El Cristo de Benito Prieto

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja   

 

 

Era en mis tiempos de seminarista, allá por la década de los cincuenta. Andábamos discutiendo sobre arte abstracto, Tapies y Tarrats, o figurativo, Togores y Pruna. En escultura admirábamos el sensualismo mediterráneo de Clará y descubrimos el étnico de Guayasamin, en la bienal de Barcelona. Por mi parte quedé deslumbrado por la Inmaculada, de Tomas Bel. (He mencionado artistas muy próximos a nosotros) En esta situación de apasionamiento estético, cayó en mis manos un número de la revista “Razón y Fe” donde se incluía un estudio y comentario, acompañado de fotografías, de una pintura de Cristo en la cruz muy singular. El autor se llamaba B.Prieto. Pese a lo precario de las ilustraciones, me impactó mucho.


Pasaron los años. No sé de qué manera, pude conseguir una reproducción de esta pintura, que ampliada presidió muchas oraciones de juventud, durante Cuaresma y Semana Santa. Allá por los años 90, gracias a aquel programa de TV ¿Quién sabe donde? entré en contacto con una persona interesada, discípulo y admirador de Benito Prieto, que estaba escribiendo su tesis doctoral, precisamente sobre el pintor al que me he referido.


Voy a hacer un breve planteamiento. La primera representación de Jesús Crucificado, (s.II o III) si es que se le puede llamar así, es un grafiti blasfemo, se trata de un muchacho romano que se mofa de un compañero, porque adora a un burro crucificado. El original está en el museo Capitolino de Roma y es conocido como el de Alexamenos. En Siria se dan las reverentes representaciones primerizas, según demuestra mi amigo Fra I. Peña ofm, que fue buen arqueólogo en aquel país. En occidente el primer ejemplo está en la puerta de la basílica romana de santa Sabina, siglo V y parece es único de esta época. Se atreve el románico con sus “majestades” serenas, ataviadas de túnica real y coronadas. El gótico es más audaz y se acerca ya al patetismo de la muerte del Redentor. Un maravilloso ejemplo es el “Devot Crist” de la catedral de Perpignan. Vendrá después la representación de la agonía, generalmente suavizada, para no herir sensibilidades, un buen ejemplo es el famoso de Limpias o, ya muerto, el serenísimo de Velázquez. Mi piedad cristiana se vio influida desde mi niñez por dos imágenes de este estilo y buena calidad, muy apreciadas y visitadas por mi padre, que ante ellas rezaba con fervor, ambas en Burgos: en la catedral una, en San Gil la otra.


Añádase a la experiencia estética, las pláticas y meditaciones que había escuchado durante mis épocas de bachillerato y seminario, para comprender con que satisfacción contemplé esta pintura de Benito Prieto, que representaba a Cristo en el supremo momento de su muerte. Satisfacción, porque la sola mirada me decía mucho más de lo que había escuchado. Asombro impresionado por la elocuencia de su plasmado silencio. Ante ella, uno recuerda el soneto anónimo tan apreciado de Unamuno: “no me mueve mi Dios, para quererte… Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido, muéveme ver tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte”.


Por más que al estilo se le llame realismo, o hiperrealismo, no es fotografía realizada con pincel. Si imagináramos que se pudo sacar una instantánea de aquel momento sublime, con seguridad el resultado carecería de la solemnidad que trasmite el Cristo de Prieto.
Recomiendo al lector, muy especialmente al catequista, buscar en internet Benito Prieto e imprimir la imagen para utilizarla en Viernes Santo. (Continuaré).