Corales

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

Conozco desde pequeño estas prodigiosas piedrecitas rojas, las veía en collares femeninos. Lo que me sorprendió más tarde, fue saber que se trataba de un animal o, para ser más exacto, del esqueleto de un animal. Ocurrió en el sexto curso de aquel bachillerato, cuando tratábamos las diversas formas de reproducción animal y, al llegar a la partenogénesis, se ponía de ejemplo el coral. Recuerdo que, en primer lugar, el texto se refería a los pulgones del rosal para, más adelante, referirse a este bicho, que tiene la particularidad de hacerlo a la manera común, células masculinas y femeninas que se encuentran, o, exclusivamente, de una sola. El conocimiento del fenómeno de la partenogénesis me fue muy útil en otros tiempos. Hace años, en los colegios y catequesis, se daba mucha información. Parecía que se tratase de formar eruditos teólogos disminuidos. Por aquel entonces, me refiero a mis primeros años de ministerio sacerdotal, generalmente, la dificultad que te planteaba un chico de 16 años para adherirse a la Fe cristiana, era el problema de que de Santa María, afirmásemos que fue virgen y madre. Y que no se me venga con precisiones y condenas, que mi respuesta era exclusivamente enfoque didáctico. Ponía yo el ejemplo de la partenogénesis. Tal cuestión, la de la maternidad virginal, se ha venido planteando hasta tiempos casi recientes. Si entonces se ofrecía mucha materia con poca pedagogía, piensa uno que hoy, mediante exquisita pedagogía, se trasmiten escasos contenidos. El problema, por suerte o desgracia, ya no me lo plantean.


El coral que conocemos es el esqueleto de un bichito perteneciente al filo Cnidaria, clase Anthozoa. El mas conocido y al que seguramente se refiere la Biblia en tres ocasiones (Job, Lamentaciones y Ezequiel) es el rojizo, que vive en el Mediterráneo y el Mar Rojo. No es el único. Leo que algunas colonias son de otros colores. Los que conozco son los blancos. Ignoro porque no son apreciadas. Siempre que me acerco a las playas orientales del Sinaí, encuentro entre la arena bonitos fragmentos, que regalo y a todos gustan. La costa y las aguas de este mar, son parque natural, de aquí que nada vivo se pueda uno llevar. Estoy seguro de que lo que yo hago no está prohibido, pues, he pasado varias veces por los estrictos controles de la frontera israelí y nada me han dicho. En una ocasión, fui sometido a examen e interrogatorio, por parte de seis uniformados, durante una hora y media y de nada me acusaron.


El coral es bello. Los textos de la Biblia que he citado también lo reconocen. Y al escribir esto se me ocurre la frase de Franz Kafka que hace pocos días oí citar al Papa, al agradecer un concierto que se le había ofrecido: “Quien conserva la facultad de ver la belleza, no envejece”. Confieso que, lo que más me sorprendió entonces, fue que un Pontífice citara a un tal autor. Ahora ya nada de esto me asombra. La semana pasada citaba a Chagall y, en la reunión con los artistas de este viernes, Mons. Ravasi que ofrecía el acto, citó al catalán Miró y, por parte del Papa, además de los pintores que decoraron la Capilla Sixtina, lugar donde se celebraba el encuentro, nombró a Dostoyevski, Georges Braque, Cyprian Norwid, Simone Weil y Hermann Hesse. Para poder escribir correctamente sobre este discurso, he leído el texto que escuche por Tv. No sé si clasificarlo de erudito, de místico o de ensayo teológico. Lo que no oculto es que me ha encantado y me ha trasladado a contemplaciones de gran calidad espiritual.


¡Cuantas cosas se le ocurren a uno, con motivo del maravilloso coral!