Gestos

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja    

 

Pienso estos días en una carencia de nuestra cultura. Pienso, que más que en el cambio climático, debemos preocuparnos por una pandemia espiritual que implica carencia de esperanza y anula vivencias de felicidad plena.

El triunfo es, sin duda alguna, un posible ingrediente que conduce a la alegría. Uno entre tantos, no el único.

En llegando a casa, he conectado la TV, para ver como trataban el acontecimiento. Junto a imágenes de de la consagración del templo dedicado a la Sagrada Familia en Barcelona, comentaban el triunfo de un motorista muy joven, que su actuación en no se qué circuito, le había convertido en campeón mundial de su cilindrada. El rostro del protagonista y griterío de sus admiradores, me han hecho preguntarme cual era la hondura del júbilo que les embargaba.

He comentado en otras ocasiones, los elegantes ademanes de los y las bailarinas de ballet, al recibir el aplauso de los espectadores. Confieso que siento una satisfacción estética tan grande como el que gozo al contemplar, por ejemplo, una pintura de Botticcelli. Paralelamente me toca ver, digo me toca porque no siento ninguna afición por los deportes profesionales, pero al interesarme por noticias, se cuelan hazañas de futboleros, que presentan gestos de orgullo y hasta de aparente amenaza de agresión, después de haber metido un gol prodigioso.

Me ha tocado en suerte distribuir la comunión, en la misa a la que me estoy refiriendo. Perfectamente organizada la liturgia y delicadamente acompañado, he debido distanciarme de la iglesia para prestar el servicio ministerial. Notaba en ciertos rostros la emoción por conseguir acercarse y poder comulgar. No niego que en alguna ocasión la emoción me ha hecho llorar. Cuando me dirigía hacia la ahora basílica, y a su salida, he escuchado comentarios de muchas personas que explicaban lo que les representaba estar allí. Algunos habían venido de lejos, otros incluso procedían de lejanas tierras latino-americanas o filipinas.

En llegando a casa, en un reportaje retrospectivo, he podido escuchar como se explicaba una enferma del Cottolengo a la que conozco, sus expresiones valían humanamente hablando, mucho más que los aplausos que observo dirigidos a cualquier campeón de hoy, que mañana puede ser un donnadie, o caer en el mundo de la droga. Que todos tenemos noticias de unos cuantos de estos. Un gesto muy frecuente ha sido ver que de sus ojos resbalaban lágrimas. Teóricamente, el lloro es expresión de pena. Añádase que llorar produce molestia. Las lágrimas deben lubricar el ojo y deslizarse lentamente por apropiados caminos. Cuando, como consecuencia de la emoción, fluyen en gran cantidad, además de desbordar los párpados, producen un cierto dolor, como ya he dicho. Considerado así, resulta paradoja, no obstante, sabemos que cuando al júbilo le acompaña el llanto, es que la felicidad que se experimenta tiene calado. Llorar de emoción no es una derrota, es más bien prueba de la calidad de la satisfacción, y garantía de que se conservará felicidad. Sí, yo también he llorado. Y el rostro de una chiquilla colombiana, emocionada y satisfecha de haber podido estar allí, me ha resultado más bello, que la sonrisa enigmática de la Gioconda. Y estoy seguro que la tal felicidad no durará poco. Y que, para muchas personas, la inesperada y gratuita experiencia, cambiará su vida, conduciéndola por veredas que otean en el horizonte espiritual, el Cielo.