La Verbum Domini

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja    

 

En el pueblo en que nací, Pozaldez (Valladolid), apreciaron mucho a mis padres. Como todo ferroviario de aquel tiempo, si quería progresar, debía irse sucesivamente trasladando. Estuvieron, me parece, solamente tres años, pero hasta hace muy poco todavía algunos se acordaban de nosotros y otros se han hecho amigos. Y de aquella pequeña población fueron mis padrinos, que recuerdo quisieron ejercer de tales conmigo, por lo menos hasta que cumplí 16 años. Paralelamente, mis padres lo fueron también de una niña, con quien todavía nos relacionamos. Al marchar de allí, el párroco regaló a mi padre lo que desde pequeño oí llamar una Biblia. En realidad era un Nuevo Testamento. Se lo dedicó llamándole amigo. Conservo el ejemplar en lugar distinguido, entre los cerca de 600 que tengo en diversas lenguas y presentaciones. Creo yo que esta “Biblia” y la dedicatoria, han marcado mi vida y han sido la amistad y la Palabra de Dios, objeto muy especial de mis ilusiones.

He contado lo anterior para que se entienda la alegría que tuve cuando me enteré que el Papa Bendicto XVI dedicaba al Sagrado Texto un Sínodo. Leí bastantes cosas de las que se publicaron antes de la reunión y cuando uno de estos días salió la “Exhortación Apostólica” correspondiente, la devoré de inmediato, leyéndola por encima, se trataba del texto de Internet. A continuación he comprado un ejemplar más manejable y con paciencia leo un fragmento cada día, armado del correspondiente rotulador, para subrayar lo que más me interese. Lo hago con la firme intención de aceptar la enseñanza que dimana de una tal asamblea y del refrendo papal, pero constato con gran satisfacción, que la doctrina contenida en el documento, es la que desde hace años he venido divulgando en mis quehaceres sacerdotales. En algún caso, se trata de frases exactamente iguales a las que tengo publicadas hace tiempo. Se comprenderá mi gozo. Pues no se trata del ignaciano “pensar con la Iglesia” sino del más moderno “pensar la Iglesia, en la Iglesia”.

Advierto que es un texto denso. El Papa ha querido recoger las conclusiones del Sínodo y entregarlas bordadas en el cañamazo del prólogo del evangelio de San Juan. Y, para más inri, añádasele que, por muy Pastor de la Iglesia Católica que pueda ser, no se le ha borrado de su mente, la cuadrícula germánica, que no abandona nunca. A los latinos, o mediterráneos, esto nos cuesta entender y, por mi parte, me lo debo repetir a mi mismo en muchos momentos, si quiero entenderlos e incorporarlos a mi archivo mental.

Recuerda en más de una ocasión el texto, la constitución dogmática “Dei Verbum” del Concilio Vaticano II, que trató esta misma materia, pero, evidentemente, sus reflexiones son más actuales. Pienso que se pueden sacar conclusiones concretas de las que me propongo hablar otro día. Y si retraso el comentario, es porque quiero haberla leído toda y serenamente repensada. Obsérvese que no se han oído comentarios adversos por parte de periodistas, tan inclinados como están a atacar cualquier palabra o acción del Papa.

No quiero acabar sin aterrizar en algún comentario sencillo. Lo primero que se me ocurre decir es que la Biblia, para quien la acepte como los cristianos creemos es, semeja a un Sagrario cerrado, merece respeto, hay que abrirlo, para alimentarnos espiritualmente. Así como para recibir la Eucaristía un ministro nos la debe ofrecer, para que la Sagrada Escritura sea de provecho, se precisa la invocación y consecuente ayuda del Espíritu Santo. Pienso ahora, perdón por la comparación, que es algo así como tantos pegamentos, que no son útiles, si no se les añade un endurecedor.