He ido a Roma y he visto al Papa

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja    

 

Sí, sí, llegué a verlo y hasta aparece en alguna de las fotos que saqué, aunque no fuera esto lo que más me interesase. Al Papa deseo escucharle atentamente, rezar con él y rezar por él. Tanto es así, que cuando se presenta la ocasión y se trasmite el oficio de Vísperas por él presidido, busco mi libro de rezo y me uno a la plegaria. En otras, cuando su discurso tiene importancia, tomo precauciones para no perdérmelo. Digo esto porque con ocasión de la visita a la universidad de Ratisbona, conecté y lo grababa por el satélite Eutelsat (en italiano) y el Hispasat (en castellano), amén de Internet. Afortunadamente lo hice así, porque en el momento más importante, una gran tormenta impidió la llegada de la señal aérea, pero pude seguir el evento en mi PC.

Durante mi última estancia en Roma, con motivo de la conclusión del año sacerdotal, un buen compañero me decía, estando dentro de la basílica ¿no te parece que todo este montaje es papa latría? Pues sí, le contesté y los católicos debemos corregirnos de ello y de otras cosas semejantes, si queremos acercarnos a la tan deseada unión de los cristianos.

Hablaba otro día de la importancia de la jerarquía como armazón de la Santa Madre Iglesia esposa amada de Jesucristo y madre nuestra. En su seno, y presidiéndola, ocupa un lugar eminente el Obispo de Roma. Es una verdad que la mamé en mi familia. Recuerdo perfectamente cuando mi padre nos dijo con tristeza: ha muerto el Papa y al cabo de un tiempo esperanzado: ya han elegido Papa. Se trataba de Pio XI y Pio XII. En aquellos tiempos, ni teníamos aparato de radio, ni por supuesto TV. La noticia era importante para una familia cristiana como la nuestra.

Respeto la autoridad papal. En la liturgia se incluye una especial oración por ella, sea quien fuese. Pero sé que bajo el revestimiento de tal función sublime, se esconde un fiel cristiano, con su inteligencia, su corazón y su carácter. Sin olvidar su sensibilidad, que condiciona.

Si no tengo interés por ver al Papa, no oculto mi deseo de conocer sus inclinaciones y sus gustos. Vuelvo a Ratisbona. Los ademanes y sonrisas cuando hablaba con una señora del claustro de profesores, me demostraba su fidelidad a la amistad. Cuando la coral universitaria le cantó una melodía góspel, observé su respeto y atención y hasta algún aplauso, que no era contrario a la actitud de gran satisfacción cuando fue clásica. Que sea sensible a la buena música, que le guste escuchar e interpretar a Mozart, me está diciendo que continúa siendo hombre, fiel a sus raíces y que vivirá el camino hacia Dios por veredas estéticas.
En la inolvidable reunión de los 15000 presbíteros que con él concelebrábamos, cantábamos al empezar las letanías de los santos. Se mencionaban nombres de todos los continentes, era impresionante sumergirse en tal invocación. Leía yo el librito que nos dieron para entender mejor a quien se oraba. De repente oí un suave murmullo, levanté la cabeza, pasaba el Papa, todos continuamos con nuestra súplica, él también rezaba. Esto es Fe eclesial. Al final del acto se escucharon gritos de viva el Papa de histérica cadencia estentórea. Cada uno tiene su sensibilidad y la respeto, pero sonaban algunos a terrorismo espiritual.
Cada noche, acariciando el Sagrario y pidiendo por mis seres queridos que ya han muerto, por los enfermos, por los amigos, por los lectores de estas líneas… nunca olvido decir: a Josep Ratzinger, buenas noches le des Dios. Nótese que la plegaria es diferente a la súplica por “nuestro Pontífice felizmente reinante” por el que la liturgia me invita a hacerlo.