Historia de nuestra fe -III-

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja    

 

Se habla frecuentemente de las religiones monoteístas o de las del libro. Yo mismo he venido refiriéndome a la Fe como a un hecho humano histórico y evolutivo, y no reniego de lo escrito. Ahora bien, por muy verdadero que sea, pienso que no es este el camino para llegar y conservar la Fe. Ni Pedro, ni el mismo Juan, sabían tantas cosas como se pretende a veces enseñar a los chiquillos que se preparan para empezar a comulgar.

Suelo decir que no estoy seguro de nada, ni siquiera de la existencia de Dios. Tal afirmación extraña. En mis tiempos de seminario estudiábamos que el acto de fe es esencialmente oscuro. El que no esté seguro, no quiere decir que no esté convencido. En los momentos de duda, de oscuridad, de tentación, no consulto libros. Mi reflexión es de otra índole, la hago abierto a alguien que tal vez existe, que no me será indiferente, si así ocurre, que deberá influir en mi vida, caso de que él subsista. No olvido el espíritu crítico, pero trato de conservar la humildad. No me trago ni el “pienso, luego existo” (pienso, luego existe el pensamiento, sería más correcto afirmar) ni otras pruebas de ámbito filosófico o científico. Un dios creador de los primeros protones y electrones, y nada más, me dejaría frio. Preciso un dios amigo entrañable.

A un amigo no se le pide ni el Documento de Identidad, ni la huella dactilar, ni su código genético. Evidentemente, se le pide amor.
Cuenta Juan en su evangelio (1,38) que dos discípulos del Bautista, se interesan por el Maestro y Él les lleva a su casa. Pasan una jornada con Él y sabiendo entonces como vive, vuelven dispuestos a incorporar a otros, al equipo de Jesús. La Fe cristiana es fundamentalmente una experiencia. Y la experiencia más sencilla se vive en la oración.

Una criatura amada por su familia está capacitada para aceptar que el Niño Jesús es su amigo y rezarle con inocencia. Las oraciones infantiles no son ñoñas, si quien las recita es un niño. Un crio que ha aprendido a ayudar, por ínfimo que sea su servicio, iniciado en la  generosidad, será capaz de pedir a Jesús por su abuelito que está enfermo o que ayude a salir de la cárcel al tío, padre de sus primitos, que allí está encerrado. Si los padres son conscientes del amor del Señor por los niños, deben tener la suficiente humildad para decirles que intercedan ante Dios por las necesidades familiares. Los ejemplos mencionados no han sido escogidos al tuntún, son vivencias propias.

La oración del niño puede ser ingenua, humilde, sincera. No importa que tenga dosis de egoísmo. Si la madre corta el pastel en trozos desiguales e interiormente dice él: Dios mío, que me toque el grande, será egoísta, pero sincero. Me contaba alguien hace años por la plaza del Pilar de Zaragoza: ¡cuantas veces de pequeña le había pedido a la Virgen que me comprasen una bicicleta! (eran tiempos de guerra civil). Me lo decía avergonzada. Le dije: lo malo no fue tu oración, lo malo es que tu hijo ahora no sabe rezar. Recuerdo que debía dar una charla en un colegio religioso a chiquillas de 11 o 12 años. Me advirtió la profesora: a estas niñas ya les he explicado las tres fuentes que originaron el texto del Pentateuco. No opino que sea este un buen inicio. Con las teorías religiosas, como con las políticas, se puede manipular todo y llevar a extremos desconcertantes, sumiendo a la persona en triste desconsuelo. Y una fe que no haga feliz es una fe pobre.