Algo puede cambiar

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja    

 

Debería reservarme, no escribir, y esperar a tener más madurado lo que pienso respecto a lo que diré. No obstante, prefiero precipitarme. No quiero quedarme para mí, lo que creo puede resultar útil a muchos. Lo que diga, precisará matizaciones.

Algunas de nuestras misas resultan ser para algunos aburridas. Otras entusiasman a según quienes. Digo siempre, que la misa no debe ser divertida, sino interesante. Antiguamente, con la mirada de sacerdote y fieles dirigida a oriente, o al Crucifijo (hablar de presbítero de cara a la pared o dando la espalda al pueblo, es un despropósito), expresándose en una lengua universal, pero para casi todos ininteligible: el latín, dirigíamos nuestras oraciones a Dios, arrodillados, de pie o sentados, según normas que nadie discutía. Unas celebraciones duraban más que otras, en unas se escuchaban bien las palabras del sacerdote, en otras a penas se oían. Le contestaba exclusivamente el monaguillo. Los demás fieles asistían en silencio o hasta rezando el rosario, que así oí defenderlo a un sacerdote. De esta forma se cumplía con la misa y se ganaban indulgencias.

Cambiaba la decoración, las imágenes y el tamaño del recinto. Excepto en la rapidez de la pronunciación, lo que suponía que unas duraban más que otras, las misas eran todas semejantes.

Las directrices del concilio Vaticano II lo cambiaron. Nuestras asambleas se expresan en lengua que entienden todos. Las lecturas bíblicas, que junto con la homilía, son la mas antigua catequesis, diferencian mucho unas celebraciones de otras. Antiguamente, casi nunca se comulgaba dentro de la celebración litúrgica. Quien deseaba hacerlo, se quedaba al acabar y la recibía, servida del sagrario, situado a veces en una capilla alejada. Tal proceder es hoy impensable.
Si han ganado en expresividad nuestras celebraciones, hay que lamentar que en ciertas ocasiones se busca que resulten atractivas para ciertas personas, en ciertos momentos, pero que se cuide poco el contenido profundo de la celebración más genuina de nuestra Fe. Siento pánico cuando me dicen que en cierto lugar, y a cierta hora, se celebra una misa con cantos y guitarras, que acude mucha juventud y se lo pasan muy bien. O que a los niños, no a los bebés, se les separa de la asamblea y se les lleva a otro lugar, donde se les explican cosas a su medida y hasta juegan. No dudo de su inmediata eficacia, pero también estoy seguro de que en cuanto sean un poco mayores y encuentren otros atractivos, no quieran asistir. Una de las acertadas introducciones de la reforma litúrgica, es la incorporación del silencio que acompaña ciertos momentos a las oraciones, lecturas o acciones sacramentales. Estoy convencido de que la mejor enseñanza para los pequeños es que, cuando trata de llamar la atención, mire a sus padres y a los demás fieles y los vea en actitud de recogimiento.

Es lamentable oír que se comenta lo espabilados que son los chicos de hoy en día, que se admire su capacidad de manejo del PC o de las consolas y, cuando se trata del terreno religioso, se les trate poco menos que a disminuidos. Vienen a una de las misas que celebro unos niños de 4 años que cantan, o mejor dicho gritan, con entusiasmo, el amén y que recitan dándome la mano el Padrenuestro y que me encuentre en otra un día un chico que me dice no comulga, pese a tener nueve años y que solo se sabe la mitad de la oración dominical. Continuaré.