Desde Jerusalem (14/09/09)

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

Se siente uno en casa en esta ciudad, cuando tiene amigos o se encuentra con amigos. Nunca como esta vez, ha sido tan intensa esta sensación, será que como uno es cada vez más viejo, aumenta su riqueza espiritual, que uno de sus valores perennes es la amistad. El cristianismo no es religión del libro, como tantas veces se afirma. Ni religión de piedras arqueológicas, como parece piensan algunos que deambulan por aquí. Hemos visitado desde el principio lugares santos, pero hemos saludado a amigos como más saludable ocupación y hemos reflexionado, discutido y rezado.
En Jerusalén vive uno realidades antiguas que comprueba son actuales. Porque le historia de Jesús de Nazaret, por muy pretérita que la sitúen los manuales, interpela nuestra realidad de hoy.
Añádase que son días de Ramadán, sorprende el bullicio que reina en las calles. No puedo olvidar a nuestros chiquillos, sometidos a actividades extra escolares, estudios de lenguas y prácticas de deportes, con monitor titulado. Aquí no, uno se los encuentra por todos los sitios, chillan, gritan y ríen con espontaneidad. Rebosan felicidad.
Hay lugares que sorprenden negativamente. Hebrón debiera ser lugar de encuentro de judíos, cristianos y musulmanes, pero no, se respira desconfianza por las calles y precaución en el recinto santo. La lámpara que cuelga en el interior de la caverna de Makpelá, estaba apagada. Lo hemos advertido y han acudido a cambiar los cuatro recipientes y encendido las mechas. Mientras efectuaban la maniobra, hemos podido mirar hacia el oscuro interior, que los flases de nuestras cámaras iluminaban. Con bastante seguridad allí reposaban los cuerpos de los patriarcas y matriarcas que iniciaron la historia de la salvación. Envidia uno entonces la Fe de Abraham, aquel que fue escogido, el primero, para saber que la Divinidad es Dios personal, comunicable y capaz de hacerse amigo de los hombres. Pero uno contempla los cenotafios desde un ángulo reservado a los judíos, para salir fuera y volver a entrar de nuevo al recinto reservado a los musulmanes. En nosotros los cristianos nadie ha pensado, tampoco nuestra presencia les causaría conflictos. Emocionante y dolorosa me ha resultado siempre la visita a este lugar. Tal vez esta vez ha dominado la emoción, por ser afortunados al divisar el interior.
Mambré, como siempre, está abandonado. Uno recuerda la hospitalidad del Patriarca, el cariño demostrado por Dios y la chusca desconfianza de Sara. Fue aquí donde la semilla de Isaac empezó a germinar. Un ser tan pequeñito, fue el inicio de la promesa de multiplicar su descendencia más que la arena de las playas o las estrellas del cielo. Ante la desolación del lugar, me alegro de ser yo una estrellita de las prometidas a Abraham.
Belén ya es el colmo. Me escabullo como puedo entre quienes se afanan por ver la estrella de plata y me sitúo en el lugar donde Santa Maria se acercó para depositar al Niño en el pesebre. Desapareció este hace siglos, envuelto en chismosos enredos. Tal vez lo que quede sean los fragmentos que ahora se guardan en Roma. Estoy tan próximo a la pared, que me parece poder se puede oír el eco de los lloros, sentir el palpitar del corazoncito que tanto amó a los hombres.
Por la calle he visto una tórtola. He pensado en la Virgen, que escogería un par de ellas, para ofrecer en el templo. Al cabo de poco rato contemplábamos desde la cima del monte de los olivos la gran explanada. Las figuras humanas que se movían eran minúsculas. Pero, por pequeñas que fueran, cada una llevaba en su interior lachispita divina que había depositado Dios en cada una de ellas.
En Getsemaní acogido por la amabilidad del viejo amigo, Fra Rafael, y del superior, P. Luis, nacido muy cerca de mi tierra, que me otorga su amistad y simpatía, celebramos la Eucaristía