Por Europa IV

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja    

 

Casi 4000 km, de lunes a sábado, dan para muchas visitas, de las que ya he hablado, pero también para mucha reflexión. Quiero hoy, para acabar, apuntar sucintamente, alguna idea.
He visto edificios, principalmente catedrales, ya tengo bien vistas y fotografiadas las seis grandes francesas, hitos también de la ruta jacobea. J.W. von Goethe dijo: Europa nació de la peregrinación. Aunque no lo hubiera dicho él, yendo por el viejo continente se hace evidente el aserto.
En ninguna de las iglesias que he entrado, en aquel momento, se celebraba misa. Los edificios, las piedras, hablan un lenguaje mudo, la liturgia lo complementa. Era evidente que en los templos que entré, se celebraba misa, en ninguno de ellos dejé de ver la capilla de recogimiento, plegaria y adoración sacramental, suficientemente señalada. Yo mismo dedique en cada una de ellos un momento a la oración. Abundaban también las indicaciones que explicaban el significado cristiano de cada sitio y las actividades cristianas que tenían los diferentes grupos que estaban vinculados a aquel recinto. Estas señales proclamaban que en aquel edificio bien cuidado y atendido, además de sacerdotes fieles a su ministerio, había un interés evangelizador por su parte. Me sentí muy satisfecho de constatarlo. Pienso siempre que el ministerio pastoral está muy condicionado a los tiempos y lugares, y que tal vez, si solo fuera esto, el sacerdote no tendría motivos suficientes para ser feliz. Ahora bien, dejarse llevar por su vocación, atender ilusionado a las personas, para responder a sus necesidades y ayudarlas a ser felices, siguiendo el dictado, el testimonio y la compañía de Cristo, es la más apasionante aventura y el desafío que se exige hoy, más que en otros tiempos, al que ha escogido ser discípulo de Cristo en el sacerdocio.
No tuve ocasión de relacionarme con ningún cura, cosa que lamento. Ya conté que en Domremy me encontré a un sacerdote alemán de vacaciones, que me dijo que las aprovechaba para visitar lugares de peregrinación. Al decirme donde vivía, le comenté que por allí había una pintura que representaba al Espíritu Santo en figura femenina. Me contestó que no era seguro su género. Me ha enviado una fotografía, que no es de la pintura a la que yo me refería, pero gracias al archivo y a la indicación de que se había ejecutado siguiendo las indicaciones de Santa Crescencia de Kaufbeuren, sé ahora que la primera santa alemana canonizada en el siglo XXI, escribió sobre el Paráclito, Persona divina tan olvidada por nosotros. Brevísimo encuentro, pero provechoso. Desde aquí doy las gracias al P. Bernhard Hesse sacerdote de Baviera.
Ya comenté lo impresionante que resulta siempre la visita a un cementerio militar de guerra. Esta vez me limité al de Colleville-sur-Mer, el más conocido, aunque no el de mayor número de tumbas. No dudo que su erección y cuidado, son una expresión del interés por mantener claro el honor de la nación norteamericana. Podrían haber elevado un gran monumento, más espectacular, pero no lo hicieron. La sencillez de las más de 9000 cruces de blanco mármol y su geométrica colocación, asombra. Al contrario de los demás lugares, aquí no hay curiosos frívolos  turistas, o al menos no se aprecian. Todos miramos y remiramos las simples cruces y la playa del desembarco tan cercana. Reina un silencio no total, pero si reverente. En una pared del recinto que aúna el conjunto, bajo el signo de las Tablas de la Ley, se lee: piensen no solo en su paso, recuerden la gloria de su espíritu. En la otra, bajo la cruz, está escrito: a través de la puerta de la muerte, pasan a la resurrección de completa alegría. La bandera de las barras y estrellas, ondea en lo alto, las inscripciones han trasmitido una reflexión al corazón. Todo renace mientras en casa voy observando en mi PC los archivos fotográficos.
No todo fueron satisfacciones. Deseaba ver el ángel sonriente de la fachada de la catedral de Reims y lamentablemente estaban en trabajos de restauración, así que no lo conseguí. La tenía  muy cerca de mí, a medio metro, me decía quien me atendía, pero no podía contemplarla. Veía, eso sí, un gran poster que lo reproducía y tenía en la mano una excelente postal, pero es diferente.
¿Por qué  me intrigaba esta escultura? Estoy convencido de que la eternidad a la que estamos invitados por Dios es total felicidad. No dudo tampoco de que pueda haber apariciones. He leído descripciones de algunas y me han contado personalmente personas de confianza, que habían visto a la Virgen (es un ejemplo). Sé que por Fe y obediencia, no estoy obligado a aceptarlas, pero no tengo inconveniente y me intereso en todas estas maravillosas experiencias. Si la Eternidad es felicidad, la apariencia de los mensajeros debería reflejarla, y no siempre es así. Se cuentan visiones de rostro triste, llorando incluso. No lo entiendo. Yo quiero muchísimo a Santa María, con la que nunca me he encontrado físicamente, pero estoy seguro de que ella, que tanto me ama, me sonríe con gesto feliz en el enigma de su situación celestial.
Durante todo el viaje pensaba que era el último de esta clase que se me concedía en esta vida. A fin de cuentas no tenía motivo justificable para desear volver. Ante el hecho de que estuviera oculta la estatua del ángel, pensé que ya tenía escusa para desear volver a Reims.
En mi empedernido empeño de recoger fotográficamente todo lo que pudiera observar, descubrí, en otro pórtico, la escena de la Anunciación y en esta Gabriel sonreía a la Virgen que había dicho sí a la proposición divina. Evidentemente, no podía ser de otra manera el gesto del arcángel, después de escuchar lo que había oído. Y también sonreí yo.