Historia de nuestra fe -II-

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja    

 

Continúo destacando la genuinidad de nuestra Fe. Decía la semana pasada que el privilegio de Abraham fue el ser tenido como amigo de  una divinidad que se distinguía de las otras que aceptaban sus contemporáneos por ser personal, comunicativa y amigable. Hay que tener en cuenta, que él creía que existían otras divinidades, de aquí que, más que monoteísta, debamos aplicarle el término de monólatra. Es preciso recordar también que no era consciente de que después de la muerte continuara otra existencia. Muerto el hombre, todo se le acababa al individuo, imaginaba él. Si de alguna manera podía pensar en pervivencia, era mediante los hijos que pudiera engendrar. Y Abraham no tenía ninguno, y se le iba acabando la posibilidad biológica de engendrar. Fuera suya la esterilidad o  de su esposa, la cosa es que pronto moriría y nada suyo, entrañablemente suyo, iba a permanecer. Así pensaba. Mientras tanto su enigmático amigo, le iba prometiendo multitud de descendientes. Curioso proceder. Un día se le marcó un plazo, ocurrió en Mambré. Sara se lo tomó como humor negro y, consecuentemente, se echó a reír, era lógico. Pero falló, en este como en tantos otros casos, la lógica y tuvieron un hijo. Y mira por donde, el amigo misterioso le pide un día que se lo ofrezca en sacrificio. Y, contra toda lógica, escoge ser fiel a la amistad, por más que ello le suponga su total aniquilación. Heroica fidelidad.

Un descendiente suyo erigió un Templo. El hombre siempre tiende a retener todo, de cualquier orden que se trate. Salomón, según cuentan, se lució como promotor. Por más sabiduría que tuviera, no se había librado de antiguos atavismos, de aquí que en el centro de la plataforma elevada, erigiera un santuario y en él depositara un arca. Simultáneamente, hacia el sur, se erigió otro en Arad. No era tan grande, pero se nos ha conservado bastante bien. Un altar de víctimas, otros de de perfumes y un espacio sagrado. Pero no habían progresado tanto como los de la capital y todavía conservaron las estelas sagradas en el espacio santísimo. Visitar el templo de Arad familiariza con la fe del Israel de aquel tiempo, no tan refinada como la de Jerusalén, pero igualmente sincera. Se extinguió el culto aquí como en los demás (Betel, Silo, Guilgal, Siquem, etc.), que no nos han dejado tantos vestigios. El de Sión se fue purificando. En tiempos de Jesús en el “Sancta santorum” no había nada. La vaciedad era la mas elocuente expresión de la espiritualidad de Yahvé-Dios.

Llega Jesús. Enseña primero una doctrina que empalma con Abraham. Comenta unos preceptos que unen y superan lo que se le comunicó a Moisés. Habla de Dios y con Dios,del que dice es su Padre. A partir de aquí, será precisa una purificación. Del Templo, también desentenderse de él (diálogo con la samaritana). Atreverse a suprimir los sacrificios, haciéndose Él mismo sacrificio. Todo ello mientras convive con los hombres como un compañero, como un amigo. Llegado el momento, nos lo confía y lo descubre, lo suyo no es cosa exclusivamente de Él. Su sacrificio nos ampara a todos.

El ser humano que en Altamira y en otros sitios, antes siquiera de saber articular palabras, mediante  dibujos mágicos, había pretendido dirigirse a sus divinidades, se entera y comprueba, que la unión con Dios se asemeja a la unión matrimonial (Isaías), que es tan profundamente humana como la amistad (Moisés, Jesús), y finalmente que es alimento que se incorpora a él, divinizándolo.

¿Se puede pedir más? ¿Hay alguien, alguna institución, que se le asemeje?