora cuantos, ni la efeméride que se celebraba, el abad, encargó al P. Adalbert Franquesa, que se ocupase de preparar un entorno digno de la Imagen que presidía la basílica. Gente de toda clase, condición social y edad, que subían piadosamente con frecuencia, buscando la protección de San María, colaboró con ilusión en el proyecto. Me contaba el buen monje, que se acordaba de la viuda del Evangelio que entregó su monedita en el Templo, cuando le venían viejecitas a traerle el anillo de casada o los primeros pendientes de plata que le regalaron. Con muchas aportaciones de estas, se hizo lo que hoy llaman el trono y que escandaliza a muchos, que tildan el entorno de exhibición de riqueza. Si supieran el origen, si los monjes lo explicaran, sabrían que son testimonios de piedad y amor de peregrinos y la contemplación de aquellas molduras argénteas, estimularía su piedad.
Se invitó entonces a la juventud montañera para que colaborara. Se les sugirió que subieran a cada uno de los picos de la enigmática montaña y allí, solemnemente, firmando un acta del suceso, arrancaran un fragmento y lo entregasen en el monasterio, para que la imagen se asentara sobre la montaña y simbólicamente Santa María lo hiera sobre la tierra catalana. He consultado y me dicen que en el monasterio conservan los documentos, pero no los han contado, es una lástima. Ni se ven los pedruscos, también es una pena. Saber estas realidades ayudaría a continuar la tradición del autentico peregrinaje, que no es simple visita turística, ni viaje religioso. Vuelvo a repetirlo, es dirigirse a un lugar en actitud de búsqueda, o como respuesta a una indicación, a imitación de Abraham, el gran peregrino, nuestro padre.