De viaje ( y basta)

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja    

 

No hay cosa peor para la estabilidad de un barco, que la mala disposición de la carga. Uno de los males de nuestro tiempo, entre nosotros, es el desbarajuste en el terreno educativo. No hace mucho tiempo, la cosa estaba clara: el hijo permanecía en casa de pequeño y recibía allí las primeras normas de educación. Acudía al colegio después y se iniciaba el aprendizaje escolar. En la iglesia más cercana se instruía en la Fe. A estos tres vectores se les unía la vida de calle, que, bien encauzada, constituía el último y quizá más influyente parámetro educativo (de aquí las fundaciones educadoras de santos como Felipe Neri o Juan Bosco, o las intuiciones de Baden Powell, fundando el escultismo).

Nuestro mundo ha cambiado y no es posible suprimir guarderías, enseñanzas extraescolares de deportes, lenguas o manualidades. Por otra parte, la calle no es apta para el juego y este mismo ha sido substituido por los deportes competitivos. ¿Queda tiempo para la educación familiar y para la religiosa, dentro de la familia? Uno de los momentos, tal vez el único, son las vacaciones. Desde aquellos que se trasladan en coche, quizá en caravana, a los que lo hacen en transportes públicos. Hay tres cosas importantes a la hora de proyectar: el itinerario, los lugares a visitar y el alojamiento. Estoy escribiendo pensando en los padres que proyectan preocupándose por los más jóvenes. El trazado debe tener buenas dosis de novedad. Ir cada año al mismo sitio, y sin moverse, convierte las vacaciones en un aburrido balneario espiritual. Pero pensar únicamente en los parques estilo Disney, por mucho atractivo que puedan tener, es desaprovechar la ocasión de que los chicos reciban la educación que se merecen. Moverse, si las posibilidades económicas lo permiten, abre ya horizontes, prepara a tener de adultos mentalidades abiertas a las diferentes maneras de ser, de vivir y de hablar. Pero preparar los lugares a visitar es de suma importancia. Un factor importantísimo, si se trata de lugares de significado religioso, es el encuentro con alguien con quien se pueda tener un trato personal. Un lugar sorprendente como Taizé, puede resultar inútil, si se llega y permanece en él, viendo únicamente las largas colas para recibir la comida y como la consumen. Recuerdo la primera vez que fui, allá por la década de los 60. Nos acercamos a una puerta y un letrero decía: toca el timbre y entra. Al hacerlo, encima de una mesa un letrerito ponía: siéntate, un hermano baja a saludarte. Llegó el monje y, al conocer nuestra procedencia, nos dijo: esperad, vendrá otro que hablará mejor en castellano. Fr. Robert, fue un contacto personal que marcó nuestra feliz estancia. Los que van a Tierra Santa, con frecuencia no hacen más que subir y bajar del autocar, escuchando explicaciones que de memoria dicta un guía. Cosa distinta, es el que se separa y habla con el franciscano que está allí precisamente, para acoger cristianamente. Hasta en Roma o Compostela es conveniente tener contactos personales. Por Francia, tiene uno la facilidad, en muchos lugares, de contactar con juventud de CASA o en otros, con monjas benedictinas cuya misión especifica es la de acoger. Ejemplos de ello son “la sainte baume”, cerca de Marsella, recuerdo de la Magdalena, y el “Sacre Coeur” de Paris.

Siempre puede uno preparar la estancia acudiendo a la oración, lo sé por experiencia. Pido a Dios que seamos acogidos, como yo lo hago con los desconocidos que se presentan en mi casa o en alguna de las iglesias en las que tengo responsabilidad. Las sorpresas hacen inolvidable la visita.

No hay que olvidar que la convivencia familiar viajando, es mucho más estrecha que la que se puede gozar en el domicilio habitual y la sola buena coexistencia es ya enormemente importante en el terreno educativo.