Historia de nuestra fe -VI-

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja    

 

Voy a resumir y saltarme muchos conceptos. Quien quiera buenos estudios, encontrará excelentes escritos y autores por otros pagos. Lo mío no es la investigación, aunque antes de asimilar doctrina, trato de ser crítico. Basta de introducciones.

Acababa definiendo los diferentes esfuerzos religiosos, las religiones naturales hay que llamarlas,buenos ensayos para encontrarse con Dios, como vectores verticales, con sentido de abajo hacia arriba. Excepto aberraciones muy concretas, todos estos esfuerzos son positivos y buenos.

Llega un momento en que Dios toma la iniciativa. Simbólicamente sería un vector vertical, sentido de arriba hacia abajo. No cambian las realidades humanas, nada se modifica, pero se ilumina la ruta y, por encima de todo, se le da al hombre mayor posibilidad de enriquecimiento espiritual. A este fenómeno, cambio de tercio le llamaría un taurino, le llamamos historia de la Salvación. Se anunció en los orígenes, el relato del Génesis, la narración del Paraíso, ya lo incluye, pero se empezó a manifestar en la persona de Abraham, en el lugar santo de Siquem. Hoy situado en la ciudad palestina de Nablús. Bajo la encina de Moré, dio el Patriarca la primera respuesta y empezó la nueva etapa. Se incorporó a la llamada divina la descendencia de Abraham, el pueblo judío, que fue progresando a medida que ciertos autores se dejaban inspirar y publicaban lo que recibían. Lo hacían a su manera y se recibía de acuerdo con las entendederas de los que los recibían. Dios no quiere pisar al hombre, le estimula a que progrese pero respeta que vaya progresando a su aire, de aquí que encontremos expresiones y comportamientos que nos choquen e incluso nos hieran y no estemos de acuerdo. Antes de emitir un juicio definitivo, es preciso estudiar las circunstancias en que se desenvolvía el pueblo. Los forjadores, los que rectificaban y templaban a sus contemporáneos fueron los profetas bíblicos (digo bíblicos porque los que aparecen con este nombre entre los pueblos vecinos, no ejercían una tarea exactamente igual).

Y a trancas y barrancas fue avanzando y desvelándose la Historia de la salvación, hasta que en un momento determinado en una minúscula población de la Alta galilea se le propuso a una chiquilla, acabada la niñez e iniciándose rápidamente en la pubertad (en aquellos momentos el fenómeno de la adolescencia no existía y de la segunda infancia se pasaba de inmediato a la juventud) se le propuso incorporarse a la más sublime tarea. Cualquiera de nosotros hubiera respondido al ángel que no tenía tiempo, que no estaba preparada, que esperase a que se situara en su reciente iniciada etapa de ser y cumplir como prometida de José. Pero no, María era una mujer audaz y dijo sí. Es el momento de más importancia histórica del habitado planeta tierra.

Nació Jesús. Fue niño, joven, trabajador, estudioso, discreto. Llegó un momento que decidió cambiar su vida y dar publicidad a su misión. Incorporó todo lo bueno que hasta entonces se había descubierto y puesto en práctica. Predicó e hizo el bien. Finalmente se dejó encarcelar y someterse a juicio. Por fin murió. Pronto resucitó. Lo suyo debía continuar, era necesario que la humanidad de alguna manera gozara de su compañía y de su ayuda. Nació la Iglesia. La Iglesia de Dios, esposa de Jesucristo y madre nuestra. Que se hace presente en su Palabra, cuando dos o más se reúnen en su nombre, cuando celebran la Eucaristía. Esta es nuestra gozosa actualidad. Muchos de nuestros contemporáneos lo ignoran, de aquí que a la labor profética, que continúa existiendo, se añada la misionera.