Los mineros de Chile

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja    

 

No sería justo que en estos comentarios semanales los olvidase. Primero pensé en la situación trágica por la que seguramente pasarían. Un colectivo tan numeroso en un recinto cerrado, por grande que fuese, iría poco a poco consumiendo el oxigeno y acumulándose el anhídrido carbónico, que adormecería su conciencia. Lamentable situación.

Me sorprendió que los del exterior se atrevieran a horadar tantos metros de corteza terrestre. Me asombró que acertaran y llegara la primera sonda. No me explico como lograron tal precisión. Recé por ellos, pedí a Dios que les concediese el coraje para aguantar la situación. Seguía las noticias por Internet. Admiraba que junto a la utilización de moderna técnica no se olvidase el ámbito espiritual y la variedad de respuestas que desde esta dimensión se les dieron. Metodistas les enviaron pequeñas biblias, rosarios el Papa, la imagen del patrón de los mineros chilenos para presidir su “altar” etc. Ropa que no exhibía en las espaldas marcas de fábrica, sino fragmentos de la Sagrada Escritura Etc. La iniciativa de las oraciones, según cuentan, salió de un experto evangelista. Ecumenismo de calidad, sin que se tratara de un congreso convocado al efecto.

Además de la oración, mi mente vagaba por otros derroteros. Pensé en Karl Jaspers y sus criterios respecto a las situaciones límite. Las estudia él desde la antropología existencial, más que desde la psicología clínica a la que estamos acostumbrados que se haga referencia entre nosotros.
Estaba a punto de irme a dormir una noche, cuando un amigo me envió un e-mail, comunicándome que por cierta emisora se retrasmitía en directo el resácate. Conecté de inmediato y dediqué un rato a las imágenes que se nos enviaban. Quise después que mi curiosidad y asombro por la técnica empleada, fuera acompañado de mi humilde oración. Llegó un momento en que consideré que debía descansar, para continuar viviendo y rezando al día siguiente. Confieso que lo primero que hice por la mañana, antes de rezar y celebrar misa, fue conectar la televisión. Cuando acudí a la iglesia iba satisfecho, la operación de salvamento se había iniciado.

Por muy jubilado que yo oficialmente esté, no podía dedicar exclusivamente mi tiempo a la operación de salvamento, cumplí de diversas maneras mi vocación sacerdotal. De cuando en cuando sí lo hice. No puedo dejar de relatar la impresión que me causó el rescate del minero que, por lo que parece, más preocupaba al equipo médico. Se trataba de una persona de edad madura, con problemas endocrinos y respiratorios. Subía equipado con mascarilla especial y botellas suplementarias de oxigeno. La diferencia de presión entre el punto de arranque y el de llegada, nadie se la podía suprimir. Otra preocupación, pues, era su tensión arterial. Sin espectacularidad teatral se nos hacía partícipes de las inquietudes que rodeaban el caso. Llegó a la superficie la cápsula y el minero salió en buenas condiciones físicas, se abrazó efusivamente a su esposa, luego se separó y se arrodilló para rezar. Nadie se inmutó, permanecieron todos en silencio, todo el tiempo que él quiso, reinó un impresionante respeto y admiración por su gesto. Ni la oración de cartujos o trapenses en el coro, ni la silenciosa contemplación de una Perpetua Adoratriz ante el Santísimo solemnemente expuesto, me habían asombrado tanto como aquella meditación del minero. Confieso que no solamente entonces, sino las primeras veces que lo explicaba, siempre lloraba de emoción.

El hombre solo llega a conocerse en las situaciones límite, sentenciaba Jaspers. Algo de esto experimentaron ellos. Recuerdo un sencillo ejemplo. Uno de ellos que vivía satisfecho con su mujer y habían engendrado ya un hijo, le comunica a su compañera, antes de salir, que en cuanto puedan encontrarse, se casarán. Nada de bodas con preparativos suntuosos: se casarán, sin más. Respuesta de Fe y fidelidad, ante un prodigio del Señor
Te doy gracias, Señor y padre de los oprimidos, porque nos has ocultado muchas cosas a los burgueses, pero se las has revelado a sencillos mineros (Lc 10,21)