De viaje II

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja    

 

Continúo con el tema. Los grandes acontecimientos familiares se celebraban antes con banquetes. Comer bien era un goce no habitual, pero hoy en día esto no ocurre así. Si uno quiere presumir, debe hablar del restaurante al que ha ido. Recuerdo que, de pequeño, oía decir a mi madre: si un día somos ricos, tomaremos café cada día. No lo soy ahora y me permito tomarme en casa dos diarios, sin que desequilibre mi presupuesto. Cinco gramos de café, están al alcance de casi todo el mundo. No es, pues, por estas veredas por las que deben discurrir las celebraciones familiares. Ni la estancia en una playa, por supuesto.

El ser humano es siempre, de alguna manera, un nómada. Incluso el contemplativo que se recluye en un monasterio, va avanzando, oteando nuevos paisajes espirituales. Una de las cosas con las que disfruto, es ver una biblioteca personal y poder leer los títulos. Recuerdo y revivo, momentos importantes de mi vida, que a veces me identifican con el propietario, otras me alejan, nunca me deja indiferente. Lamento que una persona me diga que se está desprendiéndose de sus libros, que no los necesita. Es declarase derrotado, incapaz de progresar. Libros importantes en la vida de una persona, tal vez los haya leído una sola vez, y sea suficiente, pero su compañía es siempre un acicate entrañable para continuar progresando. Olvidarlos es empezar a morir, conservarlos, es mantener la juventud, continuar  descubriendo nuevos horizontes.

Me he entretenido en el nivel espiritual, para poder ahora referirme al físico. Al viaje como desplazamiento corporal, proyectado personalmente, soñado y realizado, sin dejarse conducir por un guía, que más que despertar inquietudes, va dando informaciones que se almacenan en los sótanos de la memoria.

Acompañarse de la cámara fotográfica puede limitarse a recoger imágenes y conservarlas, para satisfacer la vanidad al enseñarlas a los amigos y que ellos vean los muchos lugares donde se ha estado. O acompañarse del aparatito, ayuda a ver las cosas de otra manera, pues se busca captar detalles ocultos, descubrir encantos, conservar descubrimientos ignorados, que se deberán tener en cuenta en el futuro.

Soy de los que viajo poco, pero que lo vivo intensamente. Me intereso por el paisaje, las montañas o las simples florecillas. Por los lugareños y sus costumbres ancestrales, que ahogan a veces, los medios de comunicación. Recuerdo un día que viajando por la península del Sinaí,  tenía la oportunidad de ver un oasis de los que siempre imaginamos: por un antro entre las rocas, se deslizaba un hilo de agua, que iba a parar al correspondiente charquito rodeado de palmeras. No he vuelto a ver ninguno otro así. En general, son humedales anónimos del que chupan las plantas. Sabía lo difícil de repetir la experiencia. Entramos en la jaima que se levantaba al lado, mi deseo era compartir, mientras gustábamos un té beduino, el interés de la familia que allí vivía, estaba centrado en el televisor, que trasmitía un partido de futbol de nuestra liga. Estas sorpresas decepcionan, pero hay que admitirlas, solo así puede uno hacer maravillosos descubrimientos el día más inesperado. Dejarse llevar por un guía profesional, casi siempre supone renunciar a la vocación beduina, de la que hablaba al principio. Viajar sin perder la libertad, enriquece el espíritu.