Por Europa

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja    

 

Vulgarmente se habla así cuando uno atraviesa los Pirineos, como si hacerlo fuera entrar en Europa. Después de la misa del lunes y llegando el sábado a celebrarla, me he movido por cuatro países. Los lugares visitados, casi todos, los conocía. Apresuradamente escribo un comentario. Lo he dicho muchas veces y no me importa repetirlo: no se entiende nuestra antigua cultura, sin conocer las grandes catedrales, los monasterios y la ruta jacobea. Si uno tiene idea de estas tres cosas, puede entrar en el meollo del continente. Hablo de la antigua cultura, la actual tiene uno la impresión de que está ausente.

Tenía estudiados cada uno de los lugares, iba cámara en ristre. Quiero detenerme un momento en lo dicho. Para entender una fachada, un pórtico o una vidriera, hay que conocer la Biblia y el espíritu que animaba a la gente del Medioevo. Lo primero que uno constata, es que nada de esto se respira hoy. La gente viaja y va a donde le han dicho que es interesante. Mira uno y no encuentra diferencia entre los que ha visto en otros lugares. Los misma manera de vestir, la misma mirada cansina, la misma prisa. A nadie le falta la minúscula maquina de retratar o de grabar. A este respecto quiero comentar un detalle. Las antiguas cámaras, y las modernas profesionales, tenían visor óptico. Uno mira la realidad como si fuera por un agujero, se fija en el detalle que tiene ante sí y, si lo considera interesante, dispara, para guardarlo,  pensando que, cuando llegue a casa, contemplará. Fotografiar así es una aventura. Lo era más antiguamente, cuando era preciso un proceso técnico. Hoy en día nada de esto. Se mira una pequeña pantalla, se ve en ella un objeto, un monumento o un animal. Es indiferente si tendrá interés o no lo tendrá. Un buen número de veces el disparo corresponde a alguien que en medio de muecas o posturas estúpidas, quiere guardar el recuerdo de que allí estuvo y enseñarlo, para presumir. Inmediatamente después del disparo mira la pantalla,  ya tiene bastante. Al llegar a casa tal vez se dé cuenta de que la foto está borrosa o que carece de interés, da igual. No se inquieta. Si alguien le pregunta si ha estado en un sitio, enseña las fotos, es lo único que puede contestar.

Durante estos días he sacado muchas fotos, lo hacía ilusionado, para mostrarlas a quienes quiero y no han venido. Siempre digo que mi labor es semejante a la que llevó a cabo aquella simpática señora llamada Egeria, que a principios del siglo IV, escribió su “itinerario” para que sus amadas señoras participaran de sus ricas y piadosas experiencias. Una buena foto es una especie de documento notarial.

Cuando visitaba estos magníficos edificios, pensaba: ¡cuanta limpieza y cuánto orden!, las iglesias donde celebro no las tengo así. Y me avergonzaba al pensarlo. Pero, a continuación, constataba que no había ningún chiquillo que mirara con atención o que rezara. He llegado a casa y he tenido la satisfacción de que asistían algunos. Hoy es domingo XIX y en la lectura de la carta a los hebreos se hace el elogio de la Fe, la epopeya de la fidelidad. Pienso que, si seguimos así, se conservarán muy bien las piedras, pero habrán desaparecido los fieles. Y entre una viejecita cristiana o un niño que reza y la más interesante piedra arqueológica, yo  escojo a los primeros. Están invitados a la Vida Eterna. La segunda, aunque no sea por otra cosa que por la ley de la entropía, sé que desaparecerá.