Joseph Ratzinger

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja    

 

Redacto inmediatamente después de seguir por TV la reunión de la juventud de Malta con el Papa y lo hago satisfecho. Mi gozo proviene de haber observado su rostro, el de los momentos en que se dirigía a la multitud y en los que algún chico o chica estaba hablando con él. Se le veía alegre, satisfecho y a la juventud también.

Sigo con interés todas las informaciones que llegan sobre las acusaciones que desvelan que clérigos han abusado de menores. Se le acusa a él y en consecuencia, aunque no sea responsable, los insultos y las amenazas le entristecen. En la liturgia, sea de las Horas o en la de la misa, rezo por el Papa Benedicto XVI y procuro que mi súplica sea atenta, la dirijo a Dios Padre oficialmente. Ahora bien, “dentro” del pontífice hay un hombre, dotado de cerebro, corazón y sistema endocrino, que se altera ante las adversidades y sufre, y es por este cristiano por el que particularmente rezo cada día, y esta temporada con mayor intensidad. Si soy para él, en esta etapa histórica, un anónimo desconocido, la gracia que compartimos, me une estrechamente con él y un día en la eternidad, esta proximidad espiritual, será también comunión personal.
Me preocupan mucho las personas que han sido pervertidas de pequeñas. Mi práctica sacerdotal me ha dado a conocer la triste suerte que sufren casi todos los que las han experimentado. Imprime un trauma que tal vez permanezca latente bastante tiempo, pero que seguramente un día se manifestará en forma de neurosis que duelen y alteran comportamientos. Lo diré de otra manera. Observa uno las reacciones, los impedimentos de progreso espiritual, los sufrimientos y cambios de humor, habla y escucha y de inmediato intuye que ha habido una horrorosa experiencia de la que no se atreve a hablar y de la que hasta llega a sentirse culpable. En estas ocasiones sé lo difícil, pero útil, que es el diálogo, de aquí que rece mucho por aquella persona, por sus necesidades espirituales y por si la conversación conmigo o con otro le es provechosa, que se atreva a tenerla. Y si es incapaz de hablar que se comunique por escrito. Confieso que en algún caso mi súplica ha durado más de un año, también que en algún otro, la persona víctima, al darse cuenta de que intuía su desgracia, ha desaparecido.
Me estoy refiriendo a chiquillas violadas por su padre, por un hermano que amenazaba con matarla si explicaba algo, que al llegar a la pubertad, y continuar haciéndolo, no podía esconder la perversión, porque había surgido un embarazo. Al chiquillo que entabla simple compañía de juego de ajedrez con una señora, ambos se aburren en verano, y ella se lo lleva a la cama, no precisamente para dormir. Al que se deja engañar por un monitor de colonias o instructor de gimnasia… No prosigo, creo que lo dicho es suficiente para estar seguro de que el delito es mucho más frecuente de lo que se quiere suponer. Los adultos responsables quieren ignorarlo, la víctima vive prisionera del recuerdo que la ha traumatizado. Al tomar decisiones,  al que no conoce antecedentes, le parece son incongruentes y le incomoda todavía más. Y continúa el dolor que tal vez le acompañe hasta la muerte. No niego que el culpable puede ser un clérigo y que es muy grave su proceder, pero disminuimos en número y, por simple lógica, también será menor el peligro. Por estas víctimas conocidas o no por mí, también rezo. 
La labor de un psicólogo puede ser necesaria, pero no suficiente, dado el complejo de culpabilidad y la culpabilidad sin complejo, que con frecuencia existe. ¡Que suerte tiene aquel que desde la Fe cristiana siente una mano sacerdotal impuesta en su cabeza, mientras escucha: yo te absuelvo de tus pecados…