Vino

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

Por definición, es el jugo fermentado de alguna fruta, aunque los mediterráneos entendemos siempre que la fruta será la uva.
El ser viejo tiene sus inconvenientes, de viejo nadie pasa, oigo decir desde pequeño, pero también tiene sus ventajas. Máxime los de hoy en día. De pequeños; costumbres, objetos y técnicas que conocimos, eran iguales a los de épocas bíblicas, así que nos resulta, muchas veces muy fácil entender el texto. Hoy me ceñiré al tema del título.


Fue casual, yo debía tener unos 8 años, asistí a la vendimia en Pozaldez, el pueblo donde nací. Corté racimos y los deposité en cuévanos, que gente mayor llevaba al lagar y allí, con los pies descalzos, pisaban la uva. Probé el mosto y el arrope. También he conocido, y conservo uno,  los pellejos u odres, que ya se usaban en tiempos de Abraham. Sé pues, porque reventarían los viejos, si se llenaran de caldo joven. Ahora ya no se hace así, todo es mecánica y automático. La temperatura de fermentación del mosto, se regula con termostatos y resistencias eléctricas y esta almacenado en grandes depósitos de acero inoxidable. De allí saldrá directamente al embotellado. Si ha habido estos cambios, cabe preguntarse ¿Cómo sería el del tiempo de Jesús, más concretamente, el que se utilizó en la Santa Cena? Para desilusión de muchos, diré que, probablemente, era un vino que hoy consideraríamos de baja calidad. En la bodega el mosto fermentaba y se depositaban en el fondo pieles y semillas. Se precipitaban algunos productos no solubles, pero, como no se filtraba el líquido, tendría la apariencia de vino espeso y turbio. Añádase que en la primavera, cuando aconteció la primera Eucaristía, el caldo habría empezado a avinagrarse. Nuestros sistemas de conservación, a base de quemar azufre, no se conocían y, como máximo, cuando se conservaban en vasijas de cerámica, se cubría la superficie de aceite, que atenuaba la oxidación. No es, pues, de extrañar que antes de beberlo, le añadiesen agua, para disminuir su fuerte sabor. Muchas veces se lo digo yo al Señor, que si hubiera tenido vino de Rueda, como el de mi pueblo, o de la Rioja, la tierra de mi madre, a los apóstoles, les hubiera gustado más la Eucaristía y no hubieran tenido que aguar el precioso fruto de la viña.


¿Cuál fue la práctica de la Iglesia? Pues ser fiel a la norma de Jesús, consagrar vino y usarlo  tinto y seco, que, por su apariencia, les sugería mejor el contenido más profundo: la Sangre de Cristo, derramada por nosotros. Las Iglesias orientales continúan haciéndolo así, no la occidental, a la que se le permitió la utilización de vino blanco desde el siglo XVI, de tal manera que ha pasado a ser la más utilizada. Para más inri, acostumbra a ser dulzón, como si estuviese a medio fermentar.


Nuestra cultura se inclina hoy en sus momentos de ocio, a actividades que no impliquen demasiado apasionamiento,  ni exijan esfuerzos imaginativos, excepto en el caso de los deportes espectáculo. Es una pena, cuando te lo dan todo hecho y solo hay que pagar el importe, el gozo de la vida es menor.
Voy a contar una actividad a la que dedicamos buenos ratos y que los protagonistas aun recuerdan. Era ocupación de gente joven. En otoño, recogíamos racimos de una parra, con el debido permiso del dueño. Los estrujábamos con las manos y guardábamos el jugo en un pequeño garrafón, tapado con un artilugio, que permitía salir los gases de fermentación, pero no la entrada de aire exterior, que hubiera convertido el líquido en vinagre. La apariencia de los primeros días era desagradable en extremo, pero, poco a poco iba perdiendo el color verdoso y adquiriendo una cierta transparencia. Al cabo de un tiempo, lo probábamos, y ya diré el porqué. Llegaba un día solemne, preferentemente la noche de Pascua, era este vino el que se depositaba en el cáliz para consagrarlo. Se entendía bien lo de “fruto de la tierra y del trabajo del hombre” de la oración litúrgica. (Se había probado con anterioridad, para que no hubiera ni curiosidad ni desagrado).
Las normas de la santa Madre Iglesia dicen que se trate de vino natural, sin aditivo extraños, pero, cuando uno se entera de las manipulaciones a las que se le someten los que compramos, se dará cuenta de que nuestro artesanal vino, era mucho más semejante al de Jesús, que el que se adquiere de fabricantes acreditados.