Visita de Benedicto XVI

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja    

 

Rápida ha sido. No voy a escribir una crónica, me limitaré a unas reflexiones, semejantes a las que he hablado últimamente.

Empecé a pensar en el papado cuando leí la biografía de Don Bosco, escrita por Hugo Wast. Me enteré un poco de los entresijos políticos, militares y religiosos que ocurrieron al desaparecer los Estados Pontificios. Estudiaba entonces bachillerato. Ahora bien, mi interés personal por el Obispo de Roma, empezó siendo ya seminarista, lo era Pio Xii, el restaurador de la Vigilia Pascual y la supresión casi total del ayuno eucarístico. Un hombre espiritual, intelectual hasta la médula y, por obligaciones de protocolo, condenado a una vida solitaria. Pero tuvo ocasión de romper costumbres. Pienso ahora que se cuenta que cuando recibió a los Globetrottters , que le regalaron un balón, accedió a que en el mismo salón, le ofrecieran una muestra de su arte deportivo. Los asistentes observaron que movía el pie al ritmo de la música ¡que prodigio, permitirse esta libertad! Le sucedió Juan XXIII que rompió moldes. Pablo VI viajó a la ONU y a Tierra Santa. Juan-Pablo II no paró en casa. Con gestos sencillos y amables, se ganó la simpatía juvenil. Me tocó dirigir el acto preparatorio, en la basílica de Santa María del Mar de Barcelona, maravilloso por la variada asistencia juvenil y por el ambiente de entusiasmo. Pero su estancia fue desafortunada. Llovió a cántaros y una serie de errores y percances, deslucieron los actos programados. Fue en 1982, desde entonces han cambiado muchas cosas. También en mi interior.

Si en mi primera visita a Castel Gandolfo me emocionaba “ver” al Obispo de Roma, era en la década de los sesenta, ahora mi interés es otro. Admiro a los últimos papas, leo muchos de sus discursos y, evidentemente, sus encíclicas. Me uno, siempre que puedo, a las celebraciones que transmite la TV y gozo si puedo incorporarme a la plegaria litúrgica. Me refiero a rezar vísperas que él presida y donde sea.

Ahora bien, este año he tenido ocasión de concelebrar con él la misa. La primera vez fue en Roma, como final del año sacerdotal. Éramos entonces más de 15000 presbíteros, de diversas procedencias geográficas y de diferentes tendencias espirituales. En Barcelona ha sido distinto. No hemos sido tantos y la realidad no ha sido muy otra. La Fe cristiana me exige comunión eclesial y la celebración de la Eucaristía es álgida experiencia de esta realidad. En cada misa el texto de la Anáfora nos recuerda que lo hacemos en comunión con el Papa y rezando por él, tanto si la asistencia de fieles es multitudinaria como si estoy solo en la iglesia. En privado rezo diariamente por Josep Ratzinger. Pido que Dios le de aguante, acierto y esperanza. Son tiempos los actuales, que estos dones le son muy precisos. No siento especial emoción cuando, como en este caso, en la basílica de la Sagrada Familia, concelebro. La satisfacción, el gozo, tiene otras motivaciones. Me encanta la lucidez y oportunidad de su discurso y comprobar que coincido en mis más íntimas convicciones. Es un Pontífice consciente de la necesidad que tiene nuestra actual cultura de una nueva evangelización. Sueño que un día, libres de la cárcel del espacio y tiempo, nos encontremos en la eternidad y entonces sí que nos reconoceremos y nos comunicaremos personalmente, en el misterioso lenguaje de intuición privilegiada, en compañía de Dios que enriquece al máximo.

He venido lamentando los insultos que se le dirigían y los intereses políticos que se entremezclaban, amén de los análisis maliciosos sobre los costes de esta visita. Amor con amor se paga. El dinero abunda o entra en crisis, es su peculiar vaivén. Ciertamente que si sembráramos más generosidad, muchos problemas económicos desaparecerían. También esto nos lo recuerda el Papa. En el Cielo sabrá él lo agradecido que le estoy.