Pregon de Navidad

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja    

 

Hubo un tiempo, un cierto día, era de noche, que a las afueras de Belén se escuchó el primer pregón de Navidad. Lo pronunciaron ángeles. Ya lo sabéis, son seres misteriosos y desconocemos su manera de expresarse, pero los pastores, gente no versada en ciencias de lenguaje, les entendieron. Y cuentan las crónicas, que acabaron su anuncio con un himno, fue el primer villancico. Nada sabemos de la melodía, pero sí lo que significaban sus palabras. Antes de continuar nuestra velada, las podríamos cantar, como tantas veces lo hemos hecho, pero hagámoslo hoy como si fuera un himno nuevo.
Gloria, gloria, in excelsis Deo…

Los pastores velaban su rebaño en el silencio de la noche y en la soledad de un descampado. Fue a ellos a los que se les comunicó el mensaje, los que escucharon música divina.

Muchas otras personas convivían por entonces, llenando su existencia de jolgorio, sus quehaceres de intereses monetarios, sus ambiciones del gozo personal. Era lo común, lo correcto, lo que suponía huir de extravagancias. Unos transgredían, otros respetaban costumbres ancestrales. El vivir de cada día llenaba su existencia sin mayores ilusiones. Nada oyeron.

¿Si hoy vinieran los ángeles, a quienes les darían la noticia? ¿Si hoy nos trasmitieran un mensaje, estaríamos capacitados para escucharlos?
Ostende nobis Domine, misericordiam tuam …

Cuentan que les dijeron que había nacido un salvador ¿Qué clase de salvación necesitaban ellos? ¿Qué necesidad de salvación tenemos nosotros?
Se trataba de un mesías, es decir de un ungido, de alguien investido de una dignidad suprema. Si hoy nos lo anunciaran, ¿en que héroe pensaríamos? ¿qué famoso imaginaríamos iba a ser? ¿qué triunfador o ricachón creeríamos íbamos a encontrar?

Los pastores se maravillaron, los vecinos dormían. Los pastores abandonaron sus ocupaciones y contemplaron lo que les habían anunciado. Las indicaciones, por precisas que fueran, no les aseguraban el éxito. Se arriesgaron. Dejaron lo seguro, su rebaño, para ir a descubrir y compartir. Al aceptar la noticia, perdieron la timidez. Ellos, los marginados, se hicieron pregoneros, anunciando algo que a nadie interesaba. A la mujercita sí, le contaron lo que les habían dicho de aquel niño Sí, vuelvo a repetir, fueron evangelizadores de su madre. Aunque parezca mentira, fueron nueva revelación para Santa María, que se reafirmó en lo que había aceptado nueve meses antes. Le explicaron lo que se decía de ella en las alturas. A María, humana, como nosotros, le gustaba saber lo que de ella pensaban. También hoy debemos repetírselo nosotros una y otra vez: bendita tú entre todas las mujeres. Había precisado de un marido que la acompañase y protegiese. Aquellos desconocidos pastores eran también confidentes del Altísimo, los primeros compañeros de la nueva aventura y con ellos compartieron. El Niño, aparentemente, era un bebe cualquiera, pero supieron que era el escogido, pues voces celestiales se lo habían revelado. Y se asombraron al contemplarlo.

Evidentemente, esto ocurría en Belén, indiscutiblemente, nos ha llegado la noticia, para que, a imitación de los pastores, nos alegremos, abramos nuestros ojos en la oscuridad de nuestro paganizado mundo, y salgamos de la monotonía, de las ambiciones, de los egoísmos y perezas, y nos alleguemos al Jesús que también nos nace hoy.

Adeste fideles, leti triunfantes…

En el recinto del pesebre, no se quedaron los pastores a celebrar la Nochebuena. Desbordaban de gozo y necesitaban comunicarlo a los demás.
María, recordó las palabras de Gabriel, agradeció lo que el Señor había dicho a su esposo, que ahora la miraba ¿qué hubiera sido de ella, si José no hubiera aceptado con docilidad el mensaje, o no se lo hubiese confiado? Una y otra cosa se la repetía a sí misma, dando gracias a Dios.
Noche de paz, noche de amor…