Triste Navidad

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja    

 

Sí, estoy triste. Esta fiesta, estos días, me traen recuerdos que no puedo recuperar. ¿son buenos recuerdos o tal vez los ha revestido de esta cualidad mi imaginación. Si son recuerdos, si son referencia a una experiencias reales ocurridas, vividas y no imaginadas: ¿no hay posibilidad de que pueda experimentar el día de hoy algo semejante a aquello, sin tenerme que rebajar a disfrazarme de niño, sin tener que acudir a dulces y bebidas que hoy en día ya no me ilusionan? La soledad es mi único refugio. Situado allí nada me ataca. ¿soy feliz?

Contesta un amigo. Para mí la Navidad también cosa triste. En mi niñez canté villancicos que me enseñó mi abuelo. Todo parecía bonito hasta que un día… murió la abuela y no mucho después un tío muy querido. Inexplicablemente mis padres se separaron, quisieron, cada uno por su parte capturarnos. No querían amar, sino amarse ellos. La situación era espiritualmente incomoda. Les contesta una amiga. ¡que suerte tenéis! Os duele el pasado, a mi el presente. Rompimos lo que llamábamos amor y ahora veo que es mutua conveniencia. No tengo dinero para ir a la montaña y las salas de fiestas me dan asco. La Navidad de la calle es pura fachada para estimular el consumo. Añoro el amor de mis padres, que los dos murieron de accidente. Estamos de acuerdo de que la tan repetida frase de que son días de familia es puro cuento…

Triste Navidad la de estos jóvenes. Ninguno de ellos conoce el meollo de la fiesta. Pueden sentirse fracasados, pero creo yo que no son culpables de ello. Mucha culpa tienen los que en la Iglesia ejercen el carisma de gobierno, que no han acertado en sus orientaciones evangelizadoras.
La fiesta cristiana más extendida es, sin lugar a dudas, la de Navidad. En los países culturalmente cristianos la influencia social resulta muy acentuada. Todo está centrado en una historia que se sabe a grandes rasgos. Lugares como Jerusalén o Belén son conocidos. En el Extremo Oriente, es diferente, Jesús o María, lugares como los mencionados o Nazaret, suenan a imaginaciones tales como entre nosotros la tierra de Jauja.
Si en algunos días la familia cristiana se comportaba, ejercía, de Iglesia doméstica, era en Navidad. Y su liturgia se celebraba con turrones y mazapanes, villancicos y regalos.

No quiero olvidar, no puedo olvidar, a las comunidades religiosas donde los ciclos litúrgicos marcan profundamente su vida comunitaria
Situémonos pues en una familia en la que los abuelos estudiaron la asignatura que entonces se llamaba Historia Sagrada, los padres recibieron una cierta cultura religiosa, en la escuela y en la catequesis. La tercera generación no fue ajena a explicaciones ambientales, desde películas hasta sermones durante la misa a la que en su infancia asistía. Toda la vida se han reunido en alegre comida o cena familiar, han recordado anécdotas de otros tiempos, se han emocionado cantando villancicos y poca cosa más. Voy a explicar unos ejemplos que corresponden a historias auténticas, en ellos se ve que los días de Navidad no son esperados con especial ilusión, ni transcurren en desbordante alegría.

De la primera que me acuerdo es de Montserrat, en el transcurso de poco más de un año ha perdido a su anciana madre, a su querido esposo y a su hija recién casada. Las fiestas navideñas para ella están repletas de dolorosas vaciedades. Sus amistades la invitan, quieren que se distraiga pasando con ellos las veladas. Logran que algún rato se olvide y hasta se ría, pero es una pura cura paliativa, al volver a su casa siente un dolor desgarrador, se queda sola, el domicilio está repleto de la ausencia de los que más amaba.

