Ortiga

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

Ya decía la semana pasada que aun leyendo la Biblia con interés religioso, como libro revelado, como enseñanza útil para la vida actual y la eterna, no puede uno ignorar sus aficiones. Me ha ocurrido estos días cuando, en mi lectura diaria, me he encontrado con esta antipática hierba. Conste que la lectura del libro revelado no me ha hecho cambiar de opinión, no retiro el calificativo: es indeseable y odiosa.


Triste experiencia tenemos cuando, yendo con alguna criatura de ciudad, que se ha separado de su madre y camina o corre por su cuenta, moviéndose por el campo, roza una ortiga. Inmediatamente llora desconsolado. Los progenitores tratan de consolarlo, sabiendo que solo el tiempo le podrá quitar el dolor. Algo hay que decirle y los besos en el lugar atacado son la mejor medicina. Cuando se ha calmado un poco el niño mira, primero enojado y extrañado, después con ojos cargados de odio, a aquel hierbajo que le ha herido. Su expresividad es diga de recordarla. Aprende así que debe tener precaución. Pronto sabrá librarse, reconocerá la planta y hasta llegará de mayor, a distinguirla de una hermana llamada comúnmente ortiga blanca, totalmente inofensiva. Leo que la ortiga es medicinal, pero no me entretengo a estudiarlo.


Imagino que algo semejante a lo que he contado, le debería pasar al Niño Jesús, pues, leo que en Tierra Santa crecen cuatro especies del género urtica. Y supongo que su madre Santa María, reaccionaría de modo semejante a como lo hacen las demás madres. Que lo recuerden las lectoras, cuando se encuentren en tal trance y les sirva al menos el lloro del infante para acordarse de la Virgen. Según leo, la planta crece de un extremo al otro del amplio mundo, será por aquello del refrán: mala hierba, nunca muere.


Dice Isaías (55,13) En lugar del espino crecerá el ciprés, en lugar de la ortiga crecerá el mirto. Oseas (9,6) Vedlos que han escapado de la devastación… sus tesoros de plata, la ortiga los heredará, la zarza llenará sus tiendas. Isaías vuelve (34,13) En sus alcázares crecerán espinos, ortigas y cardos en sus fortalezas. En Proverbios (24,31) He pasado junto al campo de un perezoso, y junto a la viña de un hombre insensato, y estaba todo invadido de ortigas,


Me hace gracia el primer texto de Isaías. El cambio de ortigas por el mirto es muy expresivo para quien conozca ambos vegetales. Ya he dicho que las ortigas crecen por todos los sitios del cultivo, pero el mirto, por mucho que lea que es de amplia extensión, lo conozco exclusivamente por Tierra Santa. Se trata de una de las plantas que llevan solemnemente los judíos las jornadas de las fiestas de los Tabernáculos o Sukot. Me contaron que acuden a escoger ramas que no tengan defectos, ni hojas secas o rotas, acompañaran aquellos días a las hojas de palmera, los etroj y el sauce. Abundaban en los jardines de la iglesia de las Bienaventuranzas, a la entrada de Jerusalén por la puerta de los leones o de San Esteban y junto al pozo de la samaritana en Siquem, donde hace pocos días la he encontrado, tocado y olido. Es un arbusto de suave y agradable aroma. Uno piensa que el texto de Isaías que mencionaba es sumamente expresivo para quien conozca ambas plantas.


Creo que todos los que hemos caminado por rutas no asfaltadas nos hemos ortigado alguna vez y por mucha precaución que tengamos continuaremos sufriendo estas molestias algún día, que sirva el texto para acordarse de la promesa de un cambio agradable que se nos anuncia proféticamente y el dolor se torne esperanza.