Belenes

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

Tal vez escriba con retraso. Lo hago casi cada semana con sinceridad sobre lo que me sugieren hechos recientes vividos. En otras ocasiones trato de animales y plantas en la Biblia, ya lo saben mis lectores. Estoy acabando el montaje de los más de 50 ejemplares de belenes que tengo, procedentes de diversos lugares, en la iglesia del Montanyà. Tal vez debería decir, a fuer de sincero, que han montado elegantemente, las novicias de las Misioneras de Nazaret, de Aiguafreda.
El hombre es un ser comunicativo, o pretende serlo. Sus sentimientos, también el religioso, deben expresarse fuera de uno mismo. Encerrarlos en la intimidad es un amago de autismo. El belén debe responder a esta peculiaridad humana. Durante los días de Navidad debe centrar la piedad familiar. Preparado con ilusión y la máxima maestría posible, debe ser el lugar donde se canten villancicos y finalice la convivencia familiar diaria. Añadir una oración no es ningún lujo.
En su elaboración pueden seguirse dos criterios.


1º. Reflejar lo más fielmente posible el paisaje, vestidos y edificios de aquel tiempo. A este respecto quisiera recordar que en el Israel de entonces no existían las cúpulas como remate de edificios. Que la chumbera, llegada de México, evidentemente, tampoco. Que, a pesar de lo que diga un bello libro, editado en Israel y España, que una de las ocupaciones de la mujer era moler el grano de trigo, cebada y maíz, hay que recordar que este último cereal llegó unos siglos más tarde, también de América. Simular nieve no es ningún engaño. Hace pocos años nevó en el mismo Neguev y en Jericó y en los tiempos bíblicos también ocurrió este fenómeno por aquellas tierras. Ser fiel a este criterio, en algunos casos, cuesta muy poco. Recuerdo que hace unos años, me invitaron a visitar el “pesebre viviente” de Prats de Rei y me pidieron que les formulase con sinceridad mis críticas. Así lo hice y les dije: en algunos momentos casi he llorado de emoción, tal era la fidelidad a los textos evangélicos y la belleza del espectáculo. He visto un solo error, sin importancia: en un rincón se veía un cesto con patatas, desconocidas en aquel tiempo por aquellos lugares. Les sugerí que pusieran granadas. Lo hicieron de inmediato. Seguramente nadie se dio cuenta, pero ellos noblemente supieron ser auténticos. En Israel existen museos que dan cuenta de estos detalles. Recuerdo ahora, el de las Tierras Bíblicas (próximo al de Israel) y el de la Escuela Bíblica de la Flagelación, de la Custodia Franciscana. Tengo un libro de los judíos mesiánicos, que responde muy acertadamente a quienes deseen tener conocimientos al respecto. La arqueología religiosa cada día cobra más importancia y reflejar sus descubrimientos no es labor inútil.


2º. Otro criterio, diferente, que no contrario, es, prescindiendo de los criterio anteriormente explicados, acudir a figuras ataviadas de la manera campesina tradicional del entorno donde se monta, que las casas correspondan a como eran las rurales nuestras y los utensilios de trabajo sean los propios de nuestra cultura. No hay duda de que son estos los que los niños pequeños mejor entienden y en los que más fácilmente se ambientan. Cada pueblo elabora sus belenes a su modo y este es uno de los atractivos y encanto de los que uno encuentra en los domicilios cristianos. Gracias a Dios, lo digo por experiencia, en mi familia, limitadas nuestras posibilidades por las pocas posibilidades económicas de la post guerra civil, nunca faltó el belén, con ingenuas incoherencias de tamaños de las figuras que de ninguna manera hubieran sido capaces de pasar por las diminutas puertas de las casitas y otros errores.


Lo que nunca debe olvidarse es el poner de relieve la centralidad de la figura del Niño Jesús y recalcar su protagonismo. Es una catequesis fundamental. Tampoco deben faltar los villancicos y la oración. Se cultiva así una Fe y devoción ingenua, humilde, que debe hacer referencia a un hecho histórico verdadero. Para nada semejante a un héroe imaginario, por bonito que sea y se llame Pulgarcito o Blancanieves. Debe evitarse, evidentemente, figuras de mal gusto que banalizan y desentonan, por muy comerciales que resulten, como el “caganer” que, por mucho que se diga, ni es tradicional, ni fruto de la genialidad catalana, que algo respecto al personajillo tengo estudiado.