Ahora pienso en Ana, no hace demasiados años que murió su padre, que era su sostén anímico, su estímulo, su acicate para adelantar en los estudios. Hoy ha dejado la facultad, enamorada de un muchacho sensible y originalmente caprichoso, recientemente ha pasado por la triste experiencia de su muerte. Murió atropellado, tal vez víctima de la droga, de la falta de precaución o del deseo de suicidio. Ella temía la llegada de estas fiestas, las costumbres de su infancia son imágenes que solo puede recordar, evocar, sin que la consuelen. Al contrario, pinchan dolorosamente en su interior. Sus actividades juveniles en grupos parroquiales lograron en aquellos tiempos, satisfacer transitorias inquietudes e ideales, sin calar demasiado hondo, se trataba de misas bonitas, acudía sin preguntarse el porqué, iba sin siquiera decisión, ahora se da cuenta de que aunque nadie la forzaba, su presencia no obedecía a ninguna elección libre. Lo pasó bien, no puede negarlo, pero ahora reconoce que son eventos de pura estética espiritual, sin sentimentalismos aberrantes, pero sólo belleza del más exquisito gusto, que nunca enraizó en las profundidades de su ser. Temía la llegada de Navidad porque ahora todo lo que ve en su entorno lo encuentra grotesco, encuentra a faltar lo que más necesitaba. Su único deseo es que pasen rápidamente estos días.

Rafael creció en una familia con la corrección de costumbres propias de una burguesía tradicional. En Navidad hacía frío y en su casa gozaba de un calor idílico. Como muchos años nevaba en la capital podía con sus amigos, en su mismo barrio, patinar, disfrutar tirando bolas de nieve y haciendo muñecos. La Nochebuena la recuerda alrededor del árbol traído de la montaña, más tarde comprado prosaicamente en unos grandes almacenes. No estaba demasiado enterado del porqué de todo aquel jolgorio, pero no se hacía preguntas al respecto. Todo fue bien hasta que descubrió la amistad libremente escogida, sin depender ni de su entorno, hasta que gozó del amor predilecto de una chica. Simultáneamente a estas evoluciones personales se sucedían los cambios sociales, mejoraron las posibilidades de viajar, de marchar a la montaña. En estas latitudes nieve y vacaciones navideñas coinciden. Los suyos, los que él considera que están íntimamente metidos en su vida, ya no son su familia, pero esta todavía ejerce influencia. Le toca estar en casa, comer turrón y beber cava. Aunque la mayor parte desafinen, les toca cantar desfasadas canciones y dedicar un rato a aburrida sobremesa. Si se negara a estas normas escucharía lo que se sabe de memoria: que no es capaz de ganarse la vida, que siempre se ha hecho así y que adonde iríamos a parar si se perdieran estas tradiciones. Él sabe muy bien que sus amigos extranjeros no están encorsetados por estos ritos y continúan viviendo felices, pero si se negara rotundamente al ritual, peligraría el dinero que recibe. Sus padres conservan sus prácticas religiosas, pero no se atreven a hablar de ello, también se amoldan a los tiempos, ya no van a la misa del gallo, para no dividir a la familia y al día siguiente asisten a la más corta que se celebra en la iglesia más cercana. Ha observado que ellos parece que se avergüencen de sus costumbres, como si fuesen achaques de la edad. A él le gustaría que si son creyentes lo manifestaran con orgullo, sabe que tal vez se sentiría disminuido en su categoría familiar por faltarle la Fe, pero al menos lo encontraría coherente. Va divagando en su interior, medio dormido, pensando lo bien que estaría en la montaña. Considera que es absurdo que los hombres estos días estén obligados a alegrarse y a reír. Aunque fuera verdad lo que dicen que ocurrió hace 2.000 años, no ve por qué se debe estar atado a aquel acontecimiento.

Ramón no se da cuenta de que a él también le incomoda la Navidad. De su infancia solo recuerda la canción: “esta noche es nochebuena y mañana Navidad, saca la bota María que me voy a emborrachar”. Se emborracha cada año, su mujer lo acepta, hay que aguantarle, es así y nunca cambiará. Tampoco ella sabe bien lo que significan estas fiestas, no le gustan porque le toca trabajar más de la cuenta. Fregar más platos unos días no es ninguna tragedia. Pero está deseando que pasen. Navidad no es ninguna bicoca, pero hay que aguantarla, tampoco le quedan demasiados años de vida.

Tal vez la conversión navideña no sea tan difícil. Se puede iniciar con simplicidad, sin teatralidad, uno puede atreverse a empezar a gustar otra manera de vivir las navidades, recogiéndose en la hospedería de una comunidad monástica.

El tono ha resultado pesimista, he querido ser sincero observador. Por mi parte, confieso que soy inmensamente feliz preparando la Navidad. Viviéndola de antemano y que lloro emocionado gozando de antemano